Casa vacía

Los mil quinientos metros cuadrados están casi deshabitados. De su cartelera sólo cuelgan algunas fotocopias. La Casa de la Cultura Popular de Villa 21-24, aquélla que en 2013 se pensó como emblema de la inclusión, ya no es la misma. Los talleres no tienen insumos para trabajar, no hay obras los fines de semana y la relación con los vecinos comenzó a diluirse. La gestión actual niega que se trate de un proceso de vaciamiento y sólo admite fallas en la difusión. Por Luciana Rosende y Martina Noailles

Casa vacía

 Una colecta de profesores de guitarra para comprar las cuerdas que permitan continuar con el taller. Un salón con gran parte de las lamparitas quemadas. Un encuentro de murgueros cuyos volantes de promoción llegan recién después de la realización del evento. Una cartelera que pasó de ser un banner mensual de mil colores a un puñado de fotocopias colgadas. Ejemplos de una etapa complicada para la Casa Central de la Cultura Popular de la Villa 21-24, que acumula tantos cambios de gestión como años de vida, arrastra problemas de precarización laboral desde el gobierno anterior y no es ajena a los conflictos que atraviesan los espacios culturales bajo la gestión Cambiemos.

Trabajadores y vecinos lo dicen en voz baja, porque ellos o sus familias están contratados allí y temen poner en riesgo sus empleos. Pero sus miradas sobre la actualidad de la Casa coinciden. “Es bastante evidente si se compara la cantidad de obras en cartelera del último año del kirchnerismo, que tampoco fue uno de los mejores. Ese año hubo aproximadamente dos obras por fin de semana, a veces con dos funciones cada una. El año pasado no hubo ni un cuarto de esa cantidad, sumado a la falta de publicidad”, contrastó un trabajador de la Casa que prefirió no dar su nombre. Durante las vacaciones tampoco hubo espectáculos para los más chicos, como en los veranos anteriores.

Es que el contraste con los primeros años de funcionamiento es evidente. La Casa se inauguró en septiembre de 2013 con la presencia de la entonces presidenta de la Nación, Cristina Fernández. Se presentó con bombos y platillos como “el primer edificio público con carácter cultural construido en un villa” y se anunció que allí funcionaría la sede central de la Secretaría de Cultura de la Nación con un despacho para su titular, Jorge Coscia, hasta entonces en la exclusiva Recoleta. La directora de la flamante Casa -de 1500 metros cuadrados, un auditorio para 300 personas, tres aulas para actividades culturales y educativas y un área multimedia- sería Nidia Zarza, cineasta nacida en la 21 y militante de Patria Grande.
 
De esa manera, cientos de vecinos pudieron acceder –muchas por primera vez- al arte y la cultura de calidad en su propio barrio. Obras de teatros para chicos y grandes, proyección de películas y otros espectáculos de alta calidad eran moneda común en la Casa. 
 
Menos de un año después, Coscia dejó su cargo a pedido de la presidenta y, con el nombramiento de Teresa Parodi, la Secretaría pasó a tener rango de Ministerio. La Casa también cambió de dirección: tras una gestión que quedó en la mira acusada de facturar millones de pesos indiscriminadamente, Zarza fue reemplazada por Mario Gómez. El delegado de una manzana de la villa y apartidario, llegó para calmar los ánimos.
 
Diciembre de 2015 y después
“Desde el año pasado se redujeron las actividades. No mandan las obras de teatro. Y faltan insumos y recursos para el mantenimiento de la infraestructura”, señaló otro trabajador contratado en la Casa, que cumple funciones en un área distinta y responde a otro sindicato. Además de las lámparas quemadas del salón de exhibiciones, puso como ejemplo la falta de lavandina y de papel higiénico. Ambos trabajadores, de todos modos, resaltaron que –a diferencia de otras dependencias- la Casa no sufrió despidos con el cambio de Gobierno nacional.
 
“No hay una acción de vaciar de contenido la Casa”, dijo y reafirmó Gustavo Ameri, actual director del espacio, en diálogo con Sur Capitalino. Sin embargo, admitió: “Lo que sí es real es que esa programación que tenía la Casa, con espectáculos que salían de calle Corrientes, ya no es. Primero, por una cuestión presupuestaria. Por ejemplo, tenemos que comprar más máquinas de coser para el taller de costura, entonces hay que equilibrar”, argumentó. Según explicó Ameri, la Casa no cuenta con un presupuesto anual propio preasignado, como otras dependencias del Ministerio de Cultura de la Nación, sino que presenta una planificación en cada período, que puede ser aprobada o corregida, y depende de la Dirección Nacional de Diversidad y Cultura Comunitaria, un área que desde enero está acéfala, tras la partida de Sabrina Landoni, ex Fundación Avón. Ameri, por su parte, tampoco fue nombrado aún en su cargo, según puede constatarse en el Boletín Oficial.
 
