El loco de la azotea

Cada 30 de agosto el barrio de Barracas festeja un nuevo aniversario de su fundación. Tan sólo tres días antes, el 27, se celebra en Argentina el Día de la Radio, en honor a “los locos de la azotea”, un grupo de radioaficionados que logró realizar la primera transmisión en 1920. Aunque parece que no hay relación entre uno y otro hecho, Lucas Yáñez lo hace posible en esta nota.

El loco de la azotea

El 27 de agosto de 1920, cuatro locos, Enrique Telémaco Susini, Miguel Mujica, César Guerrico y Luis Romero Carranza, se subieron a la azotea del Teatro Coliseo y con un pequeño transmisor y un par de antenas, transmitieron la ópera “Parsifal”, de Richard Wagner, en vivo y en directo. Se cree que un centenar de personas escucharon las primeras palabras emitidas por radio cuando Susini le habló al micrófono.

Influido, seguramente, por el fanatismo barraquense de Sergio Mosquera -para quien todo tiene un antecedente en el barrio, y se puede rastrear-, recordé una pequeña anécdota que cuenta don Enrique H. Puccia en su obra “Barracas 1536-1936: su historia y sus tradiciones”. 

En una fecha no precisada, pero que coincide con la presencia de familias de las élites porteña y bonaerense en sus quintas a la vera de la “Calle Larga”, en las inmediaciones de la actual Montes de Oca y Aristóbulo del Valle, hacia el sudoeste, vivía un vecino del que sólo sabemos su apellido: Szwinger. Y su sueño: volar.  

Quizás la contemplación de las aves que poblaban por entonces la Calle Larga incentivó en él ese deseo. Puede ser también que conociera los bocetos de Leonardo Da Vinci y que estudiara los intentos con los que, desde el antiguo Dédalo, el ser humano buscó remontarse por los aires. Lo cierto es que se dedicó a la confección de “una especie de paracaídas” -escribe Puccia-, unas “alas” de tela que unían sus brazos a su cuerpo para formar una especie de membrana como la que tienen los murciélagos. Cuando su invento estuvo listo anunció “con bombos y platillos que a cierta hora de un día determinado iba a arrojarse desde la azotea de su casa”.

Parece ser que la noticia llegó a todos los rincones de Barracas porque en la fecha fijada una considerable cantidad de público se había congregado delante de la casa de don Szwinger. A la hora señalada nuestro personaje apareció en la terraza ataviado con su traje de hombre-pájaro.  Puccia no dice si Szwinger se dirigió a la multitud. Pero podemos imaginarnos que diría algo así como “Señoras y señores, están a punto de asistir, por primera vez, al triunfo del hombre sobre la ley de gravedad. El sueño de volar será a partir de hoy una realidad”.

Entonces, “levantó los brazos, desplegando las alas adheridas a los mismos”. Puccia cierra su relato sin la voz de Szwinger, quien habría proferido insultos y gritos de dolor: “Un golpe terrible fue el saldo de tal aventura, y varias costillas rotas y una profusión de magulladuras pusieron término a cualquier otro ensayo”.

Las moralejas han ido desapareciendo, como las quintas señoriales de la calle Larga. Podemos pensar, sin embargo, que entre los locos de la azotea y el loco de la azotea, los primeros lograron un dispositivo capaz de hacernos remontar vuelo y llevarnos desde Barracas -o desde donde ustedes quieran- hacia cualquier lugar del universo a través del éter. Las voces son más livianas que las alas de don Szwinger y más efectivas para ciertos tipos de viajes. Pero hay algo en la actitud de este pionero de la aviación, olvidado por la historia, que no deja de resultar atractivo: ¿será su determinación detrás de un sueño?  ¿Su convicción por el método empírico?  Todo eso puede ser, pero creo que me quedo con su actitud de poner el cuerpo, de ser él mismo quien se calza las alas y pega el salto. Algo que podríamos definir como “valentía”.