Los esenciales de la 60

Desde el inicio del aislamiento, el transporte público fue definido actividad esencial. Los choferes, menores de 50 años, trasladan a diario a otros trabajadores también esenciales. Se exponen. Tienen miedos. En el camino, 70 se contagiaron de Covid. Cómo se vive la pandemia arriba del colectivo y rodeado de plásticos. Crónica desde la terminal de Barracas (*)

Los esenciales de la 60

El interno 6089 de la Línea 60 se detiene ante el semáforo de la estación Constitución. No suben ni bajan pasajeros. El parabrisas refleja una ciudad vacía, con paradas vacías, con pocos autos y peatones. El semáforo abre y el colectivo continúa su marcha lenta hasta la terminal, a unas pocas cuadras, en el barrio de Barracas. Es un mediodía de sol.

El colectivo entra en la cabecera y recorre algunos metros. El parabrisas refleja micros estacionados y a una veintena de trabajadores. Están parados en filas, desde afuera, parecen guerreros de Terracota. Son choferes de colectivos alistados para un combate con barbijos y uniformes. Alguien le grita al recién ingresado que apague el motor y el motor se apaga. Un delegado, de camisa celeste, toma la palabra.

—Bueno compañeros esta asamblea la convocamos para tocar el tema del Covid. Sabemos que en estos momentos la estamos pasando mal, con mucho miedo...

Los trabajadores deliberan. Levantan los brazos y arrojan temores y propuestas. En poco más de una hora, resuelven implementar un protocolo de cuidados y una serie de exigencias a la empresa, propiedad del grupo DOTA. Entre ellos, escriben en una pizarra: formar cuadrilla de desinfección, productos de higiene y la colocación de una cortina que clausure la puerta delantera.

Se escuchan aplausos, la asamblea se disuelve.

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El viernes 20 de marzo el gobierno nacional dispuso el aislamiento social, preventivo y obligatorio, a fines de proteger la salud pública frente a la propagación del Coronavirus. La Resolución 207/2020, publicada en el Boletín Oficial, definió las actividades que fueron declaradas esenciales. El transporte público fue una de esas actividades.

19 mil colectivos cubren el área metropolitana de Buenos Aires divididos 342 líneas. Esta flota traslada a diario a unos 4 millones de usuarios. Desde iniciada la cuarentena, ese caudal se redujo en un 75 por ciento: transportando alrededor de 1 millón de pasajeros por día.

La resolución eximió de sus funciones a los trabajadores mayores de 60 años y a quienes presentaban determinadas patologías médicas. En la Línea 60, además, quedaron licenciados los choferes mayores de 50 años. El personal se redujo, casi, en un 70 por ciento.

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Es la tarde del 4 de abril y en la cabecera Barracas hay poco movimiento: un maniobrista, algunos choferes y un trabajador de desinfección cubierto por un mameluco blanco. “Todos los días parecen feriado”, se queja Daniel Silveira, uno de los delegados, mientras controla los recibos de sueldo en la sala gremial. Tras ser consultado, apronta un mate y responde un breve cuestionario:

—Está bien que seamos esenciales, es importante el lugar que ocupamos: tenemos que transportar a todos los otros esenciales, tanto médicos como enfermeros como gente que produce alimentos.
—Acá salió todo por los pibes nuevos, ellos empujan las asambleas. Y tienen razón, todos los días te viene un compañero a decirte que tiene miedo por él y sus familias. Yo los entiendo, yo también tengo familia.
—¿Héroes como dicen los medios? No, ni cerca. Sí me gustaría que nos traten un poquito mejor.

Los colectiveros se acostumbraron al olor a cloro, al alcohol en gel y al uso de barbijos. También se acostumbraron a los nuevos hábitos preventivos: debieron dejar de lado los besos, los abrazos y toda expresión de contacto físico. Los mates también fueron censurados: se deja, si, que cada uno utilice el suyo.

Otro chofer se acerca a la sala gremial. Daniel lo señala y dice "acá tenés un héroe", “este es un personaje”, que tiene más de 20 años de antigüedad y que, “pese al miedo”, viene todos los días a trabajar.

—Coco querido, ¿cómo estás?
—Mejor que dios, Dani.
—No entiendo, amigo.
—Mejor que dios me ayude.

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Frente a la inexistencia de cifras, los delegados de la Línea 60 se dieron a la tarea de relevar los casos positivos en el transporte. Sin embargo, dicen haber perdido la cuenta tras llegar a los 200, y que solo continuaron relevando los fallecimientos. Hacía fines de julio, registraron 8 muertes en 8 líneas distintas; hacía fines de octubre, reconocen haber perdido la cuenta de fallecidos, aunque reconocen que las últimas cifras rondaban la veintena.

