Más de 90 años remando el Riachuelo

Reivindicar la vida ribereña implica un compromiso de grupo, dice el capitán Roberto Naone que guía a los tripulantes desde el apostadero de la Prefectura rumbo al puente de Barraca Peña, bordeando la orilla de Dock Sud.

Por Fabiana Montenegro 
Más de 90 años remando el Riachuelo

Es uno de esos días soleados, ideal para una tarde de remo. El viento sopla suave y cálido sobre las aguas del Riachuelo y avanza bordeando la avenida Pedro de Mendoza hasta la vuelta de Rocha. Atrás queda el bullicio de los turistas y puesteros que se agolpan sobre Caminito. Dos botes duermen boca abajo frente al puesto de la Prefectura Naval Argentina esperando a los remeros que irán llegando entusiastas, cada uno a su turno. De pie sobre el muelle, se recorta la figura de Roberto Naone, capitán de remo y referente del histórico Club de Regatas Almirante Brown (CRAB). Con su barba blanca, bermudas color beige, gorra y remera con las siglas del club, parece salido de un cuento de Hemingway. Está listo para comenzar la travesía. Una experiencia que, con su nomenclatura, sus reglas, su manera de ver, pensar y sentir el mundo, traslada a una filosofía particular: la de la comunidad náutica. Como cada fin de semana, Naone inicia en la práctica de remo a nuevos vecinos que se acercan para descubrir la cultura deportiva naval. Nunca está quieto, se mueve de acá para allá, da indicaciones, agita las manos, relata historias, sonríe. Su pasión por la náutica comenzó allá por 1969 ni bien egresó del colegio Otto Krause y se incorporó al servicio militar obligatorio en la Prefectura Naval Argentina. Allí se hizo cargo de poner en funcionamiento todas las maquinarias de la carpintería de la División Salvamento y Buceo: afiló herramientas, convirtió un bote salvavidas de la Armada en un velero, le construyó el palo y botavaras hasta dejarlo listo para navegar en la Dársena F. Luego pasó a integrar la Reserva Naval Argentina, “como reza mi bien conservada Libreta de Enrolamiento” –cuenta orgulloso Naone-. La actividad fue menguando, pero nunca dejó de soñar con integrarse nuevamente a la náutica. El 22 junio de 2007, en un acto histórico por el nacimiento de Guillermo Brown, en el Patio de Armas de Casa Amarilla, surgió la idea de recuperar el CRAB, que estaba desactivado desde 1992. Dueño de una memoria prodigiosa, Naone cuenta los avatares de la institución que, fundada el 25 de mayo de 1925, hace más de 90 años navega las aguas del Riachuelo. Y subraya: “el nuestro es el único club que ante la crisis, no migró. Se fundió y se recuperó en el mismo lugar, gracias a la integración lenta de los que se van incorporando”. Apenas llegan la subcapitana, Alejandra Beatriz Corbetto, y el remero Eber Rivas con su compañera, Rosario Ramos, comienzan los preparativos. Trasladar el bote hasta la orilla, colocarle listones de lado a lado, engancharlo a la polea y hacer girar el rodillo hasta que la pequeña embarcación toque el agua es parte de un ritual en el que todos participan en un clima de camaradería y fraternidad. Pasadas las dos de la tarde, el bote parte desde el apostadero de la Prefectura rumbo al puente de Barraca Peña, bordeando la orilla de Dock Sur. Enfrente pueden verse las barracas Merlo, Espada, Amberes, testigos de la intensa tradición del trabajo portuario cuando la actividad náutica comercial y portuaria le daba sentido verdadero al puerto de La Boca. “¿Voy bien, Eber?”, pregunta Alejandra, la sub capitana a cargo y maestra de primaria en dos escuelas de educación plástica. “Si voy demasiado lento, decime”, insiste. Los remos avanzan parejos, adelante y atrás, acompañando el movimiento de manos y piernas que se extienden y contraen como en una danza. El suave rumor que produce el agua al chocar contra los remos es un ronroneo felino, una nana que aletarga los músculos y relaja el cuerpo. El aire agranda los pulmones y remando, también el Riachuelo se oxigena. Y es ahí, en ese pequeño gesto de avanzar juntos retroalimentándose, complementándose con el timonel que guía la marcha -donde los ojos de uno miran por los ojos de otros y las piernas de unos resguardan las del otro- cuando el rompecabezas se arma y se comprende en toda su magnitud lo que significa una comunidad náutica. Reivindicar la vida ribereña implica un compromiso de grupo, pasar de la dimensión individual a vivir en un clima de equipo. Frente a “la cultura privatista, individualista de tribu pequeña, de familia, yo les digo –dice Naone-, agranden la familia, que sea una familia que piense en la comunidad, solidaria, abierta a los intereses comunes”. En este sentido, el CRAB milita para revertir el concepto terrícola que se tiene de la ribera y propone pasar de mirar el espejo de agua desde la baranda a contemplar la ciudad desde los mismos bajos del Riachuelo. Además, lleva adelante otras consignas como “Aguas para el Brown”, (con el propósito de reclamar al Gobierno nacional un muelle en Vuelta, en compensación por haber entubado el arroyo Maciel en la década del ‘70); y “Por un riachuelo navegable, dragado y económicamente sustentable”, lo que permitiría llevar trenes de barcazas desde la Mesopotamia al mercado central. Un activismo que da batalla cada vez que un remero sale a agitar sus aguas.