Matilde y Miguel
El Museo Quinquela instaló la reproducción de una obra del artista boquense Miguel Diomede en el frente de un edificio de la calle Aristóbulo del Valle. La imagen de la mujer retratada disparó el misterio. ¿De quién se trata? ¿Cuál es su historia? ¿Por qué la pusieron allí? La placa descriptiva debajo de la pintura no alcanza a develar el enigma.
Figura con velo es el título de la obra. Fue realizada en 1944. El original es un óleo sobre tela pegada sobre una placa de fibra de madera. Mide 67 por 51 centímetros. Hasta allí la información que acompaña al conjunto de cerámicos adheridos a la pared sobre los que se reproduce el cuadro, a una escala que casi duplica el tamaño original.
También figura, por supuesto, el nombre del pintor: Miguel Diomede, uno de los grandes artistas plásticos argentinos. Contemporáneo de Quinquela, Lacámera y Victorica, integró junto a ellos la “Escuela de arte de La Boca”, una corriente de talentosos pintores que lograron trascender el barrio sin perder la marca de fuego de su origen popular.
Diomede logró importantes premios en el país y cosechó reconocimiento internacional. Sin embargo, por su personalidad retraída y cierta inclinación por el misterio –tanto en su vida como en lo que transmite su obra– su figura es poco conocida. Lo mismo sucede con la historia de este retrato que ahora llama la atención de quienes pasan por la calle Aristóbulo del Valle entre la Bombonera y la avenida Almirante Brown.
Don Miguel solía referirse a este cuadro por el nombre de la protagonista: Matilde. En la imagen, la mujer cubre su cabello con un velo claro que contrasta con su vestido negro; un recurso poco habitual en su obra, signada por los matices, los tonos suaves y la indefinición. Matilde fue una de sus dos hijas. El artista también le dedicó más de una pintura a su otra hija, Asunción.
Contemporáneo de Quinquela, Lacámera y Victorica, Diomede integró junto a ellos la “Escuela de arte de La Boca”
¿Habrá alguien en La Boca que, al ver la pintura, recuerde a Matilde caminando por las calles del barrio? Al momento de ser retratada ella tenía 16 años, pero mantuvo los rasgos que la identificaron hasta sus últimos días. Ahora, su imagen engalana el frente de la vivienda de Aristóbulo del Valle al 500, donde vivió hasta 1988, cuando falleció a sus 60 años. En este edificio antiguo habitó el departamento del primer piso con su esposo y su hijo Darío. Él, que hoy vive en otro departamento del mismo lugar, fue quien tendió el puente entre el museo y los vecinos para gestionar la instalación.
Darío atesora algunos objetos de su abuelo y se preocupa por mantener viva la memoria de su obra. Entre las fotos que tiene hay unas que muestran a Diomede junto al pianista y cantante de jazz Nat King Cole, quien lo visitó en su taller en 1957; otras llevan el sello de la fotógrafa Sara Facio, quien para el momento en que fue a retratarlo, ya era reconocida por sus fotos de Evita, Borges, Neruda y Alejandra Pizarnik.
–Durante sus últimos años él nos venía a ver acá. En 1973 estaba ya muy enfermo y le costaba subir la escalera hasta el primer piso, pero venía igual– recuerda Darío, que tenía 6 años cuando don Miguel falleció. Dice que su abuelo era un hombre serio, sobrio, aunque le contaron historias que lo pintan como “un poco pizpireto también”.
–Él vino en un barco en la panza de la mamá, y nació acá. Vino de Italia, pero pasó su infancia en un conventillo de la calle Suárez, número 74 o 48, creo, allá en la primera cuadra, para el lado del puerto. Después, cuando se casó, se mudó al pasaje Zolezzi 147, frente a la casa de Pérez Celis. Ahí estuvo hasta los 70 años. Recién a esa edad se pudo mudar a un departamento de cemento– rememora.
Hijo de inmigrantes, huérfano a temprana edad, sensible y bohemio, Miguel Diomede nunca quiso dejar el barrio.
–Siempre tuvo su taller acá en La Boca –sigue contando Darío. –El último estaba en Pedro de Mendoza, lo que llaman las casas baratas; y mucho antes de eso tuvo otro por Vuelta de Rocha, donde casi todos los artistas de la época alquilaban una piecita con vista a la calle, al puente, a los barcos.
La retrospectiva que el Museo Benito Quinquela Martín expuso entre julio y octubre fue la ocasión para que Darío pudiera colaborar de mejor modo con la difusión de la obra de su abuelo. Cedió fotografías y puso a disposición otra de las pinturas en la que Diomede también retrató a Matilde.
A partir de ese acercamiento surgió la idea de incorporar alguna de sus obras al programa “Museo Delibery”, por el cual el Quinquela instala reproducciones de obras de su colección en frentes de edificios o plazas del barrio, para que estén al alcance de la comunidad. Sin embargo, con Matilde hicieron una excepción: la obra no es parte de su patrimonio, sino del Museo de Arte Tigre, quien autorizó la reproducción. Otra particularidad es que, en este caso, las autoridades del Museo accedieron al pedido de Darío y de la familia para que la obra elegida no fuera una de las que reflejan los clásicos paisajes del puerto o del puente, como es habitual, sino este retrato.
Así, el homenaje es doble: al artista, y a la vecina de La Boca.
–Tuvo una vida simple– dice Darío, al pensar en su madre– Mis abuelos eran muy pobres, y cuando nació la segunda hija, a mi mamá la mandaron a vivir a la casa de una tía, porque a ellos no les daba el cuero para mantenerlas a las dos. En esa época eso era bastante habitual, año 35 más o menos… la década infame, si no me equivoco.
A pesar de esa mudanza forzada por la necesidad, Matilde, al igual que su padre, siempre vivió en La Boca. Darío mantiene esa tradición.
–Era una ama de casa, dedicada a su familia. Con mi viejo se pusieron de novios a los 16 años, pero tuvieron que esperar a los 21 para casarse, antes era así– rememora su hijo.
Las pinceladas del recuerdo de aquellas “vidas simples”, como las define Darío, condensan gran parte de la historia de este rincón de la ciudad; recrean una forma de transitar la pobreza por parte de quienes, aún con dificultades, no se privaron de soñar. Hicieron arte, pujaron por salir adelante, le dieron identidad al barrio, construyeron sentido de comunidad, mantuvieron viva la memoria.
La imagen de Matilde, una mujer sostén de su hogar, descendiente de inmigrantes, vecina de La Boca, también es parte viva de esa historia, nuestra historia.