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“En la 60 todo lo que es seguridad e higiene está presente desde la muerte de David”, comenta Sergio, trabajador de Técnica, y agrega “¿Ves los carteles que están pegados en los colectivos? Esos los pone Eva, la mamá, que viene todos los 9 de todos los meses”. El 9 de septiembre de 2016, David Ramallo, mecánico electricista, falleció cuando cedió el elevador bajo el que trabajaba y fue aplastado por un colectivo. Una semana antes, los delegados habían denunciado las condiciones de seguridad.

El 22 de junio, los trabajadores de la Línea 60 confirmaron el primer caso positivo de Covid 19. Fue un trabajador de la cabecera Barracas. “Tuvimos que establecer la cadena de contactos estrechos y exigirle a la empresa que les dé la licencia. No es fácil en estos casos”, reconoce el delegado Héctor Cáceres.

En las últimas semanas de junio, varios trabajadores presentaron síntomas. “Es todo un tema porque quienes se tienen que hacer responsables no lo hacen, el sistema está explotado y nadie te da bola. Tenés que llamar para que lo atiendan, para que lo autoricen, para que vaya la ambulancia, para que le den el traslado sanitario. Y nadie se hace cargo de nada. El sistema está colapsado”, cuenta Néstor Marcolin, otro de los delegados.

Sebastián R. fue uno de los contactos estrechos del primer caso. Tras ser licenciado, y tras presentar síntomas junto a su esposa y su hijo, pidió asistencia médica. Su obra social no lo atendió. En el hospital lo derivaron a su obra social. En la ART le exigieron que se presente con un hisopado positivo. En la Superintendencia lo derivaron hacia la ART. Finalmente, y luego de insistir en todos y cada uno de los números de emergencias, se le fueron los síntomas, agotó su licencia y debió regresar a su trabajo: sin saber si estuvo o no contagiado.

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En la sala de choferes, los choferes no pueden compartir mesa. Cada uno ocupa la suya y las charlas y discusiones se dan a los gritos. Son las 4 de la tarde de un martes de julio y los trabajadores bromean con un compañero recuperado de coronavirus. Se escucha “Eh, embichado, ni la parca te quiso”. La pandemia y sus consecuencias dieron pie a un nuevo campo semántico: distanciamiento, cloruros, hisopados. A lo que se conoce como gripe de Covid 19 entre los trabajadores se le llama "el bicho". La expresión está acompañada de otra, “héroes”, a la que los choferes se rehúsan.

Dice Luis, oficial mecánico: “héroe es un médico que te puede salvar la vida, nosotros somos perejiles, y si venimos a trabajar es porque no nos queda otra”.

Dice Sierra, chofer y pastor evangelista: “Nuestro trabajo en la fe es obedecer, y ahí es donde interviene la fe. A través de la fe obedecemos, y con esa obediencia respetamos las normas, cuando tenemos fe hay bendición en la obediencia".

Dice Fernando, uno de los choferes: “Hubo compañeros que iniciaron medidas de prevención que después fueron adoptadas por Transporte, como el separador plástico y el acceso por la puerta trasera. Compañeros sin un mínimo de formación académica que pensaron y resolvieron lo que después fue el protocolo”.

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Es una tarde de octubre y el tránsito, en las calles porteñas, delata una pequeña flexibilización de la cuarentena. Con la reactivación de las actividades comerciales se incrementó el número de pasajeros; el sistema público de transporte recupera, poco a poco, su caudal habitual. En la Línea 60 se mantienen las licencias y solo cumplen funciones los choferes menores de 50 años. Desde iniciado el aislamiento social, preventivo y obligatorio 70 trabajadores han resultado positivos al Covid 19.  Por esta razón -sostienen- no pueden permitirse abandonar las medidas de prevención sanitaria.

El sol cae sobre el tinglado metálico de la cabecera Barracas y Daniel, el delegado, interrumpe a sus compañeros para llamar a una asamblea: sobre la playa de estacionamiento se agrupan los mecánicos con overoles, los inspectores con corbatas y los choferes con camisas celestes. Un colectivo se estaciona y el delegado le hace gestos para que se acerque; acto seguido, toma la palabra:

—Bueno compañeros, esta asamblea es para ajustar los protocolos para ver en qué estamos fallando y en qué podemos mejorar…

Los trabajadores, una vez más, vuelven a formarse en filas. Otra vez, reunidos así y vistos de afuera, parecen guerreros de Terracota. Los medios dicen que son héroes, pero ellos dicen que no. Suena la alarma del portón, un colectivo traspasa la cebra y se dirige a la calle. El colectivo seguirá su rumbo hacia la zona norte; en el camino, quizás, levantará a una médica o a otro trabajador esencial.

*Esta crónica fue una de las finalistas del Primer Concurso Nuevas Narrativas del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA)