Día Internacional del Trabajador: vale la pena la lucha

Maximiliano Moreno, vicepresidente de la FUBA, reflexiona sobre qué significa ser un trabajador en la actualidad.
Día Internacional del Trabajador: vale la pena la lucha

En los tiempos que corren, hablar, escribir, reflexionar acerca del trabajo resulta un tanto traumático y contradictorio. En un país con el 30% real de desocupación; donde los voceros del imperialismo norteamericano proclaman el fin de la historia, el trabajo y el hombre; donde la clase trabajadora ha sido llevada hasta el colmo de la explotación, la humillación y el sometimiento; en este bendito país el 1º de mayo resulta, sin embargo, un buen momento para reflexionar acerca de las causas que han creado este estado de cosas, generando las condiciones de una época que se traga todo.

Veamos, entonces. El comienzo del siglo llega con un modelo económico, político, social y cultural que agoniza, al que le queda poco tiempo de vida. Lo podemos ver diariamente, sólo con encender un televisor: 55 pibes por día se mueren de hambre y de enfermedades curables; el 30% de nuestro pueblo está desocupado; 15 millones de argentinos viven por debajo de la línea de pobreza... y siguen los números catástrofe.
 
Han encontrado la forma de volver a desaparecer gente. Este modelo que se instaló a costa de la desaparición de 30.000 compañeros hace 25 años, hoy recicla sus formas y nos vuelve a querer desaparecer: nos deja sin trabajo y nos arroja a la marginalidad. Es decir, lo primero que “sobra” para quienes el mundo manejan, es el hombre. Entonces, lo que hay que discutir es la cuestión del hombre y el trabajo.

Lo peor –o lo mejor- es que la discusión sobre el trabajo y el hombre nos compete a todos: jóvenes, adultos, jubilados, madres, padres, militantes, luchadores, soñadores.

Las condiciones de flexibilidad laboral en las que viven los afortunados que tienen empleo en la Argentina, confirman el actual panorama desolador: el que tiene trabajo, tiene miedo de perderlo; el que gana un sueldo, tiene miedo que se lo recorten; el que trabaja en el Estado, le teme a la podadora del achicamiento; miles de nuestros jóvenes son explotados por multinacionales (Mc Donals, Burger King, Musimundo) ganando sueldos de 100 pesos mensuales por 9, 10 y hasta 12 horas de trabajo.

No es real, ni cierto, que el nuestro sea un país pobre, sin posibilidades de desarrollo y de dignidad. Lo único real es que el 20% de la población se queda con el 80% de la riqueza, mientras que a la mayoría de nuestro pueblo, sólo le queda –para poder sobrevivir- el 20% de la riqueza nacional. Una ecuación inversamente proporcional, pero directamente mortífera. La cuestión –insistimos- es redistribuir la riqueza; elevar el nivel de vida de nuestro pueblo, haciendo que ningún hogar quede por debajo de la línea de pobreza; para poder construir entre todos el país que queremos: con justicia social, independencia económica y soberanía política.

Una etapa que se abre
Sin embargo, este modelo de hambre y exclusión llega a su fin; por un lado, porque ya no puede argumentar técnicamente la muerte y el hambre de los pibes; y por otro lado, porque va creciendo desde abajo un nuevo movimiento popular, con nuevas formas de organización, con verdadera democracia y con lo más importante: el pueblo como protagonista. Lo demuestran los cortes de las rutas de la dignidad, las marchas por el trabajo, la lucha del movimiento estudiantil contra todo intento de recorte, las nuevas formas de expresión juvenil (bandas, murgas, revistas, organizaciones de base).

Estamos a las puerta de un cambio en calidad de la correlación de fuerzas del campo popular con los defensores del modelo. Otra vez nuestro maravilloso pueblo vuelve a ser protagonista... otra vez nuestra juventud juega un rol destacado para que ello suceda. Nadie dice que el camino sea sencillo, pero en ningún lugar está escrito que no podamos llegar al comienzo de una nueva realidad. Con amor, con solidaridad, con ideas, con fuerza, con coraje, con valentía, pero por sobre todas las cosas, con la alegría de saber que estamos escribiendo las primeras páginas de una historia que nos tiene como protagonistas. Si perdemos la alegría de vivir con, por y para nuestro pueblo, todo lo que hacemos carece de sentido. Por la felicidad de nuestro pueblo VALE LA PENA LA LUCHA.