Los trabajadores sean unidos
Hace exactamente 100 años, durante el caluroso enero de 1925, cientos de obreros portuarios se reunieron en el Teatro Verdi de La Boca, en defensa de sus derechos laborales. Así nació el sindicato ATE, Asociación Trabajadores del Estado.
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A comienzos de 1925, en la cosmopolita Buenos Aires las horas pasan lentas bajo el calor del verano. Pero algo se cocina, a fuego lento, bajo el sopor estival.
En nuestra vecina isla Demarchi funcionan los talleres de la Dirección Nacional de Navegación y Puertos, dependiente del entonces Ministerio de Obras Públicas (MOP). Construidos a fines del siglo XIX, los talleres eran unos simples galpones de chapa de zinc, sin ventilación, donde funcionaban, a la vez, la herrería, la sala de máquinas, la carpintería y la fundición, entre otros. Allí se fogoneaban treinta fraguas en simultáneo y se mantenía encendido un horno de fundición, además de las calderas que ponían en funcionamiento una serie de dínamos para abastecer de energía eléctrica a todo el complejo. El calor era insufrible, aún en invierno y, a pesar de que en numerosas oportunidades, “los jefes han declarado que el calor era excesivo (…) los obreros debemos hacer frente a todo ya que hay una imperiosa necesidad que nos obliga a continuar en nuestro puesto”, describe el periódico El Trabajador del Estado en marzo de 1926.
¿Cuál era esa “imperiosa necesidad” que obligaba a los trabajadores a continuar en sus puestos a pesar de las inhumanas condiciones de trabajo? La respuesta la podemos encontrar en las características de contratación y empleo que aplicaba el Estado Nacional, en general, y el Ministerio de Obras Públicas, en particular. La inmensa mayoría de los obreros eran jornaleros, es decir, cobraban un jornal por día de trabajo. El día no laborado era un día que no se cobraba. No es algo que deba sorprendernos a mediados de la década de 1920, sin embargo, hay que agregar que la cantidad de días de trabajo que el Ministerio podía ofrecer dependía de las partidas presupuestarias asignadas, en este caso, al mantenimiento de los puertos y vías navegables. Cuando esas partidas se agotaban y no llegaban ampliaciones presupuestarias, aplicaba “economías” que no eran otra cosa que la suspensión del trabajo y la consiguiente incertidumbre de los obreros estatales respecto a cuántas jornadas estarían parados. Esa dependencia del trabajo a los fondos disponibles por parte del Ministerio generaba otras situaciones, como que las partidas estuvieran asignadas pero los fondos no llegaran a tiempo a los talleres para efectuar los pagos a los trabajadores, produciéndose atrasos de dos o tres meses.
El jornal estaba estipulado en 6,40 pesos diarios, sin tener en cuenta si la jornada en el taller duraba 8, 10 o 12 horas.
Hay que señalar, además, que el jornal estaba estipulado en alrededor de 6,40 pesos diarios, sin tener en cuenta si la jornada duraba 8, 10 o 12 horas en el taller. Por último, no había un escalafón que reconociera las diferentes responsabilidades entre los obreros y que les permitiera convertirse, con el tiempo, en oficiales, capataces, supervisores o responsables de sección.
En ese contexto, se vuelve urgente la organización. Nace así el sindicato Asociación Trabajadores del Estado. El lugar elegido: el Teatro Verdi de La Boca, el mismo salón donde en 1903 se realizó la asamblea que eligió como candidato a Alfredo Palacios, primer diputado socialista de América. El mismo, donde también en enero, pero de 1918, se fundó el Partido Comunista de la República Argentina.
La asamblea
El sol comienza su camino descendente la tarde del 15 de enero de 1925 y en el cosmopolita barrio de La Boca se espera que la temperatura baje algunos grados. Desde su pedestal, en lo alto del edificio de la Avenida Alte. Brown 734, el busto de José Verdi agradece al escultor haberlo coronado con un chambergo ladeado, así los rayos del sol poniente le permiten otear el movimiento de vecinas y vecinos que recorren la avenida en busca de aire fresco. De sus espaldas y desde su izquierda van llegando, en grupos más o menos numerosos, hombres en mangas de camisa, con los sacos al hombro y las gorras echadas hacia atrás. Quizás reconoce a alguno de ellos. Sabe que son trabajadores. Está acostumbrado a que, cada tanto, hombres de trabajo concurran a ese salón que lleva su nombre. Le gusta recibirlos y escuchar sus discusiones. Le gustaría participar en alguna de ellas para despertar su espíritu rebelde.
La reunión está pautada para las 17 horas, pero los asistentes acuerdan aguardar media hora más para darle changüí a algún rezagado. Cumplido el plazo de espera, será Juan Popovich, obrero de la Dirección Nacional de Navegación y Puertos, quien tome la palabra, enumere las condiciones de trabajo a las que se ven sometidos y explique el motivo por el que están allí reunidos: “Dejar constituida una organización que agrupe en su seno a todos los productores que dependen del gobierno nacional, por ser éste el único medio de defensa de nuestros intereses”.
Un murmullo general de asentimiento recorre el salón del teatro Verdi. En el fragor del entusiasmo, otro trabajador portuario de apellido Álvarez, propone que el nombre de la organización sea Asociación Trabajadores del Estado. La moción es aplaudida, pero será el obrero Rodríguez quien sugiera que la Asamblea elija una Comisión Administrativa que se encargue de la elección del nombre, de presentar a la organización frente a las autoridades y de redactar el estatuto. Otra salva de aplausos da por aprobada la cuestión y, sin dejar tiempo a que el entusiasmo se enfríe, el mismo Rodríguez propondrá 19 compañeros para integrar esa primera Conducción, la mayoría de los cuales son obreros de los talleres de la isla Demarchi. Antes de ceder la palabra, Rodríguez hará la propuesta de fijar en cincuenta centavos mensuales la cuota de afiliación para solventar los gastos de la organización.
Apenas se aprueba la propuesta cuando se presentan a la Asamblea los compañeros Frías y Faimali, obreros del puerto de Paraná que traen mandato de los estatales entrerrianos. Se los incorpora a la subcomisión encargada de presentarse a las autoridades y elevar el pliego de reivindicaciones.
A eso de las 19, la Asamblea concluye y deja paso a la reunión de la Comisión de Administración que convalida todo lo actuado y determina los compañeros encargados de redactar el estatuto orgánico.
Una hora más tarde el busto de José Verdi ve a los últimos compañeros salir a la avenida. Algunos corren el tranvía. Otros quieren prolongar la jornada y buscan alguna fonda donde descorchar un vino y brindar. Ha nacido la Asociación de Trabajadores del Estado. Y es algo que merece celebrarse.
El busto de José Verdi acompaña con la mirada a esos poco más de cien trabajadores que se pierden en la noche. Quizás recuerde los versos finales del “Va, pensiero”: “Que te inspire el Señor una melodía / que infunda valor a nuestro padecimiento, / al padecer, ¡valor!”
El audiovisual sobre la historia de los cien años de ATE se puede ver en su canal de YouTube @ATENACIONAL