Cómo impacta la cuarentena en los trabajadores y trabajadoras de la cultura

Mientras Lali, Patricia Sosa, Alejandro Lerner y Facundo Arana manifiestan en un video que se mueren de ganas de volver a actuar en vivo –pero recomiendan quedarse en casa–, miles de trabajadores de la cultura se desvelan por encontrar la forma de sobrevivir a la cuarentena. Por Martín Mazzini (*)

Foto: Gentileza CAFF

Cómo impacta la cuarentena en los trabajadores y trabajadoras de la cultura

El teatro y la música en vivo fueron las primera actividades en cerrar sus puertas apenas se empezó a difundir el coronavirus. Y los especialistas auguran que serán de las últimas en volver a cierta normalidad. A esa realidad se suman dos características esenciales de ambas disciplinas. Prácticamente es imposible reemplazar el “trabajo presencial” por el teletrabajo. Solo una mínima parte de las clases se puede brindar por videoconferencia. Por otro lado, es un sector con una baja sindicalización y económicamente informal, que no encuentra respuesta en las medidas generales del gobierno para el grueso de los trabajadores.

 
El censo de obras en emergencia que publicó el 13 de abril la Asociación de Profesionales de la Dirección Escénica (Apdea) registró 285 estrenos y 239 obras en cartel suspendidos, además de cuarenta giras. Les artistas afectades fueron 1.914.
 
Esto impacta centralmente en el teatro independiente que genera el mayor volumen de trabajo. De las 564 obras censadas, 552 corresponden a ese circuito, ocho al comercial y cuatro al oficial.
 
La precarización en productoras privadas y el rol del Estado
 
Con más de 6.000 afiliados, la Asociación Argentina de Actores es el sindicato más importante del rubro, que se divide en cinco ramas: teatro, cine, publicidad, doblaje y TV. La única que venía experimentando cierto crecimiento era la publicidad. En televisión, el gremio rechazó el intento de Pol–ka de retomar las grabaciones de la novela Encontradas durante la cuarentena. Además, denunció que tanto la productora como Telefé deben a la obra social de actores casi 14 millones de pesos, lo que la deja al borde la cesación de pagos. En ese contexto, el sindicato resolvió mantener la obra social para todos sus afiliados, aunque adeuden cuotas, y junto a Barrios de Pie está organizando, a pulmón, la entrega de bolsones de comida para los más necesitados.
 
Aunque la venta de entradas constituye, si no el mayor, el ingreso más inmediato del teatro, y cubre los gastos cotidianos, el único que puede sostener a los espacios teatrales y sus trabajadores en este momento es el Estado.
 
El ministerio de Cultura dispuso una batería de medidas para el sector. La más importante es el Plan Podestá. Con un presupuesto de casi $100 millones, ya está otorgando subsidios de entre $90.000 y $120.000 a las 240 salas inscriptas en el subsidio anual. También creó el fondo Desarrollar, con $30 millones para asistir a espacios culturales.
 
De cualquier manera, Gustavo Uano, director ejecutivo del Instituto del Teatro, encargado del Plan Podestá, reconoció a este medio que “el panorama es poco alentador”. El instituto está tratando de llegar a los beneficiarios “lo más rápido y de la mejor manera posible, para que los recursos sean realmente útiles. A diferencia de la gestión anterior, que perjudicó el entramado económico del teatro alternativo en el país, el Consejo de Dirección está saludablemente activo y cohesionado para atender esta situación extraordinaria”.
 
Julieta Alfonso, de Proteatro y miembro del consejo, y diversos dirigentes confirmaron que las conversaciones con el ente estatal son cotidianas. Pero las salas no viven de los subsidios sino de los recursos propios que generan. Estos incluyen muchas veces el alquiler del espacio a docentes, también interrumpido.
 
