Gota a gota

Después de años sin avances y una lucha colectiva que no dejó de empujar, AySA comenzó las obras de abastecimiento de agua, cloacas y pluviales en la villa 21-24. La infraestructura perimetral, junto con el tendido de la red interna a cargo del IVC, es fundamental para dar alivio a miles de familias que no tienen acceso a este derecho básico.

Gota a gota

Después de años de espera, AySA comenzó las obras de cloacas, pluviales y abastecimiento de agua de la villa 21-24. Los trabajos empezaron el 9 de junio, tras la firma de un compromiso entre la empresa estatal, el Ministerio Público de la Defensa y quienes integran la Mesa Técnica y el Colectivo por la reurbanización del barrio. El acuerdo se logró gracias a una lucha colectiva que no dejó de empujar. De hecho, llegó dos días antes de una reunión vecinal en la que se iba a organizar una movilización de reclamo. Es que el proyecto para instalar la red está listo desde marzo de 2021 y los trabajos nunca comenzaron.

En la villa 21-24 de Barracas hay zonas donde no sale ni una sola gota de agua y deben esperar a que pasen los camiones cisterna o al reparto de sachets para poder tener acceso a este derecho fundamental. Muchas veces, esos recursos de emergencia tampoco llegan a las familias: porque en sus viviendas no tienen tanque para que el cisterna abastezca, porque el camión no entra a los pasillos angostos, porque hay paro de camioneros, o porque sí. Encima, el agua que trae el camión no es segura para el consumo ya que ni el transporte ni las mangueras que conectan a los tanques cumplen con requisitos básicos de higiene y limpieza.

El agua envasada en los sachets que envía AySA tampoco se puede tomar. “Tiene un sabor a plástico horrible, además de que los dejan todos tirados en el piso, donde los perros hacen pis y las ratas defecan”, explica Natalia Molina, sentada en el primer piso de la casa 42, manzana 26, donde funciona la fundación TEMAS. En la mesa redonda está desplegado un mapa gigante de la villa. Alrededor, el mate circula. Son todas mujeres. Vecinas, delegadas de la Junta, luchadoras que, desde que tienen memoria, pelean para que de las canillas de su barrio salga agua, un recurso básico que sí tienen garantizado quienes viven en otras zonas de la ciudad más rica del país.

“Vivir sin agua es estar acorralada: no podés ir al baño, ni lavar un plato, ni bañar a un hijo. Te hace pensar ¿para dónde voy? ¿qué hago ahora? Te va desgastando la salud mental”.

La única forma de revertir esta gravísima situación es que se ejecuten obras de infraestructura tanto a nivel troncal, alrededor de la villa, como a nivel interno, con cañerías secundarias –cloacales y pluviales- que traigan y saquen el agua manzana por manzana. El anillado, como llaman en el barrio a la obra de red perimetral más grande, ya fue promesa y proyecto en 2017: debía realizarse por Osvaldo Cruz, Luna, Iriarte y rodear el barrio con todos los servicios. Pero la obra se cayó y nunca más se retomó.

Durante la pandemia, la situación se hizo insostenible: mientras las campañas repetían “lavate las manos” como forma de prevenir el Covid, en gran parte de la villa 21-24 no había agua. En medio de esa emergencia sanitaria se conformó un comité de crisis con participación de distintos sectores de la comunidad, donde se resolvió armar la Mesa Técnica de Agua para discutir el tema y controlar que los proyectos respondan a las necesidades reales del barrio. “Al principio, la Ciudad nos decía que sólo iba a hacer obra de agua. Tuvimos que explicarle algo básico: si traés más agua al barrio, tenés que pensar cómo sacarla porque si no las cloacas nos van a salir por las orejas”, recuerda Paz Ochoteco de TEMAS. Fue durante ese 2021 que las y los vecinos lograron que AySA y el Gobierno porteño se sentaran a la misma mesa y firmaran un convenio para avanzar con las obras.

Desde entonces, la Mesa Técnica se reunió periódicamente detrás de un objetivo: que la ejecución de las dos obras (la troncal del anillado y la de distribución secundaria dentro del barrio) se hicieran en simultáneo. Eso no pasó. El IVC comenzó con los trabajos –actualmente tiene una ejecución del 19%, con un atraso de varios meses- pero AySA no. Por eso, en mayo de este año el barrio comenzó a planificar una movilización. La protesta no llegó a concretarse porque, como contamos más arriba, dos días antes la empresa estatal firmó el compromiso y empezó la obra.   

