"Estuve en la toma de la comisaría y me siento orgullosa"
Cecilia Pérsico es militante y referente del Centro Comunitario Copitos de La Boca. Hace 20 años, tras el crimen de Martín “Oso” Cisneros, se sumó al grupo de vecinas y vecinos que reclamó en la Comisaría 24 que detuvieran al asesino. En esta charla con Sur Capitalino recuerda aquella noche y las consecuencias de acoso policial que sufrió después.
La noche del 25 de junio de 2004 Cecilia recibió un llamado: “Mataron al Oso”. Avisó a otras personas de su organización y fueron a ver qué había pasado, en qué podían ayudar. Conocían a Martín Cisneros, el Oso, de las ollas populares en el barrio, del trabajo comunitario, de las movilizaciones conjuntas. Se sumaron al grupo de personas que reclamaban a la policía que detuviera al asesino, un dealer enemigo de las organizaciones sociales amparado por el comisario de la 24. Tras la movilización a la sede policial, Cecilia se sumó al grupo que llevó adelante el reclamo más airado. Estuvo algún tiempo adentro del lugar, y después salió para ayudar a organizar la solidaridad. Por ese compromiso, el Comedor Copitos sufrió acoso policial. De todos modos, ella cree que hicieron lo correcto.
Hoy, a 20 años, recibe a Sur Capitalino en la sede del comedor para recordar aquella historia que marcó al barrio y a sus organizaciones sociales. Copitos lleva más de tres décadas asistiendo a las familias que lo necesitan, organizándolas para luchar por cambiar la realidad. Cecilia, incansable militante de base, está desde el primer día. Esto recuerda de lo que sucedió aquella noche:
¿Cómo era la situación política que se vivía hace 20 años en el barrio?
En el momento en que lo asesinan al Oso, el Comedor Copitos formaba una Mesa de Enlace barrial junto al Comedor Los Pibes, que así se llamaba en ese momento, y a otras agrupaciones como Aukache, el Centro de Actividades Sociales (CAS), Nuestro Hogar, el Centro de Estudios Jauretche… Esa Mesa se formó en el año 2000, y veníamos trabajando en el barrio, aparte de conocernos como vecinos.
Se sentía la crisis, que no había terminado en el 2001. Por eso estábamos en la calle con una fuerte presencia. Y bueno, uno de los costos de la presencia en las calles es el asesinato de Martín, porque él, al igual que todos los referentes de cada organización, íbamos adelante. Cuando se hacían los cortes del puente en esa época, o en las movilizaciones, siempre estábamos adelante cuidando a la gente, no nos quedábamos atrás.
¿Ustedes sabían del conflicto que había con el hombre que le disparó? Juan Carlos Duarte, a quien decían “el Gordo Colchones”.
Sí, sí, estábamos todos al tanto porque las organizaciones sociales tenemos el conocimiento del barrio, del día a día, y de los problemas con los que nos enfrentamos. Problemas de convivencia, con la policía, con los narcos en las zonas liberadas. No era solamente el problema alimentario, de la salud, de la educación, sino que esas situaciones también eran parte de la lucha. Todos teníamos ese tipo de conflictos, en realidad, pero esa situación se hizo visible con la muerte… con el asesinato, mejor dicho, el asesinato a mansalva de Martín.
¿Cómo te enteraste?
Una compañera de Los Pibes, Nadia, me avisa por teléfono. Alrededor de las 11 de la noche me llama al teléfono de línea de mi casa y me dice “mataron al Oso”. Yo le digo a mi marido, Pinocho, también muy conocido en el barrio: “me voy, parece que le dispararon al Oso, vos quedate”. Fui con dos compañeros, Mirta y Nelson, que eran integrantes de Copitos, nuestra organización. Fuimos corriendo hasta la casa de Martín, llegamos y estaba todavía el cuerpo adentro, no pudimos pasar. Otros compañeros habían entrado, pero después no se nos permitió la entrada. En ese momento ya estaba la policía, pero antes no había estado. Después fuimos reconstruyendo todo, porque cada uno se acuerda un pedacito. Por ejemplo, que los compañeros del MTL [Movimiento Territorial de Liberación] estaban con un conflicto, con un acampe en la calle Olavarría, ahí cerca, entre Necochea y Brown. Solía haber policías por ese tema, pero cuando lo matan al Oso no estaban.
Había vecinos que decían que el asesino estaba por ahí, que estaba en su casa. “Está acá a la vuelta”, literal. Pero la policía no hizo nada.
¿Ustedes llegan después?
Llegamos en ese momento. Cuando están conversando qué hacer, y algunos empiezan a ir para la comisaría. Uno quiere estar, participar, colaborar, pero tampoco invadir. Entonces vemos que distintos compañeros dicen “tenemos que hacer algo”, “vamos a la comisaría”, y sin pensarlo los seguimos, para pedir explicaciones, para que detengan a la persona que había matado al Oso. Nosotros fuimos caminando, casi corriendo… Éramos, fácil, treinta personas, más otros grupos que habían ido en la camioneta primero, y otras personas que se sumaron después.
Son casi seis cuadras desde la casa del Oso hasta la comisaría, ¿recordás algún diálogo durante ese trayecto? ¿Qué decían las personas más cercanas a Martín?
Que había que exigirles que detengan al asesino, que agarraran al tipo antes que se escape. Esa era la primera urgencia, eso fue lo que motivó todo.
¿Y una vez frente a la comisaría?
Entramos con otro compañero de Copitos y el resto de la gente. Recuerdo que además de los policías, que iban saliendo, adentro había un solo detenido y una mujer que estaba haciendo una denuncia o algo así. A ella, otra compañera se encargó de acompañarla para que salga y no corra ningún riesgo.
Al rato empiezan a llegar funcionarios para ver cómo se podía mediar, cómo podían hacer efectiva la detención de esa persona, que era lo que nosotros pedíamos. En un momento yo veo que había un teléfono público dentro de la comisaría, que ahora no está más, pero en ese entonces sí; entonces pongo una moneda que tenía y llamo a Pinocho, mi marido. Le digo “mírá, estamos en la comisaría, todos acá adentro pidiendo para que detengan al tipo que mató al Oso, llamá a Crónica TV para que venga”. Entonces él hace esa llamada y después viene, pero se queda del lado de afuera, en la calle, organizando el corte en la esquina del puente. Así nos enteramos que había policías por los techos, y bueno, adentro se tomaron algunas medidas de prevención, para garantizar la seguridad: por ejemplo, tener camperas mojadas a mano por si tiraban gases. Algunas cosas se planificaban y otras salían de imprevisto, pero siempre había compañeros que decían “¿qué les parece, vamos a hacer esto?” y explicaban: “esta es la situación…”.
Después de eso yo salgo, no estuve toda la madrugada. Hacía falta ir a la casa de Martín a buscar unos documentos, y los compañeros de Los Pibes me dicen “por qué no vas vos”. Yo no sé si lo hicieron un poco para cuidarme, por si pasaba algo grave, o por la confianza. Me llevan en un auto particular que puso la policía, y ese mismo auto aparece tiempo después frente al comedor para intimidarnos, era un auto de la Brigada. Lo mismo le pasó a Pinocho, mi marido, cuando iba caminando con un amigo por Almirante Brown: quisieron subirlo a un auto, estaban con esas escopetas que usan, armas largas, pero ellos dos se resistieron y no pudieron llevarlos. Todos los que participamos de esa protesta después tuvimos algún caso así, alguna secuela por el estilo.
¿Esa persecución no te hizo dudar?
Yo me acuerdo que mi hijo me decía “mamá, vos estás loca”, pero cuando yo digo que estuve en la toma de la comisaría me siento orgullosa. Me parece que, en esos momentos, la impotencia que te da que te hayan matado a alguien a quien veíamos laburar todos los días, eso es lo que te hace reaccionar. Y sí, me siento orgullosa, la verdad.