La 21 despidió al ‘loco del megáfono’

Desde su casita derruida, luchó por el derecho a la vivienda de las familias de la villa 21-24. Sin miedo, y a veces en solitario, denunció a punteros y corruptos por los pasillos del barrio. Se fue Coco Rivero, pero dejó miles de recuerdos y enseñanzas.

La 21 despidió al ‘loco del megáfono’

Cuando en plena pandemia se improvisó la despedida a Coco Rivero en la parroquia Caacupé de la Villa 21-24, algunos le dieron su último adiós con el puño en alto. Otros, haciendo la ‘V’ de la victoria. Y muchos alzaron su mano doblando hacia abajo el dedo anular. No representaban otra vertiente política, encarnaban una de las tantas historias del referente barrial que falleció el 15 de septiembre: cuando al llegar a una reunión golpeaba la ventana y mostraba su mano, a la que le faltaba un dedo, para que supieran que era él y le abrieran. El saludo con un dedo menos fue una de las muchas huellas que dejó en un barrio que lo vio recorrer los pasillos denunciando con megáfono las problemáticas que le quitaban el sueño a vecinas y vecinos. ‘El loco del megáfono’, como muchos lo definieron, vivió hasta el final en una casita derruida, desde donde batalló por las viviendas para las familias del Camino de Sirga.

Coco nació como Carlos en Misiones, donde lo crió su abuela. Cuando tenía edad para empezar la escuela, estaba vendiendo diarios en Oberá. Mucho tiempo después, ya de grande, completaría sus estudios primarios y secundarios. Llegó a Barracas a mediados de los ‘80. Junto a su compañera de entonces, Norma, habían decidido irse de Bella Vista, donde el río Reconquista los había inundado hasta dejarlos sin nada. Se instalaron en la villa en 1985 y al año siguiente ya estaban militando, según recuerda uno de sus cuatro hijos, Alejandro: “Vivíamos en un ranchito con una cama, unas bolsas de cemento, una cuna y un calentador que nos servía de cocina. Norma y los más grandes dormíamos en una cama. Los más chiquitos, en la cuna. Coco dormía sentado en las bolsas de cemento”.

En los ‘90 comenzó su lucha más emblemática: por el derecho a la vivienda. En pleno menemismo, el Decreto 1001 abría la posibilidad de que la tierra fuera para quienes la habitaban en las villas y en la 21-24 el tema quedó a cargo de la Mutual Flor de Ceibo. Coco se sumó enseguida, pero no tardó en detectar irregularidades. “En muchas familias empezó a crecer una desconfianza ante quienes dirigían esa mutual y quien empezó a denunciar la falta de transparencia fue Coco. Por eso fue tan importante”, remarca Carlos Desages, de la Comisión de Derechos Humanos. “Eran los ‘90, cuando la vida de las clases populares se vio muy afectada no sólo en lo económico sino por el individualismo que se fue imponiendo. El que rompía con eso era Coco, que salía megáfono en mano a decir las cosas que pasaban”.

“Se ponía frente a la casa de alguno que vendía droga y le gritaba que dejara de envenenar a los chicos y a las chicas. Arriesgando su vida”, hace memoria su hijo Alejandro. “Era algo pintoresco. Era un vecino común que andaba denunciando los fraudes de una mutual con el megáfono. Se enfrentaba a todo el mundo. Participaba con otras organizaciones, pero él era Coco. Yo le decía que era una institución en sí misma. Era él solo. Iba bien al frente, no tenía miedo de discutir con nadie”, lo pinta Heber Segovia, de la Coordinadora Aníbal Verón. Muchos en su entorno señalan esa característica de ‘cortarse solo’ aunque militó en distintos espacios como el Polo Obrero y, en el último tiempo, la Corriente Villera.

“Un día le pregunté por su faz ideológica, camino a una reunión, y riéndose dijo ‘soy trotskysta cristiano y peronista de Cristina’. Me mató con su definición. Eso era Coco”, escribió otro referente barrial, Mario Gómez, a poco de la partida de su amigo. Se conocieron en los ’90, pero hacia 2010 se fortaleció su vínculo, compartiendo el cuerpo de delegados del Camino de Sirga. “Desde entonces transitamos la lucha por la vivienda digna, permanente y definitiva, que era su leitmotiv. Él no llegó a disfrutar de esa vivienda, que tan merecidamente le correspondía, por la enorme demora en el cumplimiento del fallo Mendoza por parte de los castigados judicialmente, en nuestro caso la Ciudad de Buenos Aires”, apunta Gómez.

“La última vez que lo vi fue dos semanas antes de su internación –se lamenta Dagna Aiva, referente del Frente Salvador Herrera-. Fuimos a su casa a convencerlo que se dejara ayudar a pedido de su hija Paola, quien estaba preocupada por su salud. Su casita estaba a punto de desmoronarse, en pésimas condiciones (…) nunca me lo voy a perdonar porque tenía ganas de sacarlo en ese mismo momento pero no nos dio tiempo. Para mi Coco fue y será un padre y mi inspiración desde los 13 años”, exclamó la militante, y cerró con un “¡carajo!”, tan típico de Coco.

‘El loco del megáfono’ dejó anécdotas a su paso. Carlos Desages cuenta cómo le sacudió los prejuicios aquella vez que, recién llegado a la villa, mientras lo ayudaba a revocar un techo le hablaba de Borges y Cortázar. Anahí López, otra vecina, agradece haber conocido una computadora gracias a Coco (tuvo una de las primeras del barrio y la puso al servicio de la militancia). Aquella oportunidad le definió su futuro: se convirtió en docente de computación para chicos sordomudos.

Autodidacta y gran lector, estudió en profundidad y fue uno de los impulsores de la democratización de la villa y la creación de la Junta. También militó sindicalmente como empleado estatal del Gobierno de la Ciudad: fue cuidador de plazas y pasó largo tiempo en Parque Lezama. Trabajos y militancias varias hacían que pasara gran parte del día fuera de su casa, señala su hijo, pero lo define como muy familiero. Padre de cuatro y abuelo de seis, tenía más de medio centenar de sobrinos. Y un bisnieto en camino, que no llegó a conocer.