Vulnerables vulneradas

Mientras vivía en la calle con su mamá, tiara murió atropellada por un colectivo que aplastó su casita de plástico y cartón. Historias de abandono que se repiten en la ciudad más rica del país y en un barrio donde la vivienda digna está bien lejos. Por Martina Noailles.

 

Vulnerables vulneradas

Tiene apenas 20 años, un tercio de la vida en la calle y una hija muerta. Su pequeña Tiara fue atropellada cuando un colectivo de la Línea 12 arrastró los cartones y plásticos que improvisaban su techo. Fue en una vereda de Barra- cas, un día de mayo lluvioso, que Gabriela se quedó sin lo único que tenía. “Ellos nacieron en una cuna de oro, no saben lo que es la necesidad”, dice ahora sentada en un sillón corroído de un conventillo de La Boca que apenas se sostiene. Como Gabriela.

En el mismo conventillo de la calle Suárez vivió su infancia. En el mismo barrio de los conventillos terminó la primaria. El secundario no. No terminó. Y a los 13 ya empezó a vivir en la calle y en Puerto Pibes, un hogar que abandonó para volver a la intemperie. “En la calle estaba con los que conocía”, desliza.

A los 15 volvió a su casa, al conventillo de la calle Suárez, con su mamá. Pero la adicción la empujó otra vez a las veredas de Tribunales. A metros del Palacio de Justicia. Allí quedó embarazada de Tiara. “Dejé la droga y conseguí un subsidio habitacional. Nos fuimos a un hotel que se llama Abril. Pero el subsidio sólo duró dos meses”. Y volvió a la calle.

Cuando se separó del papá de Tiara volvió al conventillo. Trabajó en la zapatería que su abuelo tiene al lado y a los 18 entró a la Cooperativa Agustín Tosco donde trabajó en el mantenimiento de las calles de La Boca. Pero Gabriela quería independizarse. Así que buscó otro trabajo. Fue en Galerías Pacífico. Hacía doble turno y no podía estar con Tiara. No duró. Perdió el puesto y volvió a la calle. A cuidar coches frente al Teatro Colón.

Y ahí, otra vez llegó un subsidio habitacional. Como no encontraba hotel le pidió a Desarrollo Social porteño que le buscara uno. El que encontraron estaba en Lomas de Zamora, no tenía cocina, ni cama. Y para bañarse tenía que pagar 25 pesos. Estuvo un día y se fue. Gabriela y Tiara volvieron a la calle. A la de Barracas, donde el mecánico del colectivo atropelló a Tiara.

Este año anoté a Tiara en la escuela 11. Empezó sala de 3. En Pavón me daban pañales y en la salita del Cesac, leche. El subsidio no salía”, dice. Gabriela también intentó cobrar la Asignación Universal por Hijo, pero tampoco lo logró. Durante muchos meses le explicaban que era incompatible porque tenía otro plan, uno que Gabriela no sabía que tenía. Era el Ciudadanía Porteña pero en verdad no lo cobraba ella sino su mamá. Era por el grupo familiar. Cuando entendió, ya no le correspondía. Porque ya no tenía a Tiara.

La burocracia también le impidió empezar a estudiar computación y cobrar una beca. Le pedían el certificado de defunción de su papá muerto en Jujuy. No lo consiguió.

Niñez tiene que proteger a los chicos. Pero tuvo que pasar esto… Nadie se hace cargo. A Tiara la velé en Unión de Madres porque la Ciudad me ofreció un lugar re lejos y por sólo tres horas. En Unión pude velarla toda la noche…”. Gabriela se queda en silencio. A la pieza del conventillo entran cuatro perros que buscan refugiarse de la lluvia. “Acá podría pasar lo mismo que en la calle. Se están cayendo y nadie hace nada. No se hacen cargo. Macri no conoce nuestras caras, sólo somos números de un expediente. No saben qué nos pasó en la vida”.