La Asociación Argentina del Trabajo Independiente (Artei) agrupa a 102 salas independientes de CABA. Casi 60 no reciben subsidios. Y la mitad paga un alquiler de entre $25.000 y $75.000. “Hay una microeconomía que se genera a partir de un espacio teatral. No solo escenógrafos, vestuaristas, coreógrafos, iluminadores y sonidistas sino también desde el barcito de la esquina hasta los que cargan los matafuegos”, dijo Liliana Weimer, presidenta de Artei. Los técnicos y operadores están en el último escalón de la precariedad laboral. Facturan a los distintos teatros donde trabajan y muchos no tienen regularizado el monotributo.
 
Weimer gestiona El Abasto Social Club, que los fines de semana ofrece cinco o seis obras, además de cursos y seminarios en la semana. La sala recibió $90.000 de subsidio pero no llegó a pagar el alquiler de abril: lo usó para cubrir deudas. “Nos estamos agarrando la cabeza”, afirmó la titular de Artei.
 
Entre los dueños de salas hay monotributistas, asociaciones civiles, una sola cooperativa formal (Paidós) y muchas personas físicas.
 
Es entonces que se vuelve real la predicción del empresario teatral Carlos Rottemberg: “El año está perdido”. En 2009, cuando se suspendieron las funciones de vacaciones de invierno por la gripe A, el mundo teatral tardó unos tres meses en volver a cierta normalidad. Antes había pasado Cromañón. “Sabemos lo que es tener gente grande leyendo las etiquetas de los matafuegos”, ilustró Weimer.
 
Las limitaciones de la ayuda estatal
 
La gran mayoría de los artistas no pudo acceder al Ingreso Familiar de Emergencia de $10.000 que lanzó el gobierno. Muchos tienen algún trabajo formal de pocas horas dando clases en alguna institución. “No conozco a ningún colega que haya podido aplicar, así sea porque trabajan en un centro cultural”, dijo Natividad Martone, de Proteatro.
 
La situación entre los músicos es similar, con una informalidad más acentuada. “También es heterogénea porque algunos tienen otros laburos aparte de la música: hay desde los que tienen más espalda hasta gente que vive al día de las clases”, contó Juan Ignacio Vázquez, presidente de la Unión de Músicos Independientes (UMI). La UMI dejó de cobrar la cuota social y condonó deudas a sus 7.000 afiliados -la federación (Fami) agrupa a 10.000 músicos-. En un primer relevamiento, registró 200 shows cancelados solo en Capital.
 
El Instituto Nacional de la Música otorgó $10.000 a los monotributistas categorías C y D, como complemento al IFE. La medida fue cuestionada: pocos músicos facturan más de $40.000 por mes, así sea que se encarguen de los cobros de una banda entera.
 
El reclamo que hoy se vuelve urgente es la aplicación del artículo 65 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que no fue derogado por el macrismo y obliga a las radios a emitir un 30% de música nacional, la mitad de solistas y bandas independientes. El gobierno anterior, con las modificaciones que hizo a la normativa, dio por tierra con un trabajo de varios años para llevar adelante un banco nacional de música y las planillas para que las radios rindieran su programación. Es una de las pocas medidas que constituiría un aporte real para autores e intérpretes, más allá de los subsidios.
 
De los 13 músicos de la Fernández Fierro, siete pidió el IFE. “Veníamos muy golpeados estos últimos 4 años, como casi todo el país –contó Yuri Venturin, el contrabajista–. El trabajo cayó prácticamente a la mitad. Diciembre, un mes donde salían muchos shows, fue malo”. La orquesta debió suspender giras por Chile, Uruguay, Europa y festivales en el interior por la pandemia. Pero además, debe sostener el Club Atlético Fernández Fierro (CAFF), un espacio artístico por el que pagan $70.000 de alquiler. La orquesta es una asociación civil “muy informal”. Ahora planean registrarse como cooperativa.
 
Su compañero bandoneonista, ‘El Ministro’, dio una pequeña clave esperanzadora: “Ser músico independiente es ser electricista, plomero, pintor, organizador de espacios… Para llegar a ser artista pasamos por muchos oficios que de alguna manera nos preparan para esta supervivencia”.
 
