El herrero artista de La Boca

Embarcado en un gran cambio, como esos que le sabe hacer al metal, transformó su mensajería en taller. Sin perder su mirada social hacia el barrio que lo abraza, hoy rompe fronteras y sus obras comparten catálogo con las de Quinquela, Berni y León Ferrari.  Por Leandro Vesco

El herrero artista de La Boca

“Yo cambié seguridad económica por felicidad. Hago lo que me gusta, ese cambio tan importante que decidí, no lo tranzo”, la sentencia de Diego Castro resume el rasgo más característico de su personalidad. La perseverancia y el no tenerle miedo a las decisiones ni al trabajo. A los siete años la realidad le fue esquiva y tuvo que salir a vender churros con su hermano a la estación de Moreno para ayudar a la economía familiar, desde entonces hay una frase que Diego no se cansa de repetir: “Nunca paré de trabajar”. Este escultor nacido en Parque Patricios que aprendió de forma autodidacta el oficio de darle vida al hierro es un verdadero laburante del arte que se instaló en La Boca y que reflexiona: “El barrio viene mutando desde lo estético, pero desde lo social no se incluye a los vecinos”

 
Nació el 18 de abril de 1970, es quemero. “Pero nos llevamos bien con los boquenses”. A temprana edad se fue a vivir con su familia a La Reja. “Era una zona de quintas y había que generar recursos”. Hizo el servicio militar en la época del asalto a La Tablada. “Hubo muchos chicos como yo en aquel entonces muertos, me quebré el brazo para irme de la colimba. Jamás soporté la autoridad militar”. Trabajador, Diego siempre generó sus propios medios para vivir. Hizo un sinfín de actividades, fue propietario durante veinticinco años de una mensajería con sede en La Boca, en el mismo lugar en donde hoy funciona su taller, a metros de la Bombonera donde se siente el latir del gigante boquense. Su vida fue mutando como ese barrio que hoy lo contiene.
 
“El arte siempre estuvo ahí, desde la parte lúdica. Siempre tuve necesidad de hacer cosas con las manos. Pero tengo que sentir que estoy jugando, sino siento eso, no puedo trabajar”
En plena crisis del 2001 se fue a Brasil para ponerse un bar a metros del mar. Luego la Rosa de los Vientos lo llamó a cruzar el Atlántico e hizo su desembarco en Barcelona con su esposa Paula. Allí la obra de Gaudí lo fascinó. “Ver cómo logró hacer una obra tan orgánica e irregular, fue increíble” Y allí, en tierra europea, estuvo en contacto con trabajos que tuvieron que ver con la construcción y la soldadura. El metal, ese elemento que sólo voluntades impetuosas pueden moldear, fue metiéndose poco a poco en su vida y en sus sueños.
 
De regreso a Argentina, Diego tuvo que volver a decidir. Seguir con la mensajería o entregarse a la herrería, el metal lo llamaba, no con el afán artístico, sino como medio para nuevamente generar recursos. Supo que era el momento de dejarse llevar y mostrarle sus cartas a la vida y hacer. En donde antes tenía la oficina de la mensajería, instaló entonces su taller de herrería.
 
Allí dejó que sus manos hicieran, pero al poco tiempo el trabajo de herrero le dejó tiempo para jugar y comenzaron a salir las primeras obras. El cambio tenía una bifurcación imprevista: si la herrería le trajo recursos, el metal le mostró una cara vedada para pocos; la clave para hacer arte con un elemento que sólo algunos pueden darle vida.
 
Su taller de Aristóbulo del Valle es una gruta urbana donde hay magia y el aire tiene gusto a experimentación, están allí algunas de sus obras, una enorme parca que anuncia la contaminación del polo petroquímico del Doque, formas orgánicas que se mezclan con herramientas, el alma de ideas que están en formación, y la gestación de una realidad que lleva a territorios de metal delicado. Su overol está manchado de ideas y su suciedad es real. Pasa horas intentando dar vida a sus golems de metal, procurando crear el movimiento y la gracia a lo que es frío y rígido. “Visualizo algo y cierro una idea, esta idea sufre cambios todo el tiempo. Va creciendo a cada momento. Pero cuando creo que termino, allí me doy cuenta que las obras no tienen fin”, reflexiona cuando ve las facciones de ese esqueleto que critica la impunidad del poder en una de las zonas más pobres del sur capitalino.
 
Hasta hace poco sólo presentaba sus obras en lugares alternativos, hasta que la recompensa llegó luego de tanto trabajo. A la última edición del Arte BA entró invitado por Eloísa Cartonera, tuvo un día para decidir qué trabajos mostrar y los llevó. El curador para Latinoamérica del Guggenheim, no pasó por alto esas formas finas y detallistas de su obra y pidió su contacto. “Está bueno que lo que termino se vaya”, comenta cuando cuenta la venta de su obra en el exclusivo salón porteño. “Ni siquiera estaba rotulada, pero para los críticos era el herrero de La Boca que se había colado al Arte Ba”. Mal no le fue. En estos días el Museo Sívori lo incluyó en su tradicional remate anual, compartiendo catálogo con obras de Quinquela, Berni y León Ferrari, entre otros genios.
 
Diego, que está en contra del poder mal empleado, critica el actual gobierno municipal. “Ha sacado a mucha gente del barrio. Se ejerció el poder con brutalidad”, al mismo tiempo reconoce que La Boca lo ha adoptado. “Apenas llegué los vecinos se vinieron a presentar”. Cae la noche, y las manos de este obrero del arte dibujan formas en su mesa de trabajo. Verlo soñar a Diego Castro nos devuelve la imagen de los antiguos artistas de La Boca, que tomaban al arte como un trabajo más.
 
Fb/arte.soldarte – diego_adriancastro@hotmail.com