Agujas y alfileres: El auge de la industria textil en Barracas y los orígenes del peronismo

A mediados del ’30 en los talleres de Piccaluga y Cía. trabajaban 3 mil personas que, a diario, se mezclaban con trabajadores de la vecina Águila Saint y se acodaban en el estaño de La Flor de Barracas. Uno de ellos era Andrés Framini, quien llegó a ser secretario general de la Asociación Obrera Textil y un símbolo de la resistencia peronista.

Agujas y alfileres: El auge de la industria textil en Barracas y los orígenes del peronismo

El paño

Al oeste, las manzanas de Barracas pierden homogeneidad y adoptan formas caprichosas. Quienes investigaron la cuestión, la explican por esa primera fractura territorial que significó el ferrocarril y por el loteo poco planificado de las quintas que supieron erguirse en el barrio cuando éste tenía más de campaña que de espacio urbano.

Un claro ejemplo de calles oblicuas y esquinas de ángulos agudos lo encontramos en el perímetro comprendido por Brandsen, Herrera, Suárez y Ramón Carrillo.

Con todo, la vieja calle Universidad –hoy Feijoo-, conserva una regularidad tradicional que la convierte en el camino indicado para atravesar el meandro.  Sobre esa arteria se levanta uno de los pocos edificios con cúpula de Barracas.  Alguien tuvo la poco feliz idea de intervenir la cúpula con la inscripción “Barracas Central” que poco nos dice de la historia contenida en el inmueble.

La textil

Originalmente fundada como una de las plantas industriales de la firma Luis Barolo & Cía., fue el resultado de una conjugación de factores internos y externos que llevó a la expansión de la industria en nuestro país, en general, y en Barracas, en particular. Llegados a la Argentina, provenientes de Italia, a fines del siglo XIX, Luis Barolo y sus socios se sumaron al auge del ciclo de la lana estableciendo una hilandería de lana peinada y una tejeduría para la fabricación de paños y casimires. El estallido de la primera guerra mundial (1914-1918) fue aprovechado por la compañía para abastecer al mercado interno pero también para orientar una parte de la producción a la confección de paños militares que le permitió exportar a Europa, al promediar el conflicto bélico, la nada despreciable cantidad de 500 mil metros de géneros de lana. Hacia 1916 los balances de la firma daban cuenta de un capital de 3 millones de pesos y una cantidad de 650 personas empleadas. La importancia de la textil queda plasmada en su inclusión en el número especial del matutino La Nación con motivo del centenario de la declaración de la Independencia argentina.

Los socios decidieron invertir parte de las ganancias resultantes de las exportaciones a la construcción de una nueva planta industrial en la manzana triangular comprendida entre las calles Universidad, Lanín y Brandsen.  El edificio se inauguró en 1920 y allí tenían lugar todas las actividades del proceso productivo: lavadero, tintorería, hilandería, tejeduría y apresto, lo que hoy denominamos integración vertical. Luis Barolo fallece en 1922.  En ese momento, algunos socios deciden retirarse y queda al frente Francisco Piccaluga, quien le dará el nombre con el cual recordamos hoy a la empresa.

A pesar de que el fin de la guerra mundial redujo las exportaciones y de que en 1929 estalló una crisis económica de alcance mundial, para mediados de la década del ’30 Piccaluga y Cía. declaraba un capital de 9 millones de pesos y en sus talleres trabajaban 3 mil personas entre obrerxs y empleadxs que trajinaban las calles de Barracas, se mezclaban con lxs trabajadorxs de la vecina Águila Saint y se acodaban en el estaño de La Flor de Barracas. La década infame no es un período propicio para las y los trabajadores y sus luchas por la conquista de mejores condiciones de trabajo, pero la Unión Obrera Textil (UOT) conducida por militantes socialistas conseguirá algunas ventajas de Piccaluga y Cía., como 8 días de vacaciones pagas al año y una pensión para quienes cumplan 30 años de labor en la empresa.

Las hilanderías de Barracas

Esas pequeñas reivindicaciones se verán potenciadas con la revolución de junio de 1943 y la llegada de un hasta entonces poco conocido coronel, a los despachos del Departamento Nacional del Trabajo. Haciendo memoria, repasando los momentos que le tocaron vivir, un ex trabajador de la fábrica textil Piccaluga recordará:

“Cuando apareció Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión, yo era un joven obrero textil que (…) vivía con bajos salarios, sin protecciones sociales, con largas jornadas de trabajo y mucho maltrato de los capataces.  Para mí eso era lo normal, pensaba que así era la vida de obrero que me había tocado ser y me la tenía que aguantar.  Perón fue el que me dijo que eso no era así, que eso era injusto y que había que cambiarlo y que se podía cambiar si nos uníamos con los compañeros en los sindicatos. (…) Desde entonces supe que no tenían derecho a explotarme”.

El empoderamiento de la clase obrera no iba a ser tolerado por los sectores dominantes de la sociedad argentina y pondrán en movimiento todos sus recursos para dar por tierra con las conquistas sociales y castigar al díscolo coronel que eligió estar del lado de les trabajadores.

Podemos retomar los recuerdos de nuestro obrero textil y acompañarlo en la jornada del 17 de octubre de 1945.  Por los grandes ventanales de Piccaluga y Cía. verá pasar como oleadas a trabajadores y trabajadoras, con sus ropas manchadas de aceite y sus manos callosas agitándose por sobre sus cabezas.  Desde la calle, manifestantes le harán señas para que los acompañe rumbo al centro de la Capital, a pedir por la libertad de ese coronel, de su coronel. En algún momento, ya no se podrá contener e irá a encarar a su delegado gremial de la UOT socialista.

-¡Mirá!  ¡Mirá!  Están todos en la calle. Tenemos que salir.

-Nosotros no salimos a ningún lado. Yo no tengo instrucciones de salir. –fue la respuesta del delegado que dio media vuelta para alejarse de los ventanales y de la muchedumbre.

Antes de que girara por completo, nuestro obrero textil le puso una mano sobre el hombro, lo hizo volver sobre sí y le encajó una trompada que lo dejó sentado.

-Vos lo que no tenés es vergüenza –le dijo como una escupida en pleno rostro.

Un puñado de compañeros lo rodearon y le palmearon la espalda como si con ese gesto lo invistieran de un nuevo liderazgo.

-Vamos –les dijo.

Las versiones del episodio corrieron por toda la textil Piccaluga, magnificándose en cada sección.

Poco después, una columna de obreras y obreros textiles salía por Universidad, doblaba en Suárez y se mezclaba con otras columnas de trabajadores que iban a reclamar su papel como sujetos de la historia.

Ah. Me olvidaba. Nuestro obrero textil se llamaba Andrés Framini. Y así daba sus primeros pasos en la militancia gremial y política.