Bajo los tres palos

Claudia Ivalo dice que nació con el fútbol en la sangre. Es la sexta hija de un matrimonio que tuvo ocho y la única que eligió jugar a la pelota. Su mejor partido fue contra Banfield, en 2003: las chicas de Sportivo Barracas lograron aguantar el 1 a 1 y le arruinaron el título a sus rivales. Hoy vive en Chaco y se dedica al cuidado de pacientes que reciben diálisis. Por Ayelén Pujol 
Bajo los tres palos

Desde Barranqueras, Chaco, Claudia Ivalo recuerda Sportivo Barracas: los entrenamientos en la calle Herrera abajo de la autopista, a amigos y amigas de la 21-24, a vecinas y vecinos del barrio, y los días en que vivía en el club. Claudia fue arquera entre 1996 y 2010 del plantel que jugó el torneo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). El Sportivo Barracas fue su casa, literal: ocupó distintos cuartos en el club después de que un entrenador -Leonardo Barrios- le ofreciera vivir allí para darle una mano.

 
Claudia limpiaba, se ocupaba de la caldera, a veces del mantenimiento de la pileta, atendía a los socios, cumplía tareas administrativas. Y entrenaba. “Teníamos un equipo hecho a pulmón. Algunas chicas no tenían plata para viajar, entonces juntábamos plata para ellas. Leo Barrios, nuestro DT, era un apoyo clave en este sentido, siempre bancando todo. A veces íbamos a jugar en colectivo o tren y cuando teníamos plata podíamos pagar un micro escolar. El equipo era bastante bueno. Siempre Boca y River marcaron superioridad, pero les hacíamos partido. Nunca pudimos ganarles. Pero bueno, había muchas diferencias. Nosotras llegábamos caminando a la cancha y ellas bajaban de un Flecha Bus o un Chevallier. Así y todo, dejábamos todo”, cuenta.
Claudia dice que nació con el fútbol en la sangre. Es la sexta hija de un matrimonio que tuvo ocho hijos, pero es la única que eligió jugar a la pelota: “Cuando te formás con varones, jugás a su nivel. Yo jugaba al fútbol y también a las bolitas en la esquina del barrio”, cuenta.
Cuando empezó la secundaria, jugó partidos mixtos. Era la preferida del profesor de educación física que, para llevarle la contra y cargarla por su fanatismo por Boca, le decía Jota Jota López (Juan José López era ídolo de River).
 
Por entonces se hizo amiga de otra ex futbolista: Amalia Esquivel -Trivi- con quien viajaría a Buenos Aires con la idea de entrar a la escuela de Policía. Sin embargo, el fútbol cambió el destino de ambas.
 
-Con Trivi somos como hermanas. Las dos tenemos 49 años, somos de Barranqueras. Nos animamos y viajamos, y conocimos el fútbol de verdad. Vivimos en Monte Chingolo, Lanús, Wilde. Jugábamos campeonatos relámpago. Ahí conocimos a una chica que iba a jugar en Barracas, cuando se estaba armando el equipo para la temporada 1995/1996. Como yo trabajaba, no podía ir. Así que me iba temprano a entrenar antes de ir a trabajar, por mi cuenta. Conocí a mis compañeras recién un domingo antes de un amistoso contra Deportivo Español.
 
-¿Cómo se armó aquel equipo?
-Se hizo con la unión de tres equipos de la zona. Estaban La Colonia, Defensores y Sangre Fría. Nosotras llegamos para sumarnos a las que quedaron de esos equipos. Yo me hice arquera ahí, porque necesitábamos una. Y como me gustaba atajar penales, me mandaron al arco. Fue una época muy hermosa. Hice otras tres amigas hermanas, Mirta González, Paula Rodriguez y Norma Hidalgo. Nos divertimos mucho.
 
Claudia era un arquera estilo José Luis Chilavert: firme bajo los tres palos y sólida con la pelota en los pies. Su mejor partido fue contra Banfield, en 2003: las chicas de Barracas lograron aguantar el 1 a 1 y le arruinaron el título a sus rivales. “Sportivo Ivalo”, tituló por entonces la revista Las Protagonistas, una publicación dedicada al fútbol de mujeres.
“Aquel día tapé 15 o 20 mano a mano. El gol me lo hicieron de tanto estar revolcada por el piso. Después me acuerdo de otro partido contra Boca, que perdimos 1 a 0. La rareza era que perdíamos y yo salía figura porque nos llegaban miles de veces pero no me podían hacer goles”, cuenta.
 
En 2004, cuando se enteró que su mamá estaba mal de salud, Claudia viajó a Chaco. La muerte de su madre le hizo un click y ya no pudo sostener el fútbol con tanta responsabilidad. Desde ese año pasó a jugar Futsal. “Me dolió muchísimo perder a mi mamá y no tenía ganas de entrenar, fumaba”, relata. Sin embargo se quedó en Barracas hasta 2010. Regresó a su provincia ese año: quien estaba mal era su papá. Lo cuidó durante cinco años, hasta que él falleció. A esa pérdida se le sumó la de su pareja, Andrea Bouvier, a quien había conocido en el club.
 
Desde entonces Claudia estudió y se dedica a atender a personas que reciben el tratamiento de diálisis. Y cuando puede vuelve a Buenos Aires: a visitar amigas, a pasar por Barracas para recordar viejos tiempos.