El CAFF forma parte de Clubes de Música en Vivo (Clumvi), una red de 40 espacios de CABA para menos de 300 personas que reciben un subsidio de BAMúsica de unos $400.000 anuales (a razón de $2.000 por 200 fechas). Están haciendo gestiones para cobrarlo, a pesar de no poder abrir, mucho antes que en la fecha estipulada de fin de año.
Mientras tanto, el club inició un ciclo de shows de solistas, por streaming, con contribuciones voluntarias de $100 a $300. Tuvo buena convocatoria, aunque sufrió algunos problemas de conectividad.
 
La cultura en el mundo poscoronavirus
 
La transmisión online es por ahora el único salvavidas para los espacios artísticos. En el primer fin de semana de obras a la gorra virtual, Timbre 4, el espacio teatral de Claudio Tolcachir, tuvo una recaudación mayor a la de un fin de semana con público en la sala.
 
Alternativa Teatral, la web que consolida la información sobre toda la cartelera teatral del país, hizo suya la iniciativa y la propuso a todo el mundo del teatro. “Es un salvavidas –dijo Javier Acuña, director de Alternativa–. Hay problemas con los derechos de autor, por lo cual solo sirve en principio para producciones propias, y en general las obras están filmadas con cámara fija. Pero lo veo como una buena posibilidad a futuro para salas de poca capacidad, que pueden ver multiplicado su público y llegar a audiencias de todo el mundo”. Sin embargo, “a la mayoría le cuesta pensarlo como posible. Hay mucho pesimismo”, dijo Acuña.
El año pasado, según la plataforma, hubo en CABA 501 espacios con actividad teatral. Se realizaron 5.764 espectáculos de los que participaron 31.567 artistas y técnicos. Hoy hay espacios que se transformaron en delivery de bebidas alcohólicas. Otros reciben donaciones y venden a futuro cursos y pintas de cerveza.
 
“El agua ya nos tapó –resume Sergio Rower, fundador de Libertablas, del Grupo de Espacios Teatrales Independientes y presidente de la filial argentina de la Unión Internacional de la Marioneta–. Lo que nos une es que estamos todos enojados, aunque me pregunto hasta cuándo va a durar esta ´unidad ideológica´”. Rower teme que se repitan experiencias en las que alguno proyecta que su “sellito” es más importante que el de al lado. Por eso insiste en una idea con la que acuerdan muchos colegas: “Somos trabajadores y formamos parte de la misma situación desgarradora que todos los profesionales independientes, desde pintores y autopartistas hasta jardineros. Por más que tengamos una especificidad como artistas y la derecha pueda tener el prejuicio banal de pensar ´cómo querés cobrar si sos un hippy´, estamos igualmente castigados por el neoliberalismo”.
 
Frente a eso, “los más viejos tenemos experiencia y debemos pensar cómo nos vamos a insertar en el nuevo mundo poscoronavirus”.
 
Es una incógnita cuánto tardará el público en volver al teatro. La gripe A ya llevó a replantearse el valor del arte. “Puso en duda si era tan necesario llevar a los chicos a ver un espectáculo. Y no tiene punto de comparación con la catástrofe que estamos pasando. ¿Cuánto falta para hacer un show en el patio de una escuela? ¿Cómo quedarán los bolsillos de los trabajadores? ¿Y la clase media acomodada, que manda a sus hijos a la escuela privada, cuándo va a volver a pagar por un micro y una entrada al teatro?”.
 
Frente a esta experiencia inédita, según Rower, hace falta “un replanteo absoluto. Barajar y dar de nuevo”.

(*) Este artículo forma parte de una cobertura conjunta entre el Sipreba y la Fundación Rosa Luxemburgo (FRL) que busca aportar al debate en torno al mundo del trabajo, su organización y estrategias en plena crisis sanitaria. En la misma se utilizan fondos del Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo de Alemania (BMZ). El contenido de cada publicación no refleja necesariamente las posiciones de Sipreba y la FRL.