Rosita volvió al barrio

Hace un siglo, Rosita Quiroga, nacida y criada en La Boca, se convertía en la primera mujer de la historia en grabar un tango de manera profesional. Pionera en un género dominado por varones, durante muchos años su figura quedó en el olvido. Pero en el Festival de Tango volvimos a escucharla: Celeste González interpretó sus canciones y recordó su historia.

Rosita volvió al barrio

Nació cuando nacía el siglo XX en una casilla de chapa y madera de la calle que entonces se llamaba Zárate y ahora es Carlos F. Melo, a una cuadra del Riachuelo. Su padre, Manuel Rodríguez, era un inmigrante asturiano. Su madre, cordobesa: María Quiroga (ella dirá que eligió llevar el apellido materno en su nombre artístico más por pudor que por convicción: para que no la reconocieran si fracasaba). Su vivienda era pobre, pero en aquel entonces, aún siendo pobres las familias podían soñar con cierta prosperidad: a los siete años Rosita empezó a estudiar guitarra con Juan de Dios Filiberto, también vecino, y desde entonces se dedicó a tocar y a cantar. La casa aún está en pie, aunque en el barrio pocos la recuerdan, y casi nada se la menciona en la escena renovada del tango. Sin embargo, Rosita es una verdadera leyenda nacional.

Fue la primera mujer que cantó en la radio argentina. En 1923 se presentó en vivo en LOX, Radio Cultura, la primera broadcasting que se instaló en el país; para tomar dimensión de la novedad, digamos que Gardel, ya famoso en ese entonces, lo haría por primera vez un año después.

En ese mismo año grabó para la RCA Victor: su primera canción fue un estilo, Siempre criolla; en 1924 volvió al estudio: fue el turno de La Tipa, el primer tango grabado con voz de mujer. En 1926 volvió a hacer punta acompañando las novedades de la época: interpretó La musa mistonga, con letra de Celedonio Flores, en lo que resultó ser la primera grabación eléctrica que se hizo en el país.

Supo que su fuerte era su personalísima voz, tal vez por eso logró destacarse sin las concesiones que otras mujeres de la época tuvieron que hacer para triunfar. Mientras Azucena Maizani debió vestirse como un hombre al iniciar su carrera, Tita Merello era considerada una jovencita “bataclana” y la Negra Sofía Bozán tuvo que lucirse primero en las tablas revisteriles del Maipo antes de ser respetada como cantante, Rosita se ganó el reconocimiento a su modo, con su fuerza interpretativa como carta de presentación.

Su estilo orillero despertó la admiración de figuras diversas, como Evita, que quiso conocerla y la invitó a su despacho. También se la ve en una foto junto a Borges. Desde la literatura la homenajearon Julio Cortázar, que la menciona en “Circe”, uno de sus cuentos más conocidos, y Alejandro Dolina, que la recuerda en sus Crónicas del Ángel Gris. El periodista Jorge Göttling la bautizó "La Edith Piaf del arrabal".

Sin embargo, después de su primer momento de éxito, Rosita se casó y se alejó de las grabaciones por muchos años. La industria musical le reservó un lugar en la producción y promoción de artistas, pero su carrera perdió brillo. En La Boca su nombre es apenas una mención más cuando se repasan los músicos que vivieron el barrio: Juan de Dios Filiberto, Pedro Laurenz, Bachicha Deambroggio, ella. Pero su repertorio, su historia, su recuerdo, se diluyen en la niebla del Riachuelo si se trata de saber algo más.

Esto fue así hasta que llegó Celeste González a La Boca. Cantante y admiradora de la obra de Rosita, lleva tiempo presentando un espectáculo dedicado a recuperar la obra de nuestra pionera del tango. Se presentó en el Museo Histórico, en Malevaje y, semanas atrás, abrió el Festival de Tango.

