“Otro barrio es posible, sólo hay que imaginarlo”
Ricardo Talento se nos fue el primer día de septiembre, a los 76 años. Actor, dramaturgo, director de teatro, vecino y militante del arte como transformador, nos deja sus obras, sus canciones, sus juegos y su enorme compromiso con la comunidad. Barracas, y el mundo, lo despiden.
Hay escritores que sienten pánico ante la hoja en blanco. Hay artistas que esperan que se les aparezcan las musas antes de lanzarse a las aguas turbulentas de la creación. Para Ricardo Talento, los sueños y la imaginación de una comunidad, sus voces y sus miradas, eran suficientes para que comience la acción.
El actor, dramaturgo y fundador del Circuito Cultural Barracas solía contar -y cada vez que contaba una anécdota una chispa le iluminaba los ojos- que, en una oportunidad, viajaba hacia el sur de la Ciudad de Buenos Aires, desde el más lejano sur del conurbano, cuando, cruzando el Puente Pueyrredón, descubrió, entre los matorrales que rodean los pilotes de la autopista Arturo Frondizi, el inconfundible piso ajedrezado de lo que alguna vez fue un patio de Barracas. Llegó tarde a la reunión del grupo de teatro, pero traía consigo la emoción de un arqueólogo aficionado. Mientras se sacaba su casi eterna gorra y dejaba la campera en el respaldo de la silla, les contó su hallazgo a sus compañeros. Enseguida, como si Ricardo hubiera abierto una canilla, empezaron a salir, a borbotones, anécdotas, recuerdos, impresiones de lo que significó para los vecinos la construcción de la autopista.
Con esa sencilla acción de contar lo que había visto, se puso en marcha el mecanismo de eso que se llama teatro comunitario, un movimiento que Ricardo Talento sembró, cultivó y cuyos frutos multiplicó en el barrio, la ciudad y el país, y que trascendió a la región y el mundo.
Lo que se habló ese día, en el Circuito Cultural Barracas, fue el origen de “Zurcido a Mano. Cantata barrial en cuatro movimientos”, presentada por primera vez en 2004. La obra fue la puesta en palabras de una historia de despojo barrial, de una promesa de progreso que no se cumplió, de una cicatriz a cielo abierto, pero también de una búsqueda de reconstrucción de la identidad barrial fragmentada por las topadoras. El teatro comunitario, la acción artística, la imaginación y la creatividad puestas en marcha para zurcir aquello que el poder busca fracturar.
Y eso fue Ricardo Talento. Un zurcidor serial y social; un convencido del arte como transformador. Un militante político. Desde Rawson y Junín, los pueblos donde vivió su infancia y su adolescencia, donde conoció el circo criollo y dio sus primeros pasos como actor. Desde el Grupo Cumpa, ya en la ciudad de Buenos Aires con Mauricio Kartún, allá por 1972 y hasta la dictadura. Y desde la restitución de la democracia, con Los Calandracas. Una continuidad: teatro independiente, teatro político, teatro comunitario. “Pensar al teatro comunitario (…) como un fenómeno aislado, producto de la imaginación y la originalidad de un grupo de vecinos es aportar a la clásica fragmentación con la que nos retransmiten una y otra vez los hechos históricos”, solía aclarar.
Cada momento de crisis de los últimos cuarenta años, encuentra al teatro comunitario como catalizador de dinámicas sociales de resistencia, pero de resistencia no entendida sólo como reacción o respuesta. Una resistencia que hace pie en resistencias anteriores, que tiene capacidad de crear, de imaginar otro mundo posible para poder construirlo. “Vos fijáte -decía Ricardo con esa voz tranquila, pausada, que invitaba a escuchar- que el teatro comunitario fue naciendo en momentos muy significativos del país. El Grupo Catalinas nace en los últimos meses de la dictadura militar, en octubre de 1982. El Circuito Cultural Barracas nace en los ’90, otro momento también significativo donde supuestamente la gente no tenía ganas de juntarse, porque estaría valorizado el individualismo. Luego, la gran expansión del teatro comunitario fue en el 2001. Creo que fue una parte sabia de la población: ante el dramatismo de lo que se estaba viviendo, vieron en el camino del arte, en el camino del teatro, un lugar de encuentro, un lugar de visualizarse de otra manera y de auto contarse lo que había pasado”.
Los chicos del cordel y Barracas al fondo, en cada una de esas etapas, visibilizaron los efectos del neoliberalismo en las calles que pateamos todos los días, a las y los expulsados de un barrio al borde de caer, pibes que están ahí, aunque muchos esquivan ver. Pero también El Casamiento de Anita y Mirko, esa búsqueda de, a pesar de todo, no perder la celebración y el encuentro. Tan vigente. Mantenerse a flote con otros y otras cuando todo lo demás parece naufragar. “Creo que esa es la esencia del teatro comunitario: el nosotros, el trabajo colectivo y una comunidad juntándose, organizándose y contándose quiénes son, qué hacen y qué futuro sueñan”. Un hecho totalmente político.
“Se nos murió el flaco Talento. Y acá el ‘nos’ va mucho más allá del círculo cercano; es el ‘nos’ más grande, el de la comunidad -lo despidió Mauricio Kartún-. Donde lo dejen allá arriba juntar cuatro vecinos, el cielo tendrá su teatro comunitario”.
Y así fue su despedida el domingo 1 de septiembre. A la medida y el deseo de Ricardo. Un velorio de abrazos, canciones y comunidad. De voz colectiva. Una despedida que pronto volverá como celebración aún más grande, en la calle, en la puerta de su querido Circuito.
Mientras, acá, en Barracas, seguimos imaginando un mundo mejor posible, porque como decía Ricardo, esa imaginación, ese relato que podamos imaginar y contarnos, es el primer paso necesario para construirlo y es, sin dudas, una tarea comunitaria.
“Para nosotros, el arte es un derecho de todas las personas y lo ponemos en acción con nuestro proyecto. Hacemos memoria, construimos identidad, ficcionamos, ponemos en escena la otra palabra del habitante de nuestro barrio, nos convertimos en protagonistas y compartimos la posibilidad de imaginarnos y transformarnos colectivamente. Esta es nuestra construcción política comunitaria”.