Crónica de una toma

Hace 20 años, un grupo de vecinos de La Boca ocuparon durante 8 horas la comisaría 24. Exigían la detención del asesino de Martín “Oso” Cisneros, militante del Movimiento Los Pibes. Sabían que la policía lo protegía; que había liberado la zona. La toma consiguió su objetivo: Juan Carlos Duarte fue detenido. A dos décadas de aquel episodio, Pablo Solana reconstruye la historia.  

Crónica de una toma

El 25 de junio de 2004, Martín Cisneros, el Oso, repitió su rutina militante de cada día: fue desde “La Fábrica”, como llaman en el Movimiento Los Pibes a su sede de Suárez y Almirante Brown, hasta el comedor de Lamadrid frente a la Plaza Matheu; de allí volvió a La Fábrica y de allí fue a su casa, en Olavarría apenas pasando Necochea. Entre caminata y caminata conversó con las compañeras del movimiento y pidió pan en el comedor para donarle a unas familias desalojadas del Movimiento Territorial de Liberación.

Pasadas las 9 y media de la noche, antes de llegar a su casa, el Oso se cruza con Juan Carlos Duarte, “el Gordo Colchones”, como se lo conoce en el barrio. El hombre, un transa con amparo policial, lo amenaza. El Oso sigue, no quiere pelear. Pero Duarte está dispuesto a sostener el enfrentamiento. Dispara contra el frente de la casa de la calle Olavarría. El Oso se asoma por la hendija de la persiana, piensa en defenderse. Duarte intuye el movimiento. Había estudiado la casa, porque la había robado poco tiempo atrás. Se acerca y vuelve a disparar. Esta vez el tiro es mortal.

Se corre la voz, el barrio se entera. Al principio la noticia es difusa: dispararon contra la casa de Martín, algo le pasó al Oso. Una pequeña multitud, cerca de 50 personas, se congrega frente al lugar. Los vecinos saben: fue el Gordo Colchones. Se empiezan a dar cuenta: hubo zona liberada, la policía dejó hacer. Como siempre, esta vez también le brindaron protección. Crece la bronca, se extiende la indignación.

Es cerca de la medianoche. Desde la casa de la calle Olavarría vecinos y vecinas se disponen a marchar hasta la comisaría 24, en la calle Pinzón. Están a menos de seis cuadras. Van a reclamar para que detengan al asesino, porque pasan las horas y Duarte sigue suelto, aunque todos saben dónde está.  

En la comisaría hay un puñado de agentes. Cinco, tal vez seis. Otros se sumarán en el mismo instante en que el grupo de manifestantes ingrese al lugar. Hay gritos, reclamos, denuncias, algún empujón. Los vecinos y vecinas que entran para exigir que detengan al asesino terminan siendo más de medio centenar.

Los vecinos saben: fue el Gordo Colchones. Se empiezan a dar cuenta: hubo zona liberada, la policía dejó hacer. Como siempre, esta vez también le brindaron protección. Crece la bronca, se extiende la indignación.

Avanza la madrugada y el clima es de tensión: llegan equipos de combate de la Guardia de Infantería y francotiradores del Grupo Especial de Operaciones de la Policía Federal. Si se autoriza la acción armada, podría ser una masacre. Adentro, los manifestantes habían descubierto la armería y no estaban dispuestos a padecer un desalojo violento que, seguramente, implicara riesgos graves, tal vez muertos. En el momento de máxima tensión se impone la negociación.

Frente a la comisaría están el secretario de Seguridad del gobierno nacional y otros funcionarios. Dan la orden a la policía para que no se reprima. Instruyen a otra dependencia distinta a la comisaría 24 para que apresen al asesino, y se cumpla así con la exigencia del barrio. Poco tiempo después, Duarte está cercado: su detención es cuestión de tiempo.

Los vecinos y las vecinas que habían tomado la comisaría tenían razón: el personal de la 24 no quería actuar, estaban brindando impunidad al asesino. Solo cuando hubo una orden política, se logró su captura.

Son las cinco de la mañana, la protesta se empieza a desactivar pero nadie quiere salir de la toma de madrugada. Afuera, la amenaza policial permanece intacta. Es invierno y amanece tarde. Habrá que esperar.

Recién después de las 8 de la mañana, cuando el día aclara, los ocupantes negocian las condiciones de la retirada. Piden que alguien de la policía certifique que no falta nada en la comisaría, que se firme un acta. Así sucede. Pasadas las 9, van saliendo.

El acta certifica un dato importante: son 44 personas, 24 mujeres y 20 hombres, la gran mayoría vecinos y vecinas del barrio, las que protagonizaron la medida de lucha. Más de 50, si se tiene en cuenta quienes salieron antes y no figuran en esa lista. Casi un centenar, considerando quienes estuvieron apoyando desde afuera. La toma de la comisaría fue una reacción social legítima, nacida de la bronca vecinal.

Finalmente, la acción logró su cometido: el asesino de Martín Cisneros fue detenido, juzgado y condenado. Eso solo sucedió porque se tomó la comisaría; de lo contrario, el personal de la 24 había dispuesto dejarlo escapar.

Otra causa judicial criminalizó a los organizadores de la protesta. Además, durante los meses siguientes, la policía hostigó a quienes protagonizaron esa lucha. “Orgullo”, “Lo volvería a hacer”, dicen, sin embargo, los y las protagonistas. A 20 años, la memoria de Martín “Oso” Cisneros puede descansar en paz.

La investigación

 

Pablo Solana es autor de la investigación "La toma de la 24" que acaba de publicar el Instituto Plebeyo en su Cuaderno N° 3. La edición, de 84 páginas, incluye testimonios de los protagonistas y material del expediente judicial. Su versión digital se puede descargar libremente de acá.