“"Llegaban a pasar hasta 1500 personas”"

 El bodegón La Buena Medida atesora gran parte de la historia de los trabajadores del puerto de La Boca. Cada día, a las 5 de la mañana, cientos hacían una parada por su copita de ginebra. Hoy su realidad es bien distinta. Con pocas ventas y gastos muy altos, su dueño evalúa cerrarlo. Por Leandro Vesco.

“"Llegaban a pasar hasta 1500 personas”"

 Con menos de 50 metros de diferencia, El Club Atlético Boca Juniors y La Buena Medida se fundaron casi los mismos días y en el mismo año. Ambas, dos instituciones que marcaron la historia de La Boca, una con proyección universal, y otra hacia el mundo propio de un barrio donde el puerto era un Aleph que todo lo contenía y todo lo daba. “Llegaban a pasar hasta 1500 personas por acá. Entonces habríamos a las cinco de la mañana, era costumbre tomar una copita de ginebra antes de entrar a laburar. Si llegabas a pedir café con leche, te sacaban a patadas”, nos cuenta Antonio “Tony” Schiavone, soldado de la época de gloria del barrio, quien resiste detrás del mostrador de La Buena Medida con armas difíciles de combatir: platos de pastas abundantes y vino de mesa con sifones de soda frío. El progreso le sopla la espalda: “Si las cosas no cambian en medio año, voy a cerrar”.

 
La mejor carta de presentación de Tony es “El Bebe”, su mítico padre que atendió el bar “La Mascota”, que fue un templo, una inmensa torre de bohemia que cobijó a la masa de trabajadores y vecinos que seguían la liturgia más noble que tuvo La Boca: el casin, la mesa de mus y el vermut. Cuando la autopista necesitó derrumbar la historia, las paredes de ese bar quedaron hechas escombros. En 1972, el Bebe se hizo cargo de la Buena Medida y Tony -cuya cuna fue un mostrador y sus primeros juguetes, las chapitas de las botellas- después de venir de la colimba, en los ochenta, tomó el mando del bodegón que en sus orígenes fue Almacén de Ramos Generales. Sentado en una mesa, con el salón vacío y la Plaza Solís de fondo, El Tony nos cuenta lo que fue y lo que es hoy esta esquina, por donde pasó la historia de un barrio que supo tener más movimiento que el Centro.
 
“El Mercado Solís abría a las cuatro de la mañana, para que los laburantes compraran el abasto antes de entrar al puerto, estaba el Ministerio de Obras Públicas al frente, y había una balsa de madera que te cruzaba al otro lado del Riachuelo, había lanchitas de pescadores que salían todos los días, el puerto hervía de gente, remolcadores, estibadores, incluso venían barcos de pesca japoneses que paraban antes de Mar del Plata para bajar pescado, que era llevado al viejo Mercado de Barracas. Recuerdo que de pibes jugábamos a patear centollas en el puerto. Y toda esa gente, antes y después del laburo, venía al bar”. Sin dudas El Tony ve fantasmas y sus ojos captan lo que nosotros no podemos: la mirada se pierde en la puerta de La Buena Medida, cuyo punto de fuga es el Riachuelo, “nosotros bajábamos 30 o 40 cajas de Cinzano o Vino Chablis Borgoña por semana, a veces no llegábamos a abrir a las 5 de la mañana y los clientes nos golpeaban la puerta”. Así de fuerte era la tradición arrabalera, que no quería perder el último bostezo de la luna antes de que sol arruinara todo con su luz que hacía obligatorio el trabajo.
 
“A las 15.30 la balsa traía a todos de vuelta, y entonces parecían como hormigas, y de vuelta el bar se llenaba”. La Boca no hace mucho tiempo atrás tuvo una vida barrial muy feliz. El Tony no dejará de decirlo una y mil veces: “Había mucha alegría. Todo era alegría y alegría”. De noche el puerto se iluminaba con las luces de los barcos, el paseo costanero estaba precioso, la gente caminaba por la calle hasta muy tarde, en cada manzana había hasta cinco boliches, y todos llenos. “La Moscota”, “El Gumersindo”, “El  Café del Viejo”, “El Ribera Sur”, “El Timón”, “El Pescadito” y “El Chumbito”  son algunos de los bodegones que convivían con La Buena Medida. “Había tanto trabajo”, reconoce El Tony, testigo del florecimiento obrero de un barrio que lo tuvo todo y al que todo arrebataron.
 
“Pasaba algo que hoy no ocurre: la plata tenía valor. Un jornalero del puerto podía tener su casa, darles estudio a sus hijos y ahorrar. Había un hombre que tenía una chata –una Ford 350- y traía bananas del Mercado Central, que repartía en las verdulerías del barrio, trabajaba hasta el mediodía, venía al bar y tomaba su vermut, comía, dormía su siesta y volvía al bar a la tarde. Trabajando medio día te alcanzaba para tener un buen presente y pensar en tu futuro. Papá con mi abuelo allá nomás –ahora sus ojos se pierden en algún punto de Pedro de Mendoza- armaban con unas chapas un puesto para comer melones y sandías, hasta las dos de la mañana la gente comía porciones de sandía fresca”.
 
La Buena Medida fue el centro de ese universo familiar y obrero, bohemio y mistongo que hoy ya es sólo un recuerdo. Pero El Tony, guardián de esos momentos, se niega a desprenderse abriendo todos los días el bodegón notable. La realidad no es una buena compañía: “Nos vino un disparate de agua, las facturas se van juntando y no podemos pagarlas. Si no mejora, tendremos que cerrar”, dice aunque no quiere, y entonces sueña con tener mesas sobre la Plaza Solís, con el salón lleno de gente. Se ilusiona con eso.
 
El Gobierno de la Ciudad debería cuidar lugares así, protegerlos porque en estas mesas se formó la identidad del barrio, un barrio que usa para publicitar a la Ciudad ante el mundo. Sin La Buena Medida, La Boca queda renga.
 
Dónde
Caboto esquina Suárez, abre de lunes a sábado de 11 a 17hs. Bar. Parrilla, platos del día, pastas y pescados.