Sin embargo, y pese a la falta de números precisos, el factor presupuestario fue incluido en su descripción de la realidad de la Casa. “¿Cómo quieren que haga algo con este edificio y sin dinero? (El director) está a las puteadas porque de arriba no le bajan plata”, lanzó un miembro de la Junta Vecinal de la Villa 21, en estricto off de récord. “Ahora intentan abrirle más la puerta a los artistas vecinos. Al barrio también le gusta y así no se gasta tanto en obras de afuera. Pero es un engaño, porque la guita que antes se gastaba en la gente de afuera ahora no se usa con los artistas del barrio. Es bajar costos”, concluyó.
 
Por una cuestión de estructura burocrática –que también denota toda una política pública-, la Casa no está preparada para contratar a artistas populares del barrio. En general son trabajadores informales sin monotributo ni factura. Por eso, la Casa puede brindarles el escenario pero sin pagarles un caché como a otros artistas.
 
Ante los planteos sobre la disminución de actividades –los más extremos hablan de un “cascarón vacío”-, Ameri respondió que “algunos trabajadores por ahí pueden decir que el auditorio no tiene actividad, o que no la tiene como en años anteriores. En realidad, lo que no hubo fue una línea curatorial y una comunicación. Ahí sí tuvimos un problema. Porque una cosa es la comunicación que pueda hacer el Ministerio desde la sede central y otra es la que podemos generar en el barrio, que no se entera por las redes sociales o por el Ministerio, sino por nosotros. Ahí sí tuvimos una falla. Pero no es verdad que la casa no tuvo actividades”, reiteró.
 
La falta de nexo con el barrio también fue señalada por trabajadores actuales y miembros de la administración anterior. “Traen la sinfónica de donde sea, sin tener en cuenta identidades culturales del barrio, como parte de un proceso de vinculación política con embajadas”, ejemplificó un empleado de la Casa. De hecho, hasta los primeros días de este mes, el último espectáculo promocionado desde la cuenta de Facebook de la Casa era el concierto de violines Stellae Boreales, organizado mediante un convenio con Fundación Convivir y que contó con la presencia de Robert Fry, embajador de Canadá. La explicación oficial fue que se acordó el show musical por parte de adolescentes canadienses, pero que la visita del embajador no formó parte del plan sino que fue fortuita.
Incluso, el vínculo con actores sociales externos al barrio y a la Casa fue destacado por el actual director como un punto a favor. “Por ejemplo, vino un grupo de danza de afuera del barrio para pedir si les prestábamos el salón de danzas para ensayar y desde el año pasado lo usan. O el colectivo LGBT, que tenía todas las dudas del mundo, vino y les ofrecí el espacio y lo estuvieron usando”, detalló Ameri. Otras organizaciones, sin embargo, dieron cuenta de una situación contraria. Referentes de Zavaleteros, por caso, señalaron a Sur Capitalino: “Intentamos varias veces pedir el espacio y no tenemos ningún tipo de respuesta positiva. Antes sí, teníamos otro tipo de relación. Hay mucho espacio disponible y pretendíamos dar apoyo escolar y talleres de oficio, pero tuvimos una respuesta negativa. Nos decían que no había personal los sábados como para prestarnos el lugar”. Según contaron, el último intento en ese sentido –rechazado- lo hicieron en marzo pasado.
 
“Antes teníamos un contacto fluido con los directores de los colegios del distrito y había un ida y vuelta interesante. Eso se frenó. Como herramienta de transformación, está desapareciendo. No hay teatro, los profes hacen milagros para comprar las cuerdas de las guitarras. Los talleristas están pero muy pobres de recursos. Está todo muy limitado al esfuerzo de los muchachos porque al no renovar materiales es pobrísimo todo”, describió Mario Gómez, director anterior de la Casa y referente barrial. Y agregó que el espacio “lo usa el Gobierno de la Ciudad para actividades burocráticas, como si fuese un lugar de oficinas”.
 
Entre los trabajadores también hubo menciones sobre “el uso constante por parte de Ciudad”. Por ejemplo, a fines del año pasado, el programa Arte en Barrios del Gobierno porteño sumó talleres como los de peluquería y maquillaje teatral, disponiendo como sede la Casa de la Cultura de la Villa 21, dependiente de Nación.