Memoria en el terraplén
Alumnos y alumnas del Normal 5 de Barracas, vecinos de la asamblea barrial, artistas y militantes recordaron a cinco adolescentes desaparecidos. Como homenaje terminaron la pintada trunca, el “abajo la dictadura” que habían comenzado en el paredón de Coronel Rico y Arcamendia cuando apareció la patota y se los llevó para siempre.
La noche del 7 de julio de 1976 algo quedó inconcluso en un rincón de Barracas. Brocha en mano, Pablo, Alejandro, Hugo y Juan Carlos hacían una pintada en la pared de ladrillos del terraplén del Roca. “Abajo la…” llegaron a escribir los adolescentes antes de que una patota de la dictadura se los llevara para siempre. Eran alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires y militantes de la Juventud Guevarista. Tenían 17 y 18 años. Horas después, secuestraron a Magdalena, de 15 años y novia de Alejandro. Nunca más se supo de ellos. Los cinco siguen desaparecidos.
Cuarenta y ocho años después, alumnas y alumnos del Normal 5 decidieron terminar aquella pintada. Como parte de un proyecto de Memoria, que impulsa la profesora Mara Rodríguez Otero, les pibis de tercer año se pusieron a investigar qué pasó aquella noche, ahí donde Coronel Rico y Arcamendia se unen antes de esfumarse contra el paredón. Se hicieron preguntas, construyeron hipótesis, imaginaron los sueños y deseos de esos chicos que desaparecieron cuando tenían casi la misma edad que ellos.
“Así pintando estuvimos todos y como el arte propone sueños, la calle también cambió”.
Con el apoyo de Memoria Encendida y de la artista Carolina Ghigliaza Sosa, no sólo terminaron la pintada. También los pintaron a ellos pintando. “Confío en el arte como una forma de reparar la historia”, dijo la muralista hija de desaparecidos mientras coloreaba de rojo el pulover que eligió para traer a Pablo de nuevo al terraplén. “Y hoy estamos terminando lo que ellos empezaron, ese ‘Abajo la dictadura’ como una expresión, un deseo, una necesidad. Me gustaría poder terminar todos los sueños que tenían los desaparecidos por una sociedad más justa”. Con el permiso del arte, unos metros más allá, sobre el pasaje, están Magdalena y Alejandro, aunque ella no estuvo esa noche. “Así pintando estuvimos todos y como el arte propone sueños, la calle también cambió”, expresó Rita, otra integrante de la asamblea de Barracas. Por encima del terraplén pasa el tren celeste rumbo a Constitución. El ruido del traqueteo impone una pausa.
La pintada de la pintada quedó inaugurada el 17 de septiembre en una mañana potente e inolvidable para quienes estuvieron presentes. “Porque cuando quieren apagar la memoria, la memoria surge, brota, estalla en distintos espacios. Aún en sitios recónditos como este, una intersección perdida en el barrio de Barracas, porque aquí y en todos los lugares donde podamos vamos a hacer brotar esa memoria”, arrancó Lucas Yáñez, integrante del espacio que se agrupó dentro de la asamblea de Barracas. Después fue el turno de las alumnas, sus voces, sus lágrimas, sus abrazos.
“Ellos desaparecieron y automáticamente pasaron a no ser -sintetizó al micrófono una de las chicas, mientras los pañuelos blancos flameaban convertidos en guirnaldas-. Por eso para nosotros es muy importante las baldosas, porque son una forma de que estos chicos dejen de no ser, de recordar que ellos fueron y siguen siendo personas, que fueron y siguen siendo parte importante de nuestra historia. Es una manera de inmortalizar sus nombres y su valentía de luchar por lo que ellos creían correcto”, dijo antes de que los nombres de Alejandro Goldar Parodi, Pablo Dubcovsky, Hugo Tosso, Juan Carlos Marín y Magdalena Gallardo quedaran estampados por siempre en el suelo de esa esquina. Esa que eligieron los jóvenes militantes para gritar su lucha contra el terror y el hambre, porque -como reconstruyeron las y los alumnos en el proyecto- Barracas era considerado un barrio obrero donde fomentar la organización y la resistencia.
El sol empieza a templar el día. Las pibas y los pibes del Normal 5 escuchan sentados en el pavimento. Cada tanto levantan en alto carteles escritos con marcadores. Ni olvido ni perdón. Nunca Más. Los lápices siguen escribiendo. Hay fotos de madres de Plaza de Mayo, otras de desaparecidos. Aplausos. Canciones.
Se acerca Pablo Llonto, abogado de juicios por delitos de lesa humanidad, militante de derechos humanos y vecino del barrio. Con su pelo largo encanecido y su voz dulce, pausada, atrapa la atención de los adolescentes. Les habla a los ojos, se emociona. “Esta fue una de las mañanas más hermosas de Barracas. Me llevo la mirada de esa pintada y la de este puñado enorme de jóvenes, con la certeza de que ustedes son el rostro de ellos cinco, que tomarán la posta y seguirán peleando por memoria, verdad, juicio y castigo a todos los culpables del genocidio”.