Sin coronita

La cuarentena obligatoria impuesta por la pandemia golpeó los bolsillos ya flacos de las familias de La Boca. Muchos vecinos salieron por primera vez en busca de asistencia. La demanda en comedores se duplicó y la respuesta del Gobierno porteño fue poca y lenta. Una vez más, primó la organización y la solidaridad.
Por Martina Noailles

Sin coronita

Sonia es vendedora ambulante, tiene 3 hijes. Todos los días tira una manta en alguna vereda de Once y vende ropa, ojotas, lo que consiga barato. Renata es enfermera pero trabaja de moza en un restoran en Caminito, está en negro y cobra por semana. Romina trabaja limpiando casas por hora para sostener a sus 4 hijos. Las tres están paradas ahora frente al Merendero Madres en Lucha. Llevan una bolsa en la mano y una vergüenza que se escurre en sus gestos. Es lunes. Anoche, el presidente anunció otras dos semanas de aislamiento social obligatorio. Los primeros 15 días de la “cuarentena” impuesta por la pandemia del coronavirus las tres mujeres pudieron zafar con lo que tenían. Pero ya no. Por primera vez, salen por el barrio recogiendo el boca en boca que las lleva por merenderos y comedores, organizaciones sociales, políticas y religiosas, vecinos y vecinas solidarias que, de un día para el otro, vieron duplicarse o hasta triplicarse la cantidad de gente que busca algo para comer. Así está La Boca hoy. El virus profundizó la crisis económica que ya golpeaba a un barrio en el que la mayoría de sus habitantes sobreviven de trabajos informales. Lo que generó que muchas familias tuvieran que buscar ayuda alimentaria por primera vez.
 
El aumento exponencial de la demanda fue tan rápido como la organización barrial. Rápidos de reflejos, apenas empezaron a notar que la asistencia de siempre no alcanzaba, las y los militantes de las decenas de espacios que existen en La Boca se pusieron en contacto. Junto con vecinos no organizados, iglesias, maestros y maestras, trabajadoras y trabajadores de la salud, armaron una red de cooperación que en pocos días reunió a más de 50 integrantes. El objetivo fue coordinar acciones, compartir recursos, insumos -alimentos, vajilla, elementos de higiene- y manos. Llevar un remedio a una anciana que no podía salir, un alimento a una familia con adultos en riesgo o coser barbijos para quienes atienden los comedores. Pero también, otro de los objetivos fue organizar el reclamo a los organismos públicos que tienen la obligación de dar una respuesta ante la emergencia.
 
Durante las dos primeras semanas, la asistencia desde el Estado porteño fue la misma que antes de la cuarentena. Por eso, las organizaciones exigieron al Ministerio de Desarrollo Humano de la Ciudad un aumento de la cantidad de alimentos y una reorientación de la asistencia. Es que no sólo se duplicó la demanda, sino que muchos comedores cerraron sus puertas porque sus voluntarias son en su mayoría mujeres adultas mayores, hoy población de riesgo. Y todas las familias que asistían quedaron sin lugar a donde acudir y empezaron a recorrer nuevos sitios en busca de alimentos. A ellos se sumaron las y los vecinos que por primera vez tuvieron la necesidad de hacerlo. Cientos de ellos, como Renata, trabajan en la zona turística de Caminito que hace más de un mes que no tiene visitas.
 
Juntes
“Somos una cooperativa que estamos compartiendo nuestras 200 raciones de cada mediodía y cada noche, a las que sumamos 140 personas para el almuerzo y 180 para la cena. Es decir, unas 700 raciones por día”, explica Jony Rondán, militante del Frente Popular Darío Santillán, que tiene su local en Olavarría 371.
 
Como en el resto de los comedores, las filas al mediodía y al anochecer son larguísimas. Hombres y mujeres se acercan con recipientes, tapers, ollas, para buscar un porción de guiso o unos fideos con salsa. O unas pizzas como ocurrió el sábado a la noche en el Comedor Infantil Pequeños Camioneros (Lamadrid 623), donde un integrante del espacio cultural Expreso Imaginario amasó para más de 300 personas. Al día siguiente, el mediodía del domingo, la misma cantidad de gente hizo cola en el San Juan Evangelista. Y así en cada lugar: Boca es Pueblo, Organización Los Pibes, Ciudadanitos, La Boca Resiste y Propone, Agrupación Vecinos de La Boca, Pancita Llena, Unión de Madres, Esquina Lealtad, y muchos más.
 
“Lo solucionamos con la solidaridad del barrio y la red de cooperación. Porque parece que el gobierno de Larreta no tiene sensibilidad y no entiende que la pandemia generó muchas más necesidades de alimento. La semana pasada la Ciudad nos trajo 6 kilos de carne… estaba podrida”, cuenta Jony. El referente de Camioneritos, Juan “Perita” García, coincide: “Falta carne, falta todo. Comedores cerrados, y los que están abiertos no dan abasto, la gente en situación de changa no tiene un centavo y salen con la bolsa por el barrio a buscar un comedor abierto. Es una locura”.
 
“Nunca tuvimos que buscar leche en un merendero pero ahora no hay otra”, se anima Milagros, 19 años, estudiante de Administración de Empresas en la UBA, mientras espera una bolsa que contiene una caja de mate cocido, cacao, azúcar, un paquete de galletitas y una leche en polvo. La mamá de Milagros tiene un puesto en el Parque Lezama donde cada fin de semana vende ropa usada. Para sumar al presupuesto familiar, Milagros hace tortas y budines y los vende entre los puesteros. Pero la feria cerró. Por eso hoy se encuentra frente a Roxana, quien -enfundada en guantes de látex y alcohol en mano- entrega la merienda en la puerta de lo que también es su casa. Allí donde un mural con el rostro de su hijo, Nehuén Rodríguez, asesinado por un policía de la Metropolitana, le da fuerzas en su lucha diaria. Allí donde semanas atrás daba la merienda a 30 niños y niñas del barrio y hoy arma 60 bolsas para sus familias y todo aquel que necesite.
 
Hasta hace menos de un mes, la Esquina Lealtad, en Pedro de Mendoza y Brown, ofrecía una olla solidaria los jueves. Hoy brinda merienda y cena tres veces por semana. Allí, frente a la ventanita que carga mate cocido en termos y botellas, está Mary con su bicicleta. Vive de trabajar por hora, tiene un hijo, y también viene por primera vez. Además de la merienda, quienes se acercan piden ayuda para inscribirse en el Ingreso de Emergencia porque no reciben ninguna otra asistencia ni plan ni asignación del Estado. Y aunque intentan quedarse en sus viviendas con muchísimas dificultades, el coronavirus aún no es su mayor preocupación. Por ahora, cargan la angustia de buscar cómo sostener a sus familias en el día a día.