Gatillo fácil (y racista)

Cristian Toledo fue a bailar y volvió muerto. Fue asesinado por un policía de la Ciudad que disparó al menos siete veces contra el auto donde Paragüita venía con sus amigos. “A quemarropa, a quemapobre, a quemanegro”, como grafica La Garganta Poderosa mientras un barrio entero llora otro hijo; grita Justicia.  Por Lucrecia Raimondi

Gatillo fácil (y racista)

 Es viernes. Después de laburar todo el día, visita a la familia y descansa un rato. A la noche se junta con los amigos, beben unos tragos y van al baile. El sábado trabaja temprano pero igual quiere salir y el domingo tener qué contar si se vuelven a ver para jugar a la pelota. Pero en la madrugada del sábado 15 de julio, cuando Paragüita volvía a la Villa 21/24 de bailar, se encontró con un policía de civil armado que disparó al menos siete veces contra él y sus dos amigos. Desde Iriarte y Vélez Sarsfield, la noticia llegó volando al barrio: a Cristian “Paragüita” Toledo, de 25 años, lo fusilaron. A sus dos amigos, Daniel Nadalich (24) y Carlos Gavilán (23), los detuvieron.

 
Como es habitual en los fusilamientos de gatillo fácil, el policía y bombero, Adrián Gustavo Otero, alegó que le quisieron robar y “se tuvo que defender”. Pero su versión -la misma que rápidamente intentó instalar la Policía de la Ciudad- quedó por completo desbaratada con la evidencia física, y con las detalladas declaraciones testimoniales de los sobrevivientes, según informaron desde la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI) en representación de la querella de la familia de Cristian, y de Daniel y Carlos. “No había amenaza alguna contra la persona del imputado. De ahí que no pueda sostenerse que Otero haya actuado en legítima defensa”, concluye el fallo del juez de Instrucción Nº 11, Osvaldo Rappa, quien dictó el procesamiento con prisión preventiva del policía por “homicidio, agravado por el uso de arma de fuego y por la condición de miembro de una fuerza de seguridad”. Además, el magistrado sumó la tentativa de homicidio, también agravado, contra Daniel, uno de los dos amigos de Cristian.” Nosotros escapábamos de que nos maten, no estábamos escapando de la ley. Nos quería matar”, se horroriza Daniel al relatar la escena. El auto Alfa Romeo que manejaba terminó repleto de agujeros y bañado por la sangre de Cristian. Recibió disparos de frente, de atrás y en los laterales. El policía no sufrió un rasguño. Tenía armas reglamentarias y en su auto, intacto, hallaron las vainas descargadas.  
 
La familia del joven asesinado no tiene consuelo. “Me arrancaron mi brazo derecho. Me enterraron viva”, exclama Leo, la mamá de Cristian. Sus vecinos no se despegan de ella en ningún momento. La acompañan, la abrazan, le preguntan qué necesita. Cuenta a Sur Capitalino que a cada minuto que pueden se encuentran en el barrio o en la parroquia a pensar cómo seguir. “Me dan mucha fuerza. Es un apoyo muy grande. Sin ellos estaría tirada en la cama”. Quienes lo conocieron, hablan de Cristian y se les dibuja una sonrisa de orgullo. Lo recuerdan trabajador, solidario, responsable y cariñoso. No pueden entender lo que pasó porque aseguran que era un pibe que no molestaba a nadie, que ayudaba mucho a su madre y a su comunidad.
 
“Por una discusión de tránsito Cristian se bajó y le golpeó el vidrio del auto. Volvió y no pasó a mayores, arrancamos. El otro muchacho salió chillando las ruedas con velocidad, bajó la ventanilla y comenzó a disparar. Desde el minuto cero que nos empezó a perseguir nos empezó a disparar. El hombre en ningún momento nos dijo nada. Nunca dijo que era policía, nunca dio el alto. En el segundo o tercer impacto le pega a Cristian, que fue cuando yo me asusté. Lo agarré de los pelos, le dije que aguante, que lo iba a llevar al hospital. Me dijo que sí con señas. Este tipo no dejó de disparar. Se cansó de disparar. Las balas me pasaban por al lado, me rozaban, pero a mí no me importaba nada, quería ir al hospital. Yo estaba manejando, me sobrepasa auto con auto, me apunta a la cabeza y si yo no me agacho me mata, porque me disparó tres veces a la cabeza. De un tiro me pincha la rueda y ahí se me desestabiliza el auto. Después yo me incrusto porque con una mano sostenía a Cristian y con la otra manejaba. Nos bajó y nos tiró al piso, nos dijo que nos iba a matar, nos insultó, nos maltrató, nos pateó. Cuando llegó la policía hablaba como si fuera un compañero más, quería quedar como el héroe que persiguió a tres delincuentes. Y nada que ver. Nos trataron de chorros, nos llevaron presos. No quisieron llamar a la ambulancia para que se salve Cristian. Es más, nos deliraban, nos cargaban, decían que estaba muerto y se reían. Estuvimos 20 horas detenidos. Al principio nos trataban como delincuentes, nos maltrataban, nos pisaban fuerte las manos, que dolían porque no podía circular la sangre. A medida que se fueron enterando cómo era el caso y el juez daba órdenes, el trato fue mejor”, recuerda, con angustia, Daniel durante la marcha en reclamo de justicia.
 
Dolor
Paulino Toledo es el papá de Cristian y vive en Paraguay. Hacía siete años que no se veían. Pidió permiso en el trabajo para viajar a Argentina a velar a su hijo. “Desde el día que murió no puedo ni dormir, todas las noches lloro por él. Allá se lo acuerdan de chiquito, todos le lloran. La persona que lo hizo no tiene hijos para pensar que a él le puede pasar un día”.
 
