Ni un pibe menos

En el Día Nacional contra la Violencia Institucional, maestros, vecinos, trabajadores sociales y organizaciones territoriales del sur de la Ciudad se unen para denunciar un aumento de muertes violentas de las que son víctimas chicos y jóvenes de sus barrios. Zonas liberadas, gatillo fácil e incendios se multiplican por acción u omisión del Estado. Por Martina Noailles

Ni un pibe menos
“Tenemos que ponerle palabra a lo silenciado. No nos podemos hacer los boludos. No podemos permitir que las muertes de los pibes se naturalicen”. La maestra del Bajo Flores escupe la realidad del barrio frente a otros que no se sorprenden. En los pasillos de las villas donde trabajan, en las calles que militan, en las manzanas donde viven, los pibes muertos de forma violenta también se cuentan con más de una mano durante los últimos años. Y ven que el concepto de violencia institucional como reflejo del gatillo fácil en manos de las fuerzas de seguridad queda chico. En la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires el Estado mata por acción, pero también por omisión. Libera zonas donde avanza el crimen organizado del narcotráfico; vacía programas sociales y educativos dejando a los adolescentes a merced de ese mismo crimen; vulnera sus derechos a una vivienda digna y deja que el fuego avance sobre paredes de chapa y madera. Abandona. En los márgenes del sur porteño el Estado abandona a quienes más debe proteger. Los pibes vulnerables son vulnerados. Los muertos que casi no tuvieron tiempo de vivir se multiplican.
 
Y ahí aparece esta necesidad de reunirse, organizarse, poner en palabras, visibilizar. Al principio se juntaron por barrio: en La Boca se armó un espacio formado por trabajadores de la educación y de la salud, vecinos, organizaciones y militantes territoriales que el año pasado marcharon tras la muerte de Gonzalo Reynoso, de 16 años, asesinado por otro adolescente de una puñalada. Se autodenominaron La Boca Resiste y Propone y en la calle y en las paredes exigen al Estado “Basta de Pibes Muertos. Por un presente con inclusión, para un futuro digno”. Denuncian que en el barrio, los incendios en conventillos les arrancaron la vida a 14 chicos en los últimos 6 años. “Y eso también es violencia institucional”, aseguran.
 
Al mismo tiempo, otra muerte de una niña, Cinthia Ayala, en villa 21-24 generó la reacción de sus maestros y su comunidad. Salieron a gritar y denunciar. Cinthia tenía ocho años y murió en diciembre pasado bajo las balas de un tiroteo, como años antes había pasado con Kevin, de 9 en la Zavaleta. “La violencia en la niñez está naturalizada por ser cotidiana. Por más dolor y tristeza que sienten, los chicos expresan desapego porque conviven con ella. No podemos permitir que nos arrebaten más pibes”, dice Joaquín, maestro en una escuela de villa 21 .
 
En Bajo Flores, en la 1.11.14, la violencia también va en aumento. El recuerdo de los muertos en manos de la policía, como Ezequiel Demonty, reaparece ahora con los adolescentes y jóvenes asesinados por la violencia narco que resuelve sus conflictos a punta de pistola en territorios liberados por la corrupción y la complicidad de las fuerzas de seguridad. Un entramado que, en Cinturón Sur, está formado por la Prefectura y la Gendarmería además de la Federal y la Metropolitana.
 
Con esta realidad en el cuerpo, los maestros de los pibes muertos en este sur del distrito más rico, quienes los atendían en los centros de salud, les daban de comer en una organización o intentaban arrancarlos de la calle con alguna actividad recreativa decidieron unir sus voces. Provenientes de La Boca, Bajo Flores, Barracas, Lugano, Soldati comenzaron a reunirse para ver cómo ponerle palabra a tanta realidad silenciada. Lo primero que surgió de forma colectiva es un documento a partir de conmemorarse el 8 de mayo Día Nacional contra la Violencia Institucional (ver en pág 3). 
 
