Todo(s) por un techo

La Cooperativa Solidaria Suárez se creó hace 15 años, en plena crisis. El camino hacia la vivienda no fue ni es fácil. Hoy, ya con terreno propio, sus integrantes siguen unidos y con más fuerza que nunca para construir bajo la autogestión. El 15 de julio harán un festival para recaudar fondos. Por Pablo Waisberg

Todo(s) por un techo

 No bajar los brazos. Esa esa fue la promesa que se hicieron hace varios años los integrantes de la Cooperativa de Vivienda Suárez y con esa decisión como bandera van caminando de a pasitos. El objetivo es tener el techo propio y para eso, cada sábado, organizan una “Feria del plato” y ahora van por un festival musical para el 15 de julio. La plata que juntan es para sostener la administración de la cooperativa, que logró comprar un terreno sobre la avenida Patricios y ahora avanza para alcanzar los permisos para construir sus viviendas sobre lo que fue la vieja fábrica de jeans Casa Kleiman, que quebró durante los noventa.

 
La nueva etapa, esta en la que se pusieron a empujar el carro con todas sus fuerzas, empezó en en abril -aunque desde el año pasado hacían prepizas- y cada sábado reciben pedidos de los vecinos, que aportan lo suyo para que la rueda de vueltas. También abren una Feria Americana, que funciona los sábados desde media mañana hasta pasado el mediodía. Pero la estrella de todas sus ferias fue la “Gran pollada” de fines de junio, que coordinaron los cooperativistas de origen peruano: pusieron al servicio de la cooperativa esa herramienta de solidaridad que su comunidad conoce bien y vendieron más de cien porciones.
 
“Es un ayuda mutua, se hace cuando un vecino tiene una necesidad. Se hace, por ejemplo, cuando se necesita plata para remedios o para pagar una visita al médico o cuando hay que reparar algo y no se tiene el dinero. Los vecinos ayudan”, explica Vincen Solis, un albañil de 45 años, que junto a su mujer y sus dos hijos están dando pelea por la casa propia. Mientras él habla, en el predio que compró la cooperativa se fríe pollo en aceite y se acomodan porciones en papa en un montón de bandejas.
 
A su lado, Alicia Pérez, que trabaja limpiando casas y está estudiando peluquería, asiente. Tiene 43 años y tres hijos. Al igual que Vincen llegó hace tiempo desde la zona de la selva peruana, que limita con Brasil. Y trabajando y estudiando conoció a Perla Doldán, una de las cooperativistas que se sumó en 2005 y que en los últimos años terminó el secundario en el Bachillerato Popular Germán Abdala y acaba de empezar el Profesorado de Historia Alfredo L. Palacios, en la Sociedad Luz, en Suárez el 1.300.
 
La cooperativa nació entre 2001 y 2002 con el país flotando a la deriva en medio de la crisis social, política y económica más grande de su historia. Sobre ese escenario intentaron pararse diez familias para soñar con el techo propio y utilizar los derechos que les concede la Ley 341, que permite acceder a créditos blandos para la compra de viviendas en proyectos colectivos, pero el  torbellino económico fue más fuerte. Lograron rearmarse hacia 2005 y ahí se dieron cuenta de que algunas cosas no funcionaban correctamente en la cooperativa: las cuotas las cobraba casa por casa la presidenta Raquel García, cada tanto había un grupo de socios morosos que eran echados y se sumaban socios nuevos y nunca se terminaban de conocer todos los integrantes.
 
La situación tomó otra dimensión cuando ese año lograron comprar el terreno, en Patricios al 700, y la posibilidad de construir viviendas para 61 familias se hizo tangible. El financiamiento llegó de parte del Banco Ciudad. En ese momento un grupo de cooperativistas pidieron explicaciones: querían ver los libros, saber cuánta plata se recaudaba, en qué se gastaba. El reclamo terminó en una causa judicial contra García y la intervención del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), que hasta ese momento había dejado hacer sin demasiado control.
 
Desde 2007, la cooperativa estuvo bajo una intervención judicial que duró casi diez años. Pasaron tres interventores y el cuarto, José Blas Fiddiemi, logró algunos avances. Además, junto a los cooperativistas trabaja un equipo técnico, conformado por un arquitecto, un abogado, una socióloga y un contador. Todos ellos fueron provistos por el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) porque la ley prevé esa asistencia.
 
“Acá se conjugaron varias cosas. Por un lado el desconocimiento de lo que es la autogestión y por el otro la idea de ‘te voy a dar tu casa’ y eso es un terreno ideal para que se hagan negocios tramposos”, dice Perla, que hace unas sopas paraguayas sabrosísimas, y Nilda Arandibar, de pie a su lado, confirma la teoría: “Nos íbamos y volvíamos. Es que nos habían ilusionado cuando nos dijeron que en el 2010 íbamos a tener nuestro departamento. Pero ella nos iba a buscar y acá estamos”.
 
Nilda tiene 41 años y hace más de veinte se vino a Buenos Aires desde Jujuy. Ahora es enfermera y trabaja en hospitales y en internaciones domiciliarias pero quiere ir por más: está terminando la especialización que se da en el Hospital Borda y ya hace planes para cuando se reciba. Pero este último sábado de junio, al igual que una decena de sus compañeros y compañeras, está distribuyendo pollo, papa y repollo en bandejas. Todos están, de alguna manera, acomodando lo que será su casa.
 
Cómo conectarse
Facebook/Cooperativa Solidaria Suárez
Av. Patricios 717, Barracas.