Rascar la olla
Cada vez más personas, en su mayoría niños, adolescentes y adultos mayores, asisten a comedores y merenderos de los barrios populares para alimentarse. Hablamos con mujeres que día a día sostienen, como pueden, distintos espacios de la villa 21-24. Qué hacer cuando la comida no alcanza.
En Argentina, 1 de cada 3 niños, niñas y adolescentes son pobres, y 2 de cada 10 están en situación de indigencia. Es decir, no tienen cómo satisfacer sus necesidades básicas: alimentarse es la más básica entre las básicas. La mayoría de esta población habita en los barrios populares donde el 87% de los hogares -o sea prácticamente todos- está en situación de pobreza. En el mapa de la Ciudad de Buenos Aires, más del 40% de estos hogares se concentra en el sur. Son las mujeres, las personas desocupadas, las y los adultos mayores, las niñas y niños, y quienes trabajan en casas particulares quienes sufren aún más la falta de acceso a derechos elementales. Y son justamente ellas y ellos quienes asisten todos los días a buscar un plato de comida a un comedor o un merendero.
“Los chicos del barrio no conocen lo que es el yogur y la leche. El ajuste viene con el plato de los niños y niñas vulnerables, que no pueden nutrirse como cualquier otro niño. Es muy triste que en este país que produce comida no haya alimentos”. Otilia Ledesma está al frente de Tacitas Poderosas, en la Villa 21-24 de Barracas. Abrió en 2018 y todos los días sirven 260 raciones en meriendas y comidas. Pero hace 12 meses que no llega mercadería: “Ya vamos por un año y ni siquiera llega para la merienda. Estamos obteniendo a través de los artistas que tienen buen corazón. Nosotras asumimos esa responsabilidad y juntamos mercadería”, cuenta la referente de la organización La Poderosa. Es que desde que llegó Milei al gobierno, las colectas se repiten. Recitales, como el de la Orquesta Delio Valdez en Ferro o Divididos en Argentinos Juniors; o el sorteo de una guitarra de Ricardo Mollo, se vuelven aportes invalorables ante un Estado decidido y con vía libre para aplicar su plan de ajuste. “Si existimos, es porque hay hambre”, repiten las trabajadoras de los comedores y merenderos como si hiciera falta aclararlo.
“Lo que se triplicó este año fueron los jubilados. Nunca vi tantos abuelos y abuelas. Lo que ellos relatan es que si comen, no pueden comprar los remedios”.
Si bien el Gobierno porteño sostiene la entrega de algunas raciones -a diferencia del Gobierno nacional-, desde los comedores afirman que, ante el aumento de la demanda, la cantidad de alimentos es insuficiente. La Poderosa estima que en sus comedores de la Ciudad la demanda aumentó un 20% en relación al año pasado. Y según el mapeo que hicieron en septiembre, del total de la demanda de 6.600 platos de comida por día que tienen en todos sus comedores, más del 40% el Gobierno porteño no los reconoce.
Eva Alarcón, del Comedor Padre Daniel de la Sierra, coincide: “No damos abasto con la demanda. Necesitamos que el gobierno pueda recibir la solicitud de apertura de comedores en los barrios populares que están planteando distintos espacios. Dicen que no hay más presupuesto para comedores, pero los que existimos no damos abasto, no tenemos más capacidad de la que ya estamos aguantando. Que entiendan que hay un exceso de demanda por toda la crisis económica que estamos viviendo. Se raspa las ollas todos los días”.
Rifas y donaciones solidarias de personas y comercios son algunas de las estrategias colectivas de las que se sirven los comedores para no dejar a nadie afuera. “Estirar la comida” es otra. Dagna Aiva, a cargo del comedor Casa Usina y merendero Abuela Teresa de CTA Capital, lo explica: “llega todo lo de siempre, pero no hay aumento de raciones. A nuestro comedor llegan 230 raciones. Es insuficiente pero lo estiramos. Por ejemplo, si es pollo al horno con papas hacemos una salsa con todas las verduras posibles”.
“Si como, no puedo comprar medicamentos”, le dicen a Otilia los y las jubiladas que se acercan al merendero. Es que con el inédito ajuste que está llevando adelante la gestión de La Libertad Avanza sobre los adultos mayores, durante este año se sumaron a las filas de los merenderos. “En Tacitas tenemos 100 niños y niñas en el espacio del merendero, donde la merienda también es su cena porque ya no comen tres veces al día. Pero lo que se triplicó este año fueron los jubilados. Nunca vi tantos abuelos y abuelas. Lo que ellos relatan es que si comen, no pueden comprar los remedios”, cuenta Otilia.
Frente al aumento de la indigencia, otros que se suman a la demanda sobre los merenderos son las personas en situación de calle. Eva lo nota en el comedor del barrio que lleva el nombre del fundador de la parroquia de Caacupé: “Hay muchas familias que antes no venían y mucha gente en situación de calle. Nos llegan de distintos lados de la Comuna y eso nos llama la atención porque antes estaba más focalizado en el barrio”.
“Si existimos, es porque hay hambre”, repiten las trabajadoras de los comedores y merenderos como si hiciera falta aclararlo.
Además de hacer frente a la demanda alimenticia, las mujeres de los comedores y merenderos ofrecen contención y cuidado: “Hay criaturas muy chicas que sus papás están en situación de consumo y vienen a los comedores a buscar refugio. No es solo llenar la panza y ya está. Con esas situaciones también tenemos que poner el pecho”, cuenta Otilia.
Por su trabajo dedicado y afectuoso las trabajadoras sociocomunitarias no reciben ningún salario. Por el contrario, suelen cargar con un fuerte prejuicio social, impulsado y validado desde la dirigencia política. “La mayoría somos mujeres. Te miran diferente por trabajar en un espacio comunitario. A nosotras, por ejemplo, siempre nos preguntan dónde trabajas, y yo digo la verdad. La gente te responde que eso no es laburo, que eso no es trabajo”. El reconocimiento salarial a las mujeres también es una deuda pendiente del Estado. “Las compañeras son trabajadoras sociocomunitarias y no son reconocidas como tales. Una de nuestras peleas es por el salario de ellas. Necesitamos que el Estado se haga cargo de ese reconocimiento”, sostiene Eva. “A veces no doy más, pero me levanto y lo hago”, cuenta Otilia. “La triple jornada no es simple”, dice y se refiere al trabajo fuera del hogar, al trabajo dentro del hogar y a las tareas comunitarias no pagas que afrontan día a día mujeres como ella. “Ojalá algún día se reconozca porque nuestro camino no es fácil. