Para la libertad

Ex preso político durante la dictadura, relata su experiencia de militancia en la planta de Molinos y su lucha por justicia y reparación histórica para quienes estuvieron detenidos. Nacido en La Boca, hoy vive nuevamente en el barrio e integra la Asociación Ex Presos Políticos de la Ciudad. Por Luciana Rosende.
 Para la libertad

 

 Eduardo Carunchio estaba en la cárcel cuando nació su hija mayor, Natalia. Corría el año 1976 y él era uno de los tantos presos políticos –llegarían a ser 10 mil- de la dictadura. Nacido en un conventillo de La Boca, fue obrero en la planta de Molinos en Avellaneda y hoy impulsa el juicio por la desaparición de 18 compañeros, dos de sus mujeres y un bebé. Miembro de la Asociación Ex Presos Políticos de la Ciudad de Buenos Aires y de la agrupación de Ex Presos Políticos para la Victoria, celebra la reciente reglamentación de la ley que otorga derecho a pensión graciable a los ex presos políticos. Pero va más allá: “Ahora tenemos que ver qué otras cosas podemos realizar, como talleres desde la experiencia que hemos adquirido. Poder transmitirla a los pibes en los colegios. Eso es lo más importante”.

La mamá de Eduardo siempre fue peronista. El papá, en cambio, era marino y se volvió acérrimo antiperonista cuando su gremio se enfrentó con el gobierno después de una huelga. Los Carunchio se mudaron a Burzaco cuando Eduardo tenía tres años y cursó allí la primaria. En la secundaria, en una escuela de Lomas de Zamora, tuvo su primer acercamiento con la militancia, en el Frente Revolucionario Nacionalista. Terminó el colegio bajo la dictadura de Juan Carlos Onganía y el azar lo ubicó en la capital cordobesa en pleno Cordobazo. Para entonces, estaba cada vez más cerca del peronismo. A los 21 años, Eduardo se casó. Alejandro Lanusse estaba en el poder, y del otro lado de la Cordillera gobernaba un presidente socialista: Salvador Allende. Por eso, la flamante pareja viajó de luna de miel a Chile. "Bajamos un día a la plaza de la Moneda y veíamos a los militantes comunistas que les daban volantes a los militares. Decíamos ‘están locos, ¿qué les pasa?’. No podíamos creer ese tipo de cosas", recuerda con sonrisa.
 
Tiempo después, ya como militante de la Juventud Trabajadora Peronistas (JTP) e incorporado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Eduardo entró a trabajar al diario Noticias como administrativo. "Ahí conocí al Perro (Horacio Verbitsky), Paco Urondo, Juan Gelman, Miguel Bonasso. Estaban todos". Tras la clausura del diario por parte del gobierno de María Estela Martínez de Perón, Eduardo tuvo que buscar otro trabajo. Estuvo un tiempo en una curtiembre en Lanús y luego entró a Molinos, en 1974. Fue peón de patio, después pasó al taller y finalmente al laboratorio. "Teníamos que limpiar las probetas, preparar todo para hacer los análisis de los distintos productos: pan rallado, aceite", describe.
"Éramos unos cuantos que veníamos de Noticias y el grueso era de la JTP. Pero el sindicato estaba copado por la burocracia", relata. Entre 1974 y 1975, Eduardo participó de varios paros y tres tomas de la planta. Las medidas eran por reclamos salariales y de mejores condiciones de trabajo, pero también por reivindicaciones como los "precios máximos". "Era todo un drama para conseguir una botella de aceite. Pero nosotros sabíamos que estaba lleno. Es más, después encontraron en Avellaneda depósitos clandestinos de Molinos donde tenían la mercadería encanutada. Entonces planteábamos ese tema", destaca.
 
En enero de 1975, Eduardo fue detenido por primera vez. Estaba junto a un compañero, Daniel Escudero, yendo a una cita de militancia. Ambos estuvieron secuestrados en algún lugar que no lograron identificar y luego fueron llevados a Coordinación Federal. Al año siguiente, ya en dictadura, el sitio sería un centro clandestino. Pero la picana ya funcionaba en 1975. Cuando fue liberado, Eduardo volvió a la fábrica. Pero un compañero de la comisión interna le sugirió marcharse. "Mirá, gordo, está medio complicada la situación, mejor que rajes", le dijo.
 
Entonces Eduardo se mudó a Mendoza, donde consiguió empleo en La Campagnola. Su militancia allá continuó y cayó preso por segunda vez en diciembre de 1975. Desde el penal mendocino fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata. Saldría en libertad recién antes del Mundial de Fútbol de 1978.  Estaba en cautiverio cuando un operativo de secuestro masivo se llevo a más de 70 de sus ex compañeros de Molinos. "Se dice que son 18 obreros de Molinos desaparecidos, más dos de sus mujeres y un bebé. Pero del total de los compañeros hay muchos, como Vázquez o 'Verdura', que no fueron levantados de la fábrica, porque ya habían renunciado. Los fueron a buscar a otro lado, ya estaban marcados", explica Eduardo.
 
"El sindicato fue como una pata más dentro de la represión: el sindicato, la empresa y los militares. El terceto", sentencia. Y aclara que hoy el rol del sindicato aceitero es bien distinto: aportó las actas de aquella época para la investigación judicial. En cuanto al rol de la empresa, recientemente fueron allanadas sus oficinas y se incautaron 24 cajas con información, que está siendo estudiada.
 
Ya en plena democracia, Eduardo volvió a su barrio natal: La Boca, donde vive ahora. Mientras aguarda expectante el desarrollo del juicio por sus compañeros de Molinos -donde ya prestó declaración en la etapa de instrucción-, milita para que los ex presos políticos tengan más derechos; para exigir justicia y rescatar su historia. "Con esto de la pensión están los que salen a decir ‘miren lo que le van a pagar a un subversivo’. Pero también hay muchos compañeros que están amputados, que tienen problemas de salud complicados. Hay algunos que hemos podido trabajar, que nos pudimos armar porque tuvimos la suerte de tener amigos que ayudaron, tiraron una mano laboralmente -compara-. Pero otros que vivían en un pueblo como Quitilipi, en el Chaco, y cuando volvieron nadie les dio nada. Les rajaban todos. Ahora hay muchos que van a poder empezar a cobrar una pensión y acomodarse un poco, tener obra social, hacerse estudios".