No bombardeen Buenos Aires
El 24 de junio de 1806 la armada británica invade nuestras tierras en busca de nuevos mercados. Los buques del imperio avanzan por el Río de la Plata, buscan dónde desembarcar. Días después, una resistencia popular los espera en Barracas.
Tras la conquista y colonización de América Latina nuestra región se debate, desde hace más de 530 años, entre proyectos políticos, económicos y sociales que buscan sostener el dominio imperial en estas tierras y otros emancipadores que proponen buscar desarrollos autónomos, liberaciones y segundas y definitivas independencias. La propuesta del actual Poder Ejecutivo nacional a través de la llamada “Ley Bases” reedita ese debate y lo hace en un momento en que la efeméride nos propone recuperar uno de los momentos menos revisitados de nuestra historia: la resistencia popular a la invasión británica de 1806-1807. Les proponemos un primer acercamiento a esas jornadas que tienen más de heroísmo que de traiciones, siempre con el ojo puesto en el territorio de las Barracas.
Cuenta la leyenda que cuando llegó a oídos del primer ministro del Reino Unido, William Pitt “el joven”, la noticia del triunfo de Napoleón Bonaparte en Austerlitz, enrolló el mapa del continente europeo y dijo, con proverbial flema inglesa: “No lo necesitaremos, por lo menos por diez años”.
Con la victoria sobre los ejércitos austríaco y ruso, el emperador francés reafirmaba el predominio galo en Europa y podría echar el cerrojo a la entrada de manufacturas textiles inglesas en el continente. Comenzaba así el bloqueo continental, una situación que restringiría el acceso al mercado europeo para los crecientes excedentes de las hilanderías de Manchester y Birmingham.
Olondriz, Güemes, los lisiados, los reos y los orilleros, protestan la retirada: quieren enfrentarse con los británicos.
El panorama internacional se presentaba adverso para Gran Bretaña. Al bloqueo continental se sumaba la independencia de las trece colonias de Norteamérica, que le había quitado otro mercado para sus productos textiles.
Para el Primer Ministro británico había llegado el momento de jugar la carta de su hegemonía naval y salir a la conquista de nuevos mercados donde poder colocar las manufacturas inglesas. Paradójicamente, cuando se disponía a defender el comercio de Gran Bretaña, William Pitt muere.
Naves de guerra por el Río de la Plata
Cinco meses después de que el primer ministro dejara este mundo, la tarde del 24 de junio de 1806 la guardia del fuerte de ensenada de Barragán avista una inusual cantidad de naves que avanzan por el Río de la Plata. Al acercarse se distinguen la bandera británica y los cañones que asoman por la troneras. Lanzan una descarga de artillería que es respondida desde la batería costera al mando del capitán Santiago de Liniers. Esa respuesta hará que los buques se internen en busca de otro lugar para el desembarco. Liniers escribe un parte para el virrey que lo recibe en la Casa de Comedias. Sobremonte convoca a las milicias urbanas del comercio para el día siguiente; envía refuerzos a los puestos de Quilmes y Ensenada, y se retira a dormir.
Desembarcan los ingleses
Los navíos británicos recorren la costa bonaerense y el 25 de junio son descubiertos desde la fortaleza de Buenos Aires. Suenan tres cañonazos. Es la señal de alarma y los habitantes acuden presurosos al llamado. Piden al virrey que les den armas para enfrentar a los invasores. Desde las murallas del fuerte, Sobremonte se dirige al pueblo allí reunido (no lo sabe, pero está inaugurando la comunicación entre el líder y las masas), les dice que todo está previsto y que pueden ir a almorzar mientras él vigila (no lo sabe, pero está inaugurando la desmovilización de masas).
Mientras tanto, los ingleses vuelven sobre sus pasos y, a la altura de Quilmes, proceden al desembarco. Casi al mismo tiempo llegan los refuerzos desde Buenos Aires. Bastaría con una carga de blandengues para dispersar a los británicos y evitar que completen el desembarco, pero el funcionario virreinal al mando no se decide y manda a pedir más refuerzos. Con la noticia del desembarco, los cañones de la fortaleza vuelven a tocar la alarma. Por segunda vez en el día, la población se concentra pidiendo armas para el pueblo. Sobremonte no las reparte.
Sí se moviliza con un cuerpo de caballería por la calle Larga de Barracas hasta el puente de Gálvez. Lo deja allí apostado y vuelve al fuerte, a despachar el tesoro del virreinato hacia el interior. Luego de un día agitado, se retira a dormir.
Escaramuzas
Amanece el 26 de junio y los ingleses se ponen en marcha. El funcionario Pedro de Arze ordena disparar dos cañones que lleva consigo. Los británicos contestan el ataque. Su poder de fuego es superior al de la avanzada de Buenos Aires. Arze ordena retirada. El cañoneo se escucha en la ciudad. Sobremonte se acerca al puente de Gálvez. A la carrera llegan Arze y sus tropas. El funcionario magnifica la cantidad y la calidad de los invasores para justificar su huida. Sobremonte ordena, entonces, destruir el puente de Gálvez y amarrar los botes que flotan en el Riachuelo sobre la orilla norte.
Creyendo que con eso detendrá el avance inglés, el virrey vuelve al fuerte. Allí deja al coronel Pérez Brito, con orden de no rendirse hasta que hayan caído los cimientos de la fortaleza. Pérez Brito mira a su alrededor, ¿con quiénes resistirá el asedio? Sobremonte va a buscarle las tropas que dejó a orillas del Riachuelo. Es una compañía de granaderos del regimiento fijo de Buenos Aires, a los que se les han sumado efectivos del cuerpo de inválidos, algunos presidiarios que aceptan combatir a cambio de su libertad y vecinos de esos arrabales que ya empiezan a ser conocidos como Barracas.
El comandante de los granaderos, Juan Antonio Olondriz, ronda los sesenta años, pero se mueve entre las tropas como si tuviera un par de décadas menos. Las municiones se les agotan, pero ya ha dispuesto la formación para atacar a los invasores a arma blanca apenas crucen el curso de agua. Entre los soldados de Olondriz hay un joven cadete oriundo de Salta que ya se destaca por su valentía: Martín Miguel Juan de Mata Güemes Montero de Goyechea y la Corte, más conocido como Martín Miguel de Güemes, se ha enrolado al regimiento fijo de Buenos Aires cuando esté en su Salta natal, para disuadir a quienes sienten la nostalgia peleadora de Túpac Amaru.
Olondriz, Güemes, los lisiados, los reos y los orilleros, protestan la retirada: quieren enfrentarse con los británicos. El virrey tiene que apelar a toda su autoridad no exenta de amenazas para lograr el repliegue. Hay un breve intercambio de disparos con la vanguardia invasora. El sol se pone. Durante toda la noche se escuchan detonaciones de una resistencia aislada y desorganizada. Los disparos no logran interrumpir el sueño de Sobremonte que, en una quinta de San Telmo, se retira a dormir. (Continuará)