Cristian llegó de Asunción de Paraguay a los cinco años. Se crió en la Villa 21/24, completó allí sus estudios y en el mismo barrio se puso a trabajar. Era empleado en Ferretería Central, frente a la parroquia popular Nuestra Señora de Caacupé. Su dueño y jefe, Roque, varias veces lo dejó encargado del local. Le tenía confianza y cariño: “Es mucho el dolor que tenemos los vecinos y amigos de Cristian, nadie nos los va a devolver”.
 
Cristian también tenía un vínculo cotidiano con el padre Lorenzo “Toto” De Vedia, el cura de Caacupé. Cuando estaba trabajando iba a la iglesia para preguntar si necesitaban ayuda con un evento o un arreglo. “Tenía tres, cuatro manos para hacer él en un día, era muy bueno”, recuerda su mamá. Pasa con muchísimos pibes que crecen y se van de los grupos de la parroquia pero que, como Cristian, quedan ligados porque pasaron allí su infancia. “Ayudaba como buen vecino que quería a la iglesia. Es un golpe muy fuerte, una tristeza enorme. Paragüita era un excelente vecino, un chico trabajador, muy querido”, lamenta Toto.
 
Apasionado del fútbol, lo que más disfrutaba era juntarse a jugar. No importaba si en una canchita o a pelotear en el pasillo. “Le tirabas una pelota y él quería patear”, figura Daniel. Cristian competía en el campeonato que se juega los domingos en el barrio. Quería ser futbolista y se probó en las inferiores de Argentinos Junior y de Huracán, aunque su corazón era Millonario. Cristian y Daniel eran amigos desde los siete años. Crecieron en la misma manzana, a una cuadra casa de casa. Compartieron futbol infantil en el Club Pienovi de Avellaneda y fueron juntos a la secundaria Joaquín V. González, de Barracas. “Él era siempre el bueno, el que se frenaba, el que paraba, el que te tranquilizaba. Era un caso especial entre mis amigos porque estábamos las 24 horas del día juntos. Para mí era mi hermano”. Daniel resalta la persona que era Cristian. Cuenta que su novia tiene un bebé de dos años del que se hizo cargo desde los cuatro meses cuando empezaron a salir, que lo quería como a un hijo propio. Piensa con alegría en su amistad y en los momentos que pasaron juntos. Su mirada se nubla cuando revive el episodio en que casi mueren los dos asesinados por el policía y se pregunta por qué no él, por qué Cristian.
 
Justicia
Enseguida que se enteraron de que Cristian estaba herido por disparos de la policía, Roque -el dueño de la ferretería donde trabaja Paragüita- y varios vecinos se acercaron esa misma madrugada de sábado para controlar que los peritos registraran el lugar sin alterar pruebas. Así empezó en el barrio la atención y el seguimiento del caso. El Club Juventud Unida de Barracas los acogió para el velorio. Al día siguiente de despedirse de Cristian, entre llantos, abrazos y nudos en la garganta, vecinos y organizaciones sociales se reunieron a planificar una marcha al Ministerio de Justicia y Seguridad de la Ciudad y una misa en la puerta del Juzgado que lleva la causa. “Siempre presente en nuestros corazones. Justicia por Paragüita”, exclaman con su foto las remeras blancas que prepararon para la lucha.
 
El 21 de julio al atardecer salieron más de 200 vecinos desde la parroquia Caacupé, en la entraña de la villa, a mostrar la verdadera cara de un barrio obrero con sentido de comunidad. Esa noche, en las oficinas de Av. Patricios 1100, Martín D’Alessandro, el secretario de Seguridad del Ministerio que encabeza Martín Ocampo, recibió a al padre Toto y a Leo, la mamá de Cristian, y a Roque. Les informó que, según como siga la causa judicial, Otero puede quedar desafectado de la fuerza. “Nosotros expresamos que hay desconfianza porque el Estado mató a un vecino nuestro y vamos a estar atentos de lo que pueda pasar con este asesino. Pronunciamos quejas del accionar policial de la Comisaría 30º por cómo trató a los dos chicos que estaban con Cristian. Los hacemos responsables de las fuerzas de seguridad en el barrio para que no siga habiendo, en ningún barrio, más gatillo fácil y detenciones ilegales e injustas”, declaró Toto al salir del Ministerio. Días después, el 1 de agosto, lideró la misa en Tribunales cuando la querella intentó un pedido de audiencia con el juez, quien estaba de licencia. Y el 9 de agosto por la noche, miembros de Prefectura atacaron y amenazaron al Padre Toto a metros de la parroquia.
 
“Sufrimos en carne propia lo que está pasando con nuestro barrio en esta sociedad estigmatizada. Ven un chico morocho con una gorrita o por su forma de vestir se sienten con derecho a balearlo y cazarlo como a Cristian, sin saber que era un pibe de laburo, que volvía porque quería seguir cumpliendo con su responsabilidad”, se indigna Roque. Entiende que el camino de la Justicia es largo: los alienta a no dormirse y a reclamar justicia. “Pedimos a las autoridades que vean a quién le ponen un arma en el bolsillo para salir a patrullar las calles. No estamos en contra de la policía ni de nadie, estamos en contra del mal funcionamiento de algunos efectivos policiales”, señala el ferretero. Leo encuentra en sus vecinos la fuerza para seguir y demostrarle a Cristian que harán justicia por él. “Ahora tengo que luchar. Quiero verlo preso en la cárcel, que sepa que de ahí no sale”.