Pocho y sus botes

Camina y se mueve con la pereza de un botecito que surca las aguas del Riachuelo, pero lento va, y hace 86 años que va a paso constante. Pocho es Eusebi, bisnieto de Enrico uno de los primeros inmigrantes italianos en poblar la Isla Maciel allá por fines de 1800. Por Nicolás Brena.

Pocho y sus botes

La isla nos regala sorpresas, de a poco va perdiendo las cosquillas. Tranquila se va sacudiendo el miedo, se nos acerca y nos pone el lomo para una caricia. El jueves nos prestó un rato a "Pocho", un pibe de 86 años... Eusebi de apellido. Bisnieto de Enrico Eusebi uno de los primeros inmigrantes italianos en poblar la Isla Maciel allá por fines de 1800, cuando todo estaba por verse. Pocho aprende de su padre, Enrique Segundo Eusebi, uno de los oficios más solicitados en esa época y que hoy en día ha sido devorado, como tantas otras cosas bellas, por las fauces del progreso. 

 

Construye y repara barcos de madera, es por ponerlo en palabras más correctas, artesano y carpintero naval.

 

A mi me gusta pensarlo a don Pocho como un hacedor de sueños. Principalmente porque construir algo que nos da la posibilidad de transitar sobre una superficie desconocida y cambiante nos acerca a la aventura, porque nos arrima a ser seres diferentes, porque nos permite hacer algo para lo que no estamos anatómica ni mentalmente preparados, porque mantiene viva una forma de transporte que está presente desde hace siglos, porque cuando uno navega tiene la posibilidad de ver el mundo desde otra perspectiva, y si eso no alimenta la imaginación, si eso no pone en "ON" a la maquinita que fabrica maravillas, entonces estamos fritos.

 

Pero además, los botes que fabrica Pocho tienen una particularidad que los vuelve fascinantes, y es que son iguales y cuando digo iguales digo igualitos, idénticos, hasta en su más mínimo detalle, a los que cualquier persona en su niñez dibuja en sus ratos libres, en una hoja o en alguna pared demasiado blanca. Como los que hacemos de papel y probamos con total incertidumbre y esperanza en las aguas torrentosas de las canaletas y desagües pluviales, ese barquito humilde adonde caben no más que 3 o 4 pasajeros, ese que tiene un mástil en el centro y unas velas blancas como nubes, con forma de triángulo. Él elige el color de los botes, con el criterio artístico de cualquier niño en su estado más puro de alegría e inocencia. Arma los remos, que esperanzan la llegada a destino cuando el viento nos abandona a nuestra suerte, con las ramas que les regalan los árboles del barrio y del patio de su conventillo.

 

Pocho camina y se mueve con la pereza de un botecito que surca las aguas del Riachuelo, pero lento va, y hace 86 años que va a paso constante y cuando quiere caminar sigue llegando lejos. Como cuando cuenta que unos años atrás, se fue caminando desde la isla al cementerio de la Chacarita, a pedirle a Carlitos... Gardel obvio, qué otro sino, que salvara a Racing del descenso. "Y nos salvamos nomás", dice apuntando su mirada al cielo como agradeciéndole al zorzal.

 

La cabeza y el corazón de Pocho son una máquina perfecta que al mismo tiempo que recuerda y reproduce imágenes en HD, las bombea sin escalas al corazón de quien actúa de espectador de semejante obra de teatro.

 

Escucharlo es ensuciarse las patas con el barro de las calles del Buenos Aires antiguo, es respirar el carbón que los buques ingleses venían a buscar, es ver al Riachuelo más vivo que nunca, es pararse a contemplar el puente transbordador en su plenitud, es afanarse un tomate de la huerta de algún vecino, es escuchar a los pibes jugar a la pelota en el potrero. Es la anarquía de los "gallegos", es la tozudez de los tanos, son las señoras esperando la llegada de su marido y su hijo mayor, con un plato caliente de comida, es escuchar a Gardel cantar en la radio de la vecina del conventillo, es deslumbrarse con los hermosos colores de las chapas que forjan los hogares.

 

No me quedan dudas de que Pocho Eusebi construye sueños, porque los sueños se le escapan del cuerpo, y de los ojos que todavía le brillan con fuerza. Este viejo anclado a los albores de la vida respira Riachuelo, por que ESE es su hogar. Pocho es madera por que en sus manos están las marcas del cedro, el paraíso, el petiribí, el algarrobo. Por que a pesar de que estas se resistan a transformarse, él con amabilidad y alegría las hizo herramientas, y después muebles para guardar herramientas, y luego molde para hacer barcos, y después esperanza, y más tarde ilusión y trabajo y al final cuando parecía que ya no podían ser otra cosa... este viejo mago de la isla, las hizo libertad.

 

(*) Coordinador de la Fundación ValdoccoTerciario Social Isla Maciel.