Cartas marcadas

El último libro del periodista Martín Malharro se publicó en la segunda mitad del año pasado, unos meses después de su muerte. En este nueva novela policial, su personaje principal vuelve a caminar las calles de San Telmo y La Boca. Y describe otra vez los pliegues de una sociedad compleja, donde los crímenes atraviesan todas las clases sociales. Por Pablo Waisberg

Cartas marcadas

Martín Malharro vuelve a recorrer las calles del sur porteño. Va de la mano de Mariani, ese rastreador de cosas perdidas que no es otra cosa que su propio reflejo en un espejo sucio y por eso, comparten apenas algunas cosas: un cigarrillo a tiro de encendedor y la costumbre de tomarse un café en El Británico. Y como era de esperarse, “Cartas marcadas”, el libro póstumo de ese periodista que adoptó el Parque Lezama como su patria chica comienza con un café en un bar. Y desde las primeras páginas se respira ese instinto marginal que le permite saber dónde pararse en cada momento.

Hace dos años, cuando estaba preparando esta cuarta novela, Malharro hablaba con Sur Capitalino sobre el eje que empezaba a recorrer en ese texto: “Uno de los personajes dice ‘la baraja está muy mezclada’ y se refiere a la baraja social porque los chorros viven en los countrys, los delincuentes se reciclan como candidatos políticos”. Ese era el contexto de los últimos años de la década del noventa y el nuevo libro era la excusa para meterse con esa época, que estuvo atravesada por la ficción de que un peso valía un dólar, la precarización laboral y la farandulización extrema. Sobre ese escenario plantó el crimen de una mujer en un hotel de la Panamericana.
 
Como hizo en “Calibre .45”, “Carne seca” y “Banco de niebla”, los tres libros que conformaron “La balada del Británico”, Malharro volvió a cruzar realidad con ficción. Y en ese juego filoso, Mariani -el personaje que construyó para recorrer cada uno de sus libros- avanza a tientas, buscando respuestas sin demasiada elucubración teórica: es un tipo que hace, que se mueve y va resolviendo como puede.
Las historias que cuenta Malharro se construyen con algo de lo que vivió y otro poco de lo que imaginó. Otras veces los movimientos de sus personajes tienen que ver con lo que le hubiera gustado que pasara, otras con lo que pasó. Y en cada uno de sus párrafos conjuga parte de su experiencia como periodista: recorrió América Latina, Europa, Asia y África trabajando para medios argentinos e internacionales.
 
También en ellos rinde pequeños homenajes a sus amigos y compañeros de eternos cafés. En este libro desfilan “Patán” Ragendorfer un mítico periodista de Policiales, Mandriottis (que es la deformación del apellido de Julián Madriotti, otro periodista) y Alejandro Tarruella, autor de una decena de textos sobre el pasado reciente.
 
En este nuevo desafío, Mariani se enfrenta a una trama opaca. Tal vez, es más oscura que las anteriores porque aquí entran en escena la estafa y la especulación financiera, un tema recurrente en la economía argentina, que volvió a ponerse sobre la mesa con el escándalo de los Panamá Papers y la proliferación de empresas off shore. Alguien podría elogiar a Malharro y pensarlo como un tipo que anticipó el futuro o simplemente verlo como un conocedor de la historia profunda y dolorosa de un país en el que vivió intensamente.
 
 
Así escribe
 
-¿Mariani?
-Sí ¿Quién habla?
-Un amigo. A las siete de la tarde le van a llevar un regalo que le envían desde Ezeiza. Le van a tocar dos timbres cortos y uno largo, baje usted a recibir el regalo.
-De acuerdo.
Colgó y pensó en Mandriottis, el griego de La Boca, un oscuro personaje que atendía sus negocios en el bar Roma, un bar que lo tenía a él como único habitué junto con los ocasionales socios con los que él hacía negocios. En dos oportunidades, Mariani le había comprado armas, dos pistolas calibre .45, sin numeración.
A las diecienueve y treinta y tres minutos, dos timbres cortos y uno largo sacudieron la calma del departamento. Mariani tomó el ascensor y bajó. En la puerta de calle, un jovencito disfrazado con el uniforme de un colegio privado le entregó un paquete cuidadosamente envuelto en papel de regalo.
-Se lo manda el Griego. Dice que después arreglan el precio y que reciba usted su sentido pésame.
Mariani se quedó parado con el paquete en la mano mientras el jovencito cruzaba la calle y doblaba por Caseros. Cerró la puerta, tomó el ascensor y regresó al departamento.
Sobre la mesa del living desató el envoltorio y dejó bajo la luz una lustrosa y bien empavonada Bersa, calibre 380, con un segundo cargador y una caja de veinticinco proyectiles de punta hueca. Mariani dejó todo sobre la mesa y regresó a la cocina, donde estaba preparando a fuego lento un salsa para los fideos.
(“Cartas Marcadas”, editorial Mil botellas, página 176)