De baldes y madrugadas

Aunque el IVC sostiene que es definitiva, la realidad es que la obra de tendido interno es un nuevo paliativo para les habitantes de la villa 21-24. Primero porque no prevé el crecimiento sostenido del barrio, tanto en cantidad de población como en edificación hacia arriba. Es decir, cuando se termine, es muy probable que no alcance para abastecer a todas las familias. Además, el tendido no llega a pasillos internos, sino que solo atraviesa las arterias más anchas. Es decir que no garantiza que cada vivienda tenga conexión directa a la red formal.

Otro de los problemas que quienes integran la Mesa ven a diario es la falta de planificación y coordinación con el resto del ordenamiento territorial. La obra de distribución secundaria que se está haciendo por la calle Padre Daniel –desde Caacupé hasta el Polo Educativo- ya se hizo tres veces en los últimos cinco años. “La segunda vez ni siquiera cerraron la zanja, la dejaron sin terminar”, suma Flavia Romero, vecina, militante del Frente Popular Darío Santillán e integrante de la Junta del barrio. ¿Qué sucede? Hacen un tendido, pero después no pueden hacer las pruebas hidráulicas porque no hay tensión de luz en el lugar. O hacen el tendido, pero ahí no llega el agua porque AySA no hizo la otra obra. O sea, los proyectos se piensan como islas y no coordinan entre sí. Incluso, cuando son ejecutados por un mismo ministerio, el de Desarrollo Humano: en la calle Lavardén, por poner un ejemplo, hicieron la zanja, el tendido de cañería y ahora están por poner el hormigón. Pero en esa misma calle, el Gobierno porteño debe cumplir con la orden judicial de hacer un nuevo tendido de alta tensión por el riesgo eléctrico que sufre la villa. Para eso tiene que poner postes nuevos. Lo lógico sería que los instalen antes de que se coloque el hormigón así no tienen que romperlo después. Ambas obras están a cargo del IVC. A nadie se le ocurrió.

“Algo parecido pasa con la recolección de los residuos: no vienen porque dicen que no pasa el camión porque lo enganchan los cables. Según la causa de riesgo eléctrico, incumplida desde hace 10 años, los cables deben estar a una altura determinada, medida para que pueda pasar la pluma de un camión de alto porte. Entonces, en la medida en que los procesos no dialoguen y no se entienda que el abordaje debe ser integral, se seguirán haciendo las cosas mil veces y mal”, se enoja Paz y Flavia suma: “Y todo, siempre, nos perjudica a nosotros que no tenemos acceso a una necesidad humana básica como es el agua”.  

Como las demás mujeres que participan de esta nota, Flavia sabe bien de qué habla. Hace apenas tres meses que volvió a dormir de corrido: “Ahora estoy un poco más tranquila porque me rompí el lomo para poder comprarme un tanque y 8 meses después, un motor. Pero fueron años y años de no poder dormir bien, porque me levantaba a las 3 de la madrugada o me quedaba despierta hasta esa hora para poder cargar un poquito de agua hasta las 6 que se cortaba de nuevo”.

“No hay salud mental que pueda sostener eso –reflexiona Natalia-. Vivir sin agua es estar acorralada, limitada para todo: no podés ir al baño, ni lavar un plato, ni bañar a un hijo, ni cocinar. Te hace pensar ¿para dónde voy? ¿qué hago ahora? Te va desgastando la salud mental”.

Sentada a la misma mesa, otra militante del barrio, Dagna Aiva agrega: “Salgo de mi casa y el pasillo está lleno de caca de perro, las cloacas rebalsadas todo el tiempo, basura acumulada. Y encima no tenés agua para limpiar. Es horrible. Algunos pueden comprar agua, pero otros no. Muchos tienen que ir a trabajar sucios. No se puede vivir así”.

Por donde vive Dagna, al igual que en Tierra Amarilla, no hay agua siquiera para juntar con un balde en la canilla comunitaria. Todas esperan que las obras lleven algo de alivio. El esfuerzo de las familias es cotidiano, al igual que el de comedores o espacios comunitarios que brindan asistencia alimentaria a cientos de personas por día. Sin agua para asearse, además, las enfermedades se multiplican, sobre todo entre las niñeces: vómitos, diarrea, parasitosis, impétigo, gastroenteritis.  

El inicio de las obras por parte de AySA es de vital importancia. Permitirá el acceso a agua y saneamiento a miles de familias de la villa 21-24. ¿Llegará esta vez?