Por cada color, un recuerdo

El conventillo atelier de la artista plástica Celia Chevalier es un sitio histórico del barrio de La Boca y Sur Capitalino no podía dejar de recorrerlo.
Por cada color, un recuerdo

“Comprate un lugar para no tener que alquilar” le dijo su padre hace muchos años y ella le hizo caso. Pero eso sí, no compraría cualquier cosa. Un piso en Libertador. No. Una casona en Belgrano. Tampoco. Celia decidió comprarse un conventillo en La Boca. Pero no cualquier conventillo, sino uno que años después le permitió lucir orgullosa en su pared “Sitio de Interés Cultural”.

La puerta de entrada, en el 1162 de la calle Irala, esconde un arcoiris de chapa. Es la casa-taller de la artista plástica Celia Chevalier. Una casa que no sólo esconde colores sino un sinfín de recuerdos conservados a través del tiempo.

El comienzo de este recorrido por el pasado tiene su punto de partida en el primer salón donde Celia construyó su propia galería de arte. Sus pinturas Naïf remontan viejas historias de su infancia, historias donde heladeros y pizzeros atraviesan Vuelta de Rocha en busca de algún comprador. Infancia en la que la familia juega el papel principal.

Más allá, el enorme patio junto al rastro de un viejo aljibe. Lo bordean grandes macetas que alguna vez, muchos años atrás, fueron piletones de lavar a tabla de madera.

Es que el conventillo de Celia no es nuevo. Los antropólogos calculan que su construcción es anterior al año 1870. Por eso, es el propio lugar el que se convirtió en leyenda.

Para no perder aquella magia inmigrante genovesa, la artista recolectó reliquias de conocidos y amigos y formó también su museo. El tango no podía estar ausente del antiguo rincón. Objetos y fotografías de Juan de Dios Filiberto así lo rememoran. Tampoco podía faltar, fiel a su identidad boquense, la presencia de Quinquela Martín. Sus coquetos moños de seda roja y sus óleos repletos de color, completan la escena.

En el tercer piso del conventillo la ventana de su atelier mira al cielo y a un ceibo todavía sin flor. Celia guarda en el más íntimo reducto del taller, su primer dibujo, el que la inició en el mundo mágico del arte. En la magia que también conserva su casa. Un conventillo de colores que, desde hace más de un siglo, se encargó de guardar celosamente los recuerdos de la historia.