“Nos resistimos a que el saldo de la despolítica sea la vida de nuestros pibes, nos resistimos a la indiferencia, a naturalizar la pérdida, a cuantificarla. Nos resistimos a la muerte evitable y proponemos la vida. Este es nuestro compromiso con Gonza, Pitu, Pola, Dibu, Jonhi, Nehuen y tantos otros pibes y pibas de éste, nuestro barrio, y de todos los barrios del sur muertos en incendios de conventillos que deberían ser vivienda digna, en zanjas donde debería haber cloacas, atropellados en casillas improvisadas en una vereda mientras el subsidio habitacional no llega, en gatillos fáciles o tiroteos en zonas liberadas donde debería estar el Estado protegiéndolos”, dicen los hombres y mujeres organizados en La Boca que decidieron empezar a relevar y llenar de historias, los nombres de los chicos que murieron de forma tan violenta como evitable durante los últimos años en el barrio. Para ayudar a romper el silencio y la estigmatización que los medios de comunicación masiva hacen de los muertos cuando son jóvenes y pobres, aquí van algunas de sus historias.  
 
David Monzón (13 años), Emanuel Monzón (11 años), Ezequiel Monzón (9 años), Jesús Monzón (7 años), Belén Bocanegra (4 años) y Celeste Bocanegra (1 año): Los seis hermanos vivían en la estructura abandonada del Banco de Italia y Río de la Plata, en la esquina de Almirante Brown y Suárez, cuando el 10 de enero de 2009 un incendio destruyó rápidamente las construcciones de chapa, cartón y material que se levantaban dentro del edificio. No pudieron salir.
 
Tiara Flores, 3 años: Murió el 11 de mayo de 2014 cuando un colectivo de la Línea 12 atropelló la casilla donde vivía en la vereda de Quinquela Martín y Azara, Barracas. Tiara había empezado sala de 3 en la Escuela 11 de La Boca. Su mamá siempre vivió en La Boca en un conventillo de Suárez y Palos. Estaban tramitando el subsidio habitacional.
 
Benjamín César Santino Paja, 1 año y medio: El 13 de julio de 2011 murió en el incendio del Hogar de Tránsito de Olavarría 986, dependiente de la Ciudad, donde vivía con su familia. Matafuegos vencidos. Hacinamiento. La mayoría de las familias que vivían allí habían sido desalojadas de Brandsen 660 en 1998. El hogar ya había sufrido otro incendio en 2004 sin víctimas de milagro.
 
Víctor Herrera y Héctor Herrera, de 11 y 9 años. En La Boca todos los conocían como el Pola y el Pitu. Vivían en el conventillo de Melo y Coronel Salvadores cuando el 13 de octubre de 2013 se incendió intencionalmente. Los chicos jugaban a la pelota en la canchita de la vía y Salvadores y participaban de las actividades de Casa Raphael. Iban a la escuela 4 “José Berruti”, de Quinquela e Irala.
 
Gonzalo Reynoso, 16 años: Murió el domingo 19 de octubre de 2014 luego de recibir una puñalada a plena luz del día. Fue en la esquina de California y Pedro de Mendoza donde funcionaba un parador para adolescentes en situación de calle y de adicción, que había sido instalado en La Boca por el Gobierno porteño sin ningún tipo de articulación ni integración. Gonzalo encontró la música, el juego, la educación y la contención en distintos espacios comunitarios del barrio. Era amigo de Pitu y Pola y de Dibu, otro chico asesinado en barrio chino un puñado de años antes.
 
Diego Nicolás Núñez, 18 años: Vivía en La Boca. El 19 de abril del 2012 fue asesinado en Caballito por el policía de Interpol Pablo Alberto Carmona. Le fusiló con 5 tiros a corta distancia. Ese día cumplía 18 años. La familia estuvo varios días buscándolo. Carmona está absuelto.
 
Sebastián Olmos, 17 años: El 15 de junio de 2006 murió al caer del primer piso, cuando intentaba escapar del fuego que destruyó el conventillo de Lamadrid 1015. Después de su muerte, sus compañeros de la Casa del Niño, en Plaza Matheu, impulsaron una campaña destinada a los chicos, para concientizar sobre los incendios en conventillos. En la Plaza se levanta un monolito que lo recuerda.