Ailén del sur

La única gimnasta argentina que participó en los Juegos Olímpicos Río 2016 nació en La Boca y vive en Barracas. Su nombre es Ailén Valente, tiene 20 años y le regaló a Sur Capitalino su historia y sus sueños. Por Facundo Baños

Ailén del sur

 Ailén Valente nació en marzo de 1996 y un par de meses después Argentina se colgó tres medallas en los Juegos de Atlanta. El boxeo de bronce y la plateada de Camau Espínola en yatching se llevaron las tapas de los diarios. Ailén dormía en su cuna, en algún rincón de La Boca, y Argentina coleccionaba más de 40 años sin arañar una dorada. La última había sido del remo, en el agua escarchada de Finlandia.

Está hablando por teléfono en la esquina de El Progreso y tiene una remera que dice Río. No es que se la pase riendo, es que acaba de llegar de Río de Janeiro. Es que sus 20 años le bastaron para convertirse en una atleta consagrada: Ailén fue la única gimnasta argentina que participó de los Juegos Olímpicos de Brasil. Y no sólo representó a su país sino también a este sur medio dejado de Buenos Aires, siempre tan arrinconado contra un río menos alegre. Por eso nos encontramos en el café y empezamos a charlar.

Un año vivió en La Boca y el resto fue de Barracas. Siempre en el mismo edificio, nunca más una mudanza. Probablemente sea su mayor estabilidad, porque Ailén es todo movimiento: su danza sobre la pedana es una forma bella de mostrarle al mundo cómo vive. Entrenando desde pequeña, ahorrando el tiempo que las otras chicas despilfarraban, apretando horarios para que le alcance el día, yendo y viniendo con mudas en la mochila, aprendiendo a comer lo justo, llegando a casa con luna. Cansada pero feliz de esa vida rara que hacía todos los días.
 
Y no le pesó Río. Ya la había pasado mal en el mundial de Glasgow, el año pasado, cuando acabó compitiendo con las otras chicas argentinas para ver cuál de ellas estaría en los Juegos. Ailén explica que la gimnasia no te da respiro porque son muchas instancias de competición y que eso te va desgastando, sobre todo a nivel mental. El acompañamiento psicológico de los gimnastas forma parte de la rutina y por eso es poco frecuente ver sucumbir a un atleta en medio de su exhibición. Pero el desgaste que siente Ailén tiene que ver con repensar y replantearse sus ganas de seguir adelante: “Me pasé la vida adentro de un gimnasio y no puedo hablar de otra cosa porque es de lo único que sé. Hoy tengo ganas de abrir un poquito más la cabeza”. Quiere estudiar kinesiología, ya se anotó para dar dos materias del CBC. No va a dejar de entrenar y es posible que pronto vuelva a competir, pero quiere empezar a mechar su trabajo con horas de estudio.
 
En su edificio todo el mundo conoce a la vecina atleta, y cada vez que sale a hacer las compras se trae un par de saludos y buenos deseos. “Y por ahí me escribe gente que no veo hace años. Y es lindo el reconocimiento porque fueron muchos años de trabajo”.
La primaria la hizo en el Sagrado Corazón pero en quinto grado tuvo que cambiarse de escuela: Boca Jrs le había dicho que si quería ser una gimnasta de alto rendimiento no podía seguir entrenándose en el club, porque su infraestructura no era apta, y entonces no le quedaba otra que continuar su carrera en al CENARD, pero eran otros horarios y eso implicaba dejar su colegio. Ailén tenía 10 años y debía tomar una decisión que alteraría su vida por completo. No sólo la suya, también la de su familia. Pero sus padres estaban dispuestos a apoyarla. Y así fue. El secundario lo hizo en La Boca, en el Instituto Madre de los Emigrantes, donde fue una excelente alumna.
 
Estamos sentados contra la ventana que da a Montes de Oca, muy cerquita de su casa. El Progreso es un rincón histórico de Barracas. Pero hablábamos del CENARD. Ailén dice que es el único gimnasio del país que cumple con las exigencias de la alta competencia. Explica que los aparatos son de gran nivel pero que, más allá de eso, no son buenas las condiciones de entrenamiento. Ella comparte el predio con un montón de chicos y chicas de todas partes del país: “Muchos clubes practican en el CENARD y los deportistas de elite somos muy pocos. Mi entrenadora tiene que estar coordinando permanentemente con los demás para liberar los aparatos y eso consume tiempo y energía”. Me cuenta lo que cuesta una pedana y no lo puedo creer. “Por eso -dice- es muy difícil pensar que alguna vez logremos alcanzar el nivel de las potencias. Sin una política que esté al servicio del deporte no hay ninguna posibilidad”.
 
Ailén ocupó el puesto número 56 en su disciplina y está muy contenta con ese resultado que se trajo. Y esa felicidad de los deportistas amateurs es, quizá, lo que más seduce de los Juegos, sobre todo a los que somos talibanes del fútbol. “El amateur es puro corazón y está más conectado con la vida que lleva”, expresa la joven de Barracas. Por eso se enoja cuando escucha que alguien dice que la medalla que ganó Pareto vale no sé cuánta plata: “Les explicaría que con esa plata no cubre ni una parte de todos los gastos que hizo su familia para que ella pudiera lograr eso”. Se enoja y lo bien que hace, porque se dicen muchas gansadas.
 
Pero le gusta cuando escucha decir a alguien que se la pasó todo el día frente a la tv, viendo todos los deportes. Dice que está buenísimo y que ojalá que se encienda algo, y que no hagan falta los Juegos para que los medios empiecen a cubrir aunque sea algunas de las competiciones amateurs. Pensar que los Juegos de Atlanta fueron los primeros que tuvieron una transmisión extensa. Ahora estamos acostumbrados pero antes era impensado. Ailén tenía cuatro meses. Hoy es un ejemplo de atleta y lleva con orgullo la posta del amateurismo. Y la llama cada vez se enciende más fuerte.