"Vos aparecés, pero en el Riachuelo"

 

Emiliano Ulloa intentó interceder para que la Prefectura no siguiera golpeando a otro joven esposado y en el piso. La respuesta fueron golpes y amenazas para él, y una causa armada donde lo acusan de robo. Un nuevo hecho de violencia institucional en La Boca, esta vez de la mano de prefectos. Por Martina Noailles

 

"Vos aparecés, pero en el Riachuelo"
Cuando Emiliano frenó con su bicicleta en la canchita de Catalinas nunca pensó que minutos después los fantasmas de Ezequiel Demonty, Luciano Arruga y tantos otros pibes rondarían su cabeza. “Por principios”, Emiliano decidió interceder para que dejen de pegarle a un muchacho que estaba tirado en el piso y esposado. Volvía de trabajar y planeaba festejar el día del amigo. Pero frenó: “Ya está, ya lo tenés”, le dijo al prefecto mientras otros patrulleros comenzaban a rodear el lugar. Supuestamente, unos pibes le habían robado un celular a otro. Ante el reclamo de Emiliano para que cesen los golpes, el uniformado le escupió un “no te metás”. Pero no le alcanzó: le pidió a otro colega de la fuerza que lo detuviera. “Me sacaron el celular, la mochila y la bicicleta y me arrastraron hasta la garita que la Prefectura tiene en Brasil y las vías, cerca de la subida a la autopista La Plata”, relata el joven de 26 años que desde hace quince vive en La Boca.

Ahí, en plena calle, entre 10 y 15 prefectos comenzaron a pegarle. “Se ocuparon todo el tiempo de que tenga la cabeza bien para abajo, me repetían 'no me mirés, no me mirés'". Unos le decían “vos sos chorro”. Otros, entre golpe y golpe, le explicaban que estaba ahí por haber agredido a un oficial. Hasta ese momento los prefectos no se habían puesto de acuerdo en el próximo paso: involucrar a Emiliano en el robo y armarle una causa trucha.

Tirado en el piso, ante cada piña, Emiliano sólo repetía bien fuerte su nombre y apellido. Hasta que un prefecto le contestó: “Vos quedate tranquilo que en 3 ó 4 días aparecés, pero en el Riachuelo, y tu mamá se va a enterar”. “En ese momento tuve miedo de ser uno más de los tantos que desaparecen y después aparecen muertos… Por eso le gritaba a todo el mundo que pasaba mi nombre y apellido. Hasta que llegó la ambulancia, yo tenía la certeza de que me iban a dar un tiro y a tirar al Riachuelo”, recuerda una semana después, sentado en un bar del barrio.

Emiliano vuelve al relato cronológico como si contara una película donde el protagonista es él. “Cuando llega el SAME le doy mis datos al médico y le ruego: acordate de mi. Después me suben al patrullero junto al otro muchacho y nos llevan a la comisaría 24”. Como no podían tener detenidos por estar en construcción, de allí lo envían a la seccional 30 a donde pasa dos noches. Para entonces, y gracias a un mensaje de texto que Emiliano le logra enviar a su papá, la familia y sus amigos empezaron a moverse. “Cuando vi a mi viejo, por primera vez pude respirar tranquilo”, confiesa.

En la comisaría 30 apenas lo revisan. Recién dos días después de la detención, ya en la Alcaidía de Tribunales, un médico forense constata las heridas que concuerdan con el tiempo que pasó desde los golpes. Y tras la declaración que le toman allí se abre la causa cuya carátula reza: Prefectura Nacional Argentina sobre Apremios ilegales. En ese expediente ya se sumó como representante de Emiliano la Defensoría General de la Nación. El caso lo tomó su Equipo contra la Violencia Institucional y es el primero de asistencia gratuita a víctimas luego de un acuerdo entre el organismo y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. El día en que se firmó el convenio Emiliano estuvo presente. Hacía apenas unos días que había salido en libertad. “Había muchas madres de pibes que mató la policía, todas sabían quién era yo, qué me había pasado… fue gratificante, todas me abrazaban, fue muy fuerte, todas me decían que estaban orgullosas de mi… fue una avalancha de emociones. Era como un hijo”. Emiliano baja la vista, toma algo de aire y vuelve a los golpes: “El objetivo de ellos es quebrarte. No físicamente sino psicológicamente. Incluso estando ahí adentro me pregunté a mi mismo si había hecho bien en meterme, tuve un conflicto interno. Pero después que salí, hoy, estoy convencido que hice lo que mis principios me decían. Y que lo volvería hacer”.

Emiliano salió en libertad 4 días después. Aunque no tenía antecedentes, lo dejaron salir bajo una fianza de 6 mil pesos. Adentro, su mayor preocupación no era solamente no ser enviado a una cárcel. El último día en lo único que pensó era en su mamá. Era su cumpleaños y no podía estar con ella.

La mamá de Emiliano es parte del Grupo de Teatro Comunitario Catalinas Sur. Se ocupa del vestuario. También actuó en varias de sus obras. Como el Fulgor Argentino, donde Emiliano hacía de Juancito. Era chico. Después hizo el curso de sonido y cuando el Grupo necesita una mano él se acerca. Hoy su cabeza está puesta en el restaurant donde trabaja desde algunos meses como ayudante de cocina. “Siempre me dediqué al servicio técnico de computación, pero un día me cansé de estar sentado delante de la computadora. Me pregunté qué me gusta hacer: cocinar”

- ¿Te cambió en algo pasar por lo que pasaste?

- Me cambió de una forma contraria a lo que ellos buscaban: no sólo no me aplacaron mis ideales sino que los realzaron. Yo siempre supe que la Prefectura, la Policía, cualquier fuerza hacía lo que hacía, pero vivirlo en carne propia no es lo mismo. Sé que buscan que vos agaches la cabeza y digas para qué me metí. Pero conmigo, por lo menos, no lo lograron. No me quebraron.

La causa que le armaron es ahora una de las mayores preocupaciones de Emiliano. “Aunque sea trucha, si salgo a buscar trabajo o cualquier trámite me aparece. Pero se va a caer, porque yo soy inocente”, asegura y aclara: “Ahora hay que denunciar a esa gente y que quienes me torturaron física y mentalmente no queden impune; que no se queden acá haciéndole a los pibes del barrio lo que me hicieron a mi”.