“Lo que más me fue acercando a ella es que era diferente al resto”, cuenta Celeste, en diálogo con Sur Capitalino. Durante el Festival compartió grabaciones donde Rosita habla en primera persona de su historia, y un repertorio de canciones que eligió con precisión: “De mi barrio” (letra y música de Roberto Goyheneche, que Rosita popularizó en 1924), “Apología tanguera” (música de Rosita y letra de Enrique Cadícamo), “Flor de taupí” (letra y música de Rosita) y “Pum Garibaldi” (música de Lía Acuña de Andreoni y letra de Juan Velich, quien la grabó con Rosita en 1926).

Sobre el escenario, Celeste luce su guitarra criolla, su pelo corto al igual que acostumbraba llevar su musa en los años 20 del siglo pasado, y su voz de inspiración indiscutible en el decir arrabalero de la homenajeada. El entorno del Museo Histórico hace el resto: alcanza con entrecerrar los ojos, escuchar su canto y dejarse llevar. Malevaje, el otro sitio donde Celeste se presentó semanas atrás, hace un siglo era la sede de una escuela y estaba a solo cuatro cuadras de la casa de los Quiroga. De hecho, era la escuela más cercana. ¿Habrá estudiado allí, frecuentado durante parte de su infancia esas mismas paredes que hoy albergan milongas y dan espacio al nuevo tango? "Mi madre me acompañaba a todos lados, me llevaba a los colegios del barrio para cantar", recordó Rosita en una de las últimas entrevistas que le hicieron.

“Empecé a investigar sobre las primeras cancionistas, sobre los repertorios que tuvieran que ver con la posición de la mujer en el tango, que no es lo más difundido. Entonces llegué a Rosita, porque ella fue una de las primeras que grabó temas cantados desde la perspectiva de la mujer, en primera persona”, explica Celeste, y detalla: “El tango ´De mi barrio´ fue el más difundido, es la mirada de una mujer en el cabaret y todo lo que le pasa contado en primera persona; otros temas no se volvieron a grabar, como ´Estoy borracha´, que habla de una mujer en un bar, algo que no era común y no aparecía en los tangos”.

Después de su presentación, el Museo Histórico del barrio evalúa dedicar un espacio a la memoria de Quiroga. “Yo ya venía haciendo sus temas, mezclándolos con tangos míos y de otras compositoras, porque es importante que haya un diálogo entre lo que fue y lo que es”, explica Celeste.

Sus próximas presentaciones serán en Córdoba, donde interpretará tangos propios y mantendrá parte del repertorio de Rosita. Dice que le gustaría volver a La Boca, porque todavía no pudo conocer la casa de la calle Melo donde la pionera del tango aprendió a cantar.

Celeste en Instagram: @mujercita.arrabalera

 

Rosita x Rosita *

“La casilla de madera y zinc situada en el corazón de la Boca, estaba asentada sobre pilotes por las inundaciones que en aquella época eran muy frecuentes. Claro, una se levantaba por la mañana, con un sol radiante, estiraba las patas para bajarse de la cama y en lugar de piso se encontraba con una alfombra de agua que le cubría hasta los tobillos. Debajo de la casilla teníamos un botecito y cuando se desbordaba el Riachuelo y el barrio se llenaba de agua, yo salía remando ‒porque a los 7 años ya era medio marimacho‒ para hacerles los mandados a los vecinos. A uno le compraba azúcar; a otro, yerba; a un tercero, harina o carne. Por cada mandado me daban cinco centavos”.

“En Buenos Aires, mi padre tenía tropa de carros. Más que carros eran chatas. Sacaba carbón de los vapores que llegaban hasta La Boca y lo llevaba hasta la calle Labardén y Caseros, donde estaba la Compañía de Gas”.

“Aprendí guitarra con Juan de Dios Filiberto: por tonos, no por música, para acompañarme las milonguitas, los estilos y los valses criollos”.

“Mi hermana me peinaba con peine fino porque entonces había muchos piojos en los colegios. Sería que en ese entonces no había como ahora tanta comodidad de baños. Nosotros nos bañábamos los miércoles y los sábados. Hablando claramente: no teníamos un cuarto de baño, era una letrina. Mi hermano el Ruso había puesto una lata con unos agujeros, y con una manguera conectaba la canilla con la lata”.

* En diálogo con Julio Ardiles Gray, julioardilesgray.com