Cómo sobrevivir a primer grado y no morir en el intento

Los chicos de primer grado del sur porteño tienen el índice de repitencia más alto de toda la Capital. Necesidades básicas insatisfechas, familias numerosas, padres semianalfabetos y programas educativos que intentan lidiar con todos estos problemas.
Cómo sobrevivir a primer grado y no morir en el intento

Eric tiene una dificultad. No logra copiar solo la fecha que su maestra escribe al comenzar el día en el pizarrón. De cara regordeta y ojos brillosos, Eric es uno de los tantos chicos de primer grado cuyo proceso de aprendizaje en lecto escritura necesita una atención personalizada. Su escuela –la número 24 de Pompeya- es una de las 56 que la secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad incluyó en el programa “Maestro + Maestro = Éxito Escolar”.

Dicho programa intenta responder a dos demandas recurrentes de los primeros grados de las zonas más pobres de la Capital: disminuir la alta repitencia de alumnos y las enormes dificultades que presenta la enseñanza de la lectura y la escritura. De este modo, al docente habitual de primer grado se le suma otro, encargado de ayudar a quienes tienen más inconvenientes. Se trabaja personalizadamente, buscando estrategias especiales para cada caso.

Es una “labor invisible” a los ojos de los chicos, ya que no se los retira del aula ni se les da actividades diferentes a las de los demás compañeros. Se trata de apuntalarlos y hacerles un seguimiento más individual. En la práctica, ese docente extra realiza actividades como la de escribirle a Eric la fecha que no logra copiar del pizarrón en un papelito, para que él consiga hacer lo que comprendió como: “Hacer lo que dice ahí”.

“Maestro + Maestro” es uno de los programas que no funciona en todas las escuelas porteñas sino sólo en aquellas que están dentro de lo que se denomina “Zonas de Acción Prioritaria” (ZAP), ubicadas en barrios como La Boca, Villa Lugano, Villa Soldati, Barracas, Mataderos y otros que presentan importantes desigualdades sociales, económicas y culturales respecto de otras zonas.

Abismos
Carlos López, “maestro ZAP” de la escuela de Eric, vive a diario esas desigualdades. “Yo además trabajo en una escuela municipal de Caballito y la diferencia es abismal”, dice. “Acá los chicos recién ahora están escribiendo bien su nombre y reconociendo los números del 1 al 10. En Caballito la mayoría entra a primer grado conociendo los números y ya sabe leer. La historia es totalmente distinta”.

El por qué de estas diferencias tiene una respuesta tan concisa como trágica: el contexto social de los alumnos. López considera que “la motivación que le pueden dar los padres es fundamental” y que se logra a través de pequeños actos, como leerles un libro de cuentos o ayudarlos a hacer su tarea. Pero esto no es posible en todos los hogares porque, como explica la vicedirectora y coordinadora del primer ciclo de la escuela 24, María Teresa Greeszczuk, “lo que pasa con los chiquitos de la mayoría de las escuelas de las zonas ZAP es que la única ayuda que reciben es de parte de la escuela porque los papás son semianalfabetos o tienen otro tipo de problemas”, como no tener un empleo estable, mantener familias numerosas o pasar la mayoría del día fuera del hogar. Esos padres “no pueden pagar una maestra particular que apoye a los nenes, o sea que toda la ayuda la reciben de la institución”, dice Greeszczuk.

Estos problemas, que exceden lo educativo, hacen que los chicos lleguen al aula sin lápices ni cuadernos, que al final del día alguien deje la escuela sin un útil porque un compañero se lo robó o que un alumno diga: “el otro día vi cuando un chorro se metió en una camioneta”.
Gladis Kochen, coordinadora ZAP, afirma que la gran brecha social entre las distintas zonas se refleja claramente en indicadores educativos, “sobre todo en la zona sur de la ciudad, donde la mayoría de la población de chicos tiene las necesidades básicas insatisfechas”. Sostiene: “Cuando empezamos con el programa, en septiembre de 1998, la media de repitencia en primer grado de Capital era aproximadamente de 7,3 por ciento, y en la zona sur del 12 por ciento. El año pasado hicimos un relevo en todas las escuelas de la ciudad y vimos que la repitencia se redujo un 5%”, lo que constituye una avance en un panorama social que no deja de ser poco alentador.

El director de la escuela República de Chile de La Boca, Héctor López, coincide en que “Maestro + Maestro” ayudó a disminuir la repitencia en su escuela, índice que ahora ronda el 8 por ciento, pero subraya que en todo su distrito escolar  “falla el apoyo técnico. Faltan especialistas en psicología y psicopedagogía ya que se trata de chicos que necesitan un apoyo psicológico fuerte que la escuela no tiene, y cuando se los deriva al hospital no hay turnos o los padres no los llevan”.

En este contexto, repetir primer grado no es una experiencia traumática sino algo casi normal, sobre todo si se considera que la cantidad de repitentes aumenta debido al gran número de chicos que ingresa a primero sin haber pasado por preescolar. Hace unos años existía un concepto generalizado según el cual en el jardín de infantes no se enseñaban contenidos; si bien hoy se sabe que esa idea es totalmente errónea, no son mayoría los chicos que fueron al jardín. Quienes sí lo hicieron corren con una gran ventaja: ingresar a primer grado sin la “mano dura”, es decir, con un buen manejo del lápiz gracias al desarrollo de la motricidad fina, y del espacio gráfico en la hoja de trabajo, logros básicos para empezar a leer y escribir.

Para asumir la responsabilidad que implica ser un docente del programa  “Maestro + Maestro”, todos los que están en estos cargos fueron especialmente preparados. Recibieron una capacitación específica en dos áreas: una ligada especialmente a la lecto escritura y otra centrada en la contextualización cultural, mediante la cual se los preparó para lidiar con problemas como violencia, fracaso escolar y otros específicos habituales en las zonas de acción prioritaria. Además, se los seleccionó de acuerdo a un puntaje (otorgado por la Junta de Clasificación Docente) y debieron pasar un concurso que apuntaba a comprobar que tuvieran el perfil adecuado para trabajar en situaciones adversas.

Los docentes califican a su trabajo como “desgastante” porque implica luchar contra una realidad social, económica y cultural que los excede. Pero también saben que están poniendo su granito de arena: “A pesar de todo hay chicos que se esfuerzan por salir adelante y es muy lindo ver sus avances. Son pequeñas cosas que hacen pensar que vale la pena seguir...”.

Mariana Comolli