Tarifas que arden

Vecinos, comerciantes y cooperativistas de La Boca y de Barracas se organizan para hacer frente al aumento del costo de vida. Historias que reflejan el impacto cotidiano del alza de los servicios públicos y de la baja del consumo. Por Pablo Waisberg 
Tarifas que arden

Olga Acosta es jubilada, vive en un conventillo y no puede pagar los 6000 pesos de la última factura de electricidad. Romina Burgos tiene una rotisería y se puso a charlar con un empleado de una fiambrería de Olavarría y se dieron cuenta que en ambos comercios la suba de tarifas los empezaba a ahogar. A los trabajadores de la Gráfica Patricios, imprenta recuperada hace 15  años cuando los dueños abandonaron la planta y dejaron una pila de deudas, las cuentas de los servicios públicos se les multiplicaron casi por seis, y a los y las operarias de La Mocita en los últimos tres meses se les duplicó el precio de la harina con la que hacen la masa de empanadas. A todos ellos les pasa lo mismo: cada vez más les cuesta llegar a fin de mes.

 
Lo que atraviesan esos vecinos y vecinas de La Boca y Barracas es una realidad que recorre el país: la electricidad aumentó 1490%, el gas natural subió 1297% y el agua corriente trepó 996% en los últimos dos años. Esos incrementos se trasladaron a los combustibles y, desde allí, a todo lo que se produce y comercia en el país, que también sufrió dos devaluaciones que elevaron los precios de lo que se importa. Ningún salario, en ningún sector de la economía, tuvo siquiera la mitad o un tercio de esa multiplicación. Ahora todos esos precios volverán a subir acompañando el salto del dólar de principio de mayo.
 
“Uno de mis hijos necesitaba apoyo escolar y me puse a hablar de eso con Lucho, que es casi profesor y trabaja en la fiambrería, y ahí nos dimos cuenta que teníamos los mismos problemas, que no podía ser que no llegáramos a fin de mes porque, entre otras cosas, en la rotisería nos bajan las ventas desde el veinte de cada mes”, cuenta Romina Burgos, que vive en las torres de Catalinas y tiene su negocio sobre Martín Rodríguez, donde empezó a recibir facturas de luz que se multiplicaron varias veces. Las boletas de luz de la casa llegaron a 6000 pesos, las de gas a 4000; y en el negocio pasó de 1000 a 5000 por la energía eléctrica y de 500 pasó a 4500 pesos por el gas.
 
De la charla pasaron a reunirse en una casa y decidieron identificarse con una frase: “No llegamos a fin de mes”. El próximo paso fue salir a la calle para juntar fuerzas y hacer alguna medida colectiva que permitiera corregir la suba de tarifas, que termina volcándose a los precios. “Hicimos una radio abierta en Parque Irala y se sumaron cuatro vecinos, algunos son comerciantes. Somos unas 20 personas. Hay de todo. No nos preguntamos a quién votó cada uno. Lo que nos une es que así no podemos seguir”, explica Luciano Anton, el empleado de la fiambrería de Olavarría, donde las ventas cayeron y los clientes empezaron a pedir fiado.
 
En ese grupo, que está creciendo y que este domingo 12 de mayo hará otra radio abierta en Parque Lezama, se sumó Cristina Mangravide, de la Cooperativa Los Pibes del Playón, que hacen alfajorcitos de maicena, pre pizzas y empanadas. “Desde la primera suba de tarifas, la de marzo de 2016, se nos empezó a complicar. Nacimos hace 12 años y siempre fuimos creciendo pero en los últimos dos años no podemos terminar de consolidarnos como cooperativa: aumentó el alquiler y las expensas del local y, al mismo tiempo, nos cayeron las ventas. Es una ecuación imposible”, explica Cristina, que no quiere tirar por la borda el esfuerzo de todos estos años y por eso intenta buscar los caminos para sostener una cooperativa que le da de comer a diez familias. “Es muy triste lo que pasa. Parece que hay una política gubernamental que quiere hacer desaparecer a los pequeños comerciantes y productores”, se lamenta.
 
Reposera. El día que Olga recibió la factura de 6000 pesos por el consumo de luz de abril pasado se dio cuenta de que no podría pagarla. Había hecho grandes esfuerzos para cumplir con los 3000 pesos de la factura anterior: había logrado que Edesur le permitiera pagar en cuotas. Pero ahora, con este nuevo aumento, entendió que no podría porque las nuevas facturas se montarían sobre las cuotas. Así que se fue a Edesur porque aunque consumió menos electricidad que antes -“Ahora usamos menos veces el lavarropas y cambié las bombitas de luz”, dice- paga más.
 
“Me llevé una reposera porque sabía que iba a tener mucha gente adelante. Así que fui, saqué número y me senté en el medio del salón a esperar”, cuenta Olga sobre su visita a la sede de Edesur, en San José 190. Estaba tan enojada por el monto de la factura y porque tenía casi 100 personas por delante que, para distraerse, se puso a hablar con la gente que tenía al lado. No pasó más de un minuto hasta que empezaron a hablar en voz alta, a criticar la suba de tarifas, a decir que no podía ser que tardaran tanto en atender.
 
Para tratar de calmarla, se acercó uno de los hombres de seguridad y le dio un número de atención más rápida. Dos minutos después la llamaron.
 
“Yo no puedo pagar esto. Soy jubilada y asmática. Necesito calefacción en invierno porque vivo en un conventillo. Y un conventillo es una heladera en invierno y una cocina en verano”, le explicó al empleado que la atendió. “No puedo pagar esto”, insistió y el empleado le dijo que le tomaba el reclamo pero que tenía que ir al ENRE (Ente Nacional Regulador de la Electricidad).
Ahora Olga está pensando en presentar un recurso de amparo, que es lo mismo que están evaluando los comerciantes que se reunieron bajo el lema “No llegamos a fin de mes”.
 
Más que una suba de tarifas. “Nosotros pasamos de 25 mil pesos a 140 mil pesos de luz. El año pasado tuvimos algunos picos con facturas de 180 mil pesos mensuales pero eso no pasa este año porque bajó el volumen de trabajo. Nuestro trabajo se sostiene con la folletería comercial de casas de artículos del hogar, super e hipermercados pero como bajó el consumo, los sectores de Publicidad y Comercialización de los grandes negocios decidieron no imprimir tantos folletos”, describe Eduardo Montes, de la Gráfica Patricios, donde trabajan 59 personas.
 
A esa combinación entre suba de tarifas y baja del consumo, las cooperativas sumaron otro golpe: hace seis meses el Ministerio de Trabajo eliminó la Línea 1 para el Programa de Trabajo Autogestionado, que otorgaba un refuerzo mensual de 4.700 pesos por trabajador para completar el salario. “Es un conjunto de políticas que nos están agrediendo. Ni hablar de la apertura de importaciones y del valor del dólar: nuestros insumos, tinta y papel, están todos dolarizados”, agregó.
 
“Hay una cuenta que hacemos y es muy dolorosa: por cada 10 mil pesos tenemos un salario mínimo vital y móvil. Estamos perdiendo entre 12 y 13 salarios mínimos para pagar los servicios de energía eléctrica, gas y agua. Esa plata que antes se llevaban los trabajadores, e iba directo al consumo, ahora se la llevan las grandes empresas”, dice Montes y completa: “Y nosotros tenemos que pagar, además, la suba de tarifas en nuestras casas”.
 
A los ocho trabajadores y trabajadoras que dan vida a La Mocita, de donde salen tapas para hacer empanadas y pascualinas, y pastas, también les preocupa la suba del precio de la harina, que es la materia prima que convierten en producto terminado. “La bolsa de 50 kilos salía 300 pesos en enero y ahora cuesta casi 700 . Venía manteniéndose en torno a los 250 pesos pero el precio dio un salto este año”, dice Yamili Villalba, administradora en la cooperativa.
 
Pero el precio de la harina no es su única preocupación. Como al resto, la suba de tarifas complicó los planes de la cooperativa: pasaron de pagar 5000 pesos en enero a 12000 pesos en la última factura. “Y eso que estamos usamos menos energía porque nos bajaron las ventas un 30% desde enero”, apunta Yamila. Usaban unas 50 bolsas de harina por semana y ahora están en 35.

“Lo que pasa en la cooperativa se traslada a nuestras casas. Yo empecé a cambiar cosas porque cayeron nuestros retiros mensuales (similar a los sueldos en una empresa tradicional). Ahora no me doy tantos gustos como antes. Tengo un hijo chico y no le compro tanta ropa como antes. También cambiamos la alimentación, desde diciembre del año pasado no buscamos las primeras marcas”, se lamenta.