La niñez de José Hernández en Barracas

Mucho antes de escribir el histórico Martín Fierro, su autor vivió seis años en la quinta de su abuelo paterno, allí donde la Calle Larga se topaba con el Riachuelo. Tras participar en una de las últimas rebeliones federales, se exilió en Brasil. Pero regresó a Buenos Aires en 1871, donde poco después publicó su obra más importante. En el Día de la Tradición, la historia de José Hernández en Barracas. 

La niñez de José Hernández en Barracas

En el verano de 1872, a pesar de tener cuentas pendientes con la justicia, José Hernández volvió de su exilio en Brasil y se instaló en el céntrico “Hotel Argentino”, en la intersección de las actuales 25 de Mayo y Rivadavia. Allí donde hoy se levanta el edificio central del Banco de la Nación Argentina. Sí, a metros de la Casa de Gobierno ocupada por el presidente y adversario personal de Hernández, Domingo Faustino Sarmiento, desde que el autor del Martín Fierro se vinculara políticamente con Ricardo López Jordán, el último de los caudillos federales alzados contra el poder central.

La sociedad porteña tampoco le prestó atención a Hernández, eso que no podía pasar muy desapercibido con sus cabellos renegridos peinados hacia atrás, su rostro poblado por una espesa barba redondeada que le llegaba hasta donde comienza el pecho, y “(su) obesidad globulosa (que) toma diariamente proporciones alarmantes”.

La población permanecía conmovida por los estragos que la fiebre amarilla había causado un año antes. Y, además, seguía con cierto morbo las revelaciones que desgranaba morosamente la prensa sobre el crimen de la mujer más bella y más rica de la Argentina. Los cronistas intentaban mantener el interés del público lector y publicaban variados artículos alrededor del femicidio de Felicitas Guerrero Cueto de Álzaga, asesinada de un balazo por la espalda, en su quinta de Barracas.

En tanto, José Hernández sólo salía de su encierro en el hotel alguna que otra noche, acompañado por su hermano menor Rafael. Quizás, en alguna de ellas, los hermanos enfilaron por la calle Defensa hacia el sur, buscando la barranca de la Calle Larga, recreando aquella noche, 32 años atrás, en que hicieron ese mismo camino con Mamá Totó y el tío Mariano, hasta dar con un viejo portón a metros del Riachuelo. Detrás, estaban los terrenos de don José Gregorio Hernández Plata, el padre de su padre, de quien poco habían sentido hablar hasta entonces, pero con quien pasarían los próximos seis años.

Unitarios y Federales

Rafael Hernández, el padre de José, se enamoró perdidamente de Isabel Pueyrredón. José Gregorio, federal neto, no podía consentir esa relación de su hijo con una Pueyrredón, sobrina del ex director Supremo y de conspicua familia unitaria. Rafael huyó de casa; solicitó la venia judicial para casarse con Isabel y se instaló en la quinta de Perdriel, propiedad de los Pueyrredón y famosa por haber sido el campamento donde se adiestraron una parte de los milicianos que enfrentaron a los ingleses durante la invasión de 1806. Allí nacerán Magdalena, José y Rafael, hijos de los jóvenes enamorados.  Cuando Rafael marche al sur, como mayordomo de estancia, Isabel irá con él, pero sus tres niños permanecerán en Perdriel, al cuidado de Victoria -Mamá Totó, en la lengua infantil-, hermana de Isabel, y de Mariano Pueyrredón, a la vez primo y esposo.

Las conspiraciones unitarias, su alianza con los franceses, el levantamiento de los “libres del sur”, la sublevación de Lavalle, serán motivos para que los federales cierren filas y extremen la vigilancia sobre las familias de aquella extracción política. Así es que Mariano y Mamá Totó deciden emprender el exilio, pero antes llevarán a sus sobrinos a la quinta de su abuelo paterno, donde la Calle Larga se entrecruza con el Riachuelo y el aire huele a sal, cuero y carne de las faenas en los saladeros.

El hijo de Hernández

Seis años vivirá José Hernández en Barracas. Partirá antes de cumplir los doce para acompañar a su padre, ya viudo, en la administración de estancias en el sur bonaerense. Menos de un año se alojará en el “Hotel Argentino”. Saldrá de su reclusión voluntaria a fines de 1871, luego de entregar a la imprenta un manuscrito que saldrá como humilde folleto que no llega a las cien páginas, con errores en la tipografía y rudeza en el papel, pero que alcanzará a ser considerado como uno de los textos fundamentales de las letras argentinas, acerca del cual no han resistido la tentación de escribir las plumas más afiladas de estas tierras, multiplicando las interpretaciones, exégesis y lecturas posibles de suerte tal que, “El Gaucho Martín Fierro” se ha convertido en una obra de obras o un libro de libros. Aún se discute el carácter poético, narrativo y político del “Martín Fierro” quizás soslayando o realizando un prolijo recorte sobre la figura creadora de José Hernández.

“Al fin me he decidido a que mi pobre Martín Fierro, que me ha ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del hotel, salga a conocer el mundo, y allá va acogido al amparo de su nombre.

(…) empeñándome (…) en retratar (…) con todas sus especialidades propias, ese tipo original de nuestra Pampas, tan poco conocido por lo mismo que es difícil estudiarlo, tan erróneamente juzgado muchas veces y que al paso que avanzan las conquistas de la civilización, va perdiéndose casi por completo”.

El texto pertenece a la carta que precede esa primera edición folletinesca a manera de presentación y dedicatoria a José Zoilo Miguens, amigo de Hernández.  Allí aparecen unas primeras pistas para una lectura posible. El intento por otorgarle voz a uno de los sectores postergados de esa sociedad argentina que está en formación.  El esfuerzo porque esa voz sea lo más cercana posible al original, incorporándole todos los matices que Hernández es capaz de reconocer. El convencimiento de que ese sujeto, protagonista de la obra, es un producto original de estas regiones, producto de las coordenadas de tiempo, espacio y fuerzas sociales en pugna, no es una anomalía ni una falla en el mecanismo social. Con todo, José Hernández parece haber aceptado que la batalla está perdida y que, aquello que en ese lugar que llaman civilización no hay lugar para el gaucho. Al menos el autor dota al personaje con un nombre que lo ampara, “debés llevarlo de modo / que al salir, salga cortando”.