De Japón a La Boca

Ocho décadas atrás su abuelo desembarcó en el barrio con una tintorería donde también trabajó su papá, testigo del horror de Hiroshima. Hoy, Magy Ganiko difunde las artes de su tierra ancestral en un proyecto que trabaja lo corporal desde distintas disciplinas. Por Leandro Vesco

 De Japón a La Boca

El padre de Magy llegó a Hiroshima un día después de que Estados Unidos tirara la bomba atómica. La desolación y la incomprensión secó la mirada de ese pelotón que no entendía cómo una ciudad podía haber desaparecido en un santiamén. “Papá se enteró muchos años después que habían tirado una bomba atómica. Hubo un secreto de Estado que duró muchos años. Él fue un afectado por la radiación y por la sociedad japonesa que trató de esconder este hecho” Luego de la guerra uno de los pocos puertos amigables para los japoneses eran los latinos, y dentro de estos, La Boca recibió, como fue una de sus históricas características, con las manos abiertas a muchos japoneses.

 
Su abuelo ya había venido en 1936 al barrio. Había puesto una tintorería, cuyo edificio en Almirante Brown al 1300 aún perdura y su padre llegó para trabajar allí, todavía aturdido por aquella inmensa brutalidad bélica. “No necesitabas hablar el idioma, ponías el lomo y listo”. De esta forma explica la presencia nipona en el barrio que supo contener a gente de todo el mundo. A pesar de que hoy “no es un lugar fácil, hay una decadencia notable en el barrio. Pero mi presencia aquí es refundacional. Volver acá es también buscar y pensar mi argentinidad”.
 
Magy Ganiko nació en 1959, fue un alumno aplicado hasta la secundaria cuando decidió patear el tablero y rebelarse contra todo. “Fui ingenuamente trotskista. De chiquilín nomás comencé a militar, me di cuenta que las instituciones no servían. Mi primer plan fue escaparme de mi casa. Estudié música pero no terminé, y lo más cercano al arte era falsificar la firma de mi padre en los boletines”. A pesar de esto, su padre escribía y Magy siempre sintió una inclinación hacia el dibujo, y luego aquello referido a lo artístico comenzó a inquietarlo, la gema de la curiosidad brilló en su alma.
 
“El arte me salvó la vida. Fue la medicina que me sacó de todas mis crisis. Además, no me quedaba otra. Yo tuve la oportunidad de ser artista”. Su mentor fue Juan Carlos Zorzi quien lo llevaba al Colón a presenciar ensayos. El piano le llamó la atención. “Amaba estar en el teatro, pero también me aterró darme cuenta que el arte es también una elite, una institución”. Al poco tiempo, al llegar a su casa, se encontró con un piano, en las sombras su padre apoyaba. Luego llegaría el turno de la experimentación. Halló una especial contención con el maestro de mimos Angel Elizondo. Pronto el arte empapó su cuerpo y descubrió que era el mejor instrumento para expresar sus ideas.
 
La vida de las personas tiene un momento en donde todo cambia. Una ventana que muestra algo que jamás pudimos ver, una epifanía. En 1986 llegó a Buenos Aires el maestro del teatro butoh, Kazuo ?no. “Me partió la cabeza, vi cómo un hombre puede mostrar algo que ha estado invisible y hacerlo visible. Cómo una persona puede ir más allá y conducirnos hacia ese lugar”. Ese camino se le develó y el hada le marcó el rumbo. Supo que el Butoh iba a ser su refugio. Pero el arte le tenía preparado algunas pruebas. Para poder subsistir debió trabajar en un banco, y aprender a esperar. Magy supo ser paciente practicando el budismo. Tenía una idea fija: llegar al gran maestro Kazuo ?no en Japón.
 
La recompensa iba a venir pronto. Un grupo inglés llegó a Buenos Aires para seleccionar bailarines y Magy quedó adentro. Se fueron de gira y en 1991 estaba pisando Tokio, la tierra familiar. Si en la Boca era un japonés, en Japón era un argentino. “Siempre fui como un aborigen”, reflexiona acerca de lo duro que fue para él formarse un camino. Trabajó en fábricas jornadas extenuantes, y así pudo pagar las clases con Kazuo ?no, y el viejo sabio le dijo: “En la fábrica es como mejor te puedes entrenar, el teatro butoh se formó como un movimiento revolucionario dentro de los trabajadores campesinos, su esencia es el sufrimiento, y la renuncia que tenés que hacer ante un arte”. Las enseñanzas del maestro le cambiaron la vida y lo formaron en esta danza. Su vida lo llevó a vivir, casarse y trabajar en París. De regreso a nuestro país, volvió a La Boca, aquel lugar en donde alguna vez halló las primeras coordenadas de una huella artística que lo hizo recorrer todo el mundo. Vive en una casa hermosa, donde tiene el Espacio Utaki, un rincón de paz y arte japonés en el arrabal boquense.

Espacio Utaki

Es un lugar de investigación, experimentación y seminarios en tornoa una reflexión sobre el cuerpo de una manera multidisciplinaria: danza, performance, teatro y toda expresión o técnica, que implique al cuerpo en escena. Está en Garibaldi 1675, La Boca. Más info sobre talleres y seminarios en www.espacioutaki.com, en Fb Espacio Utaki o por teléfono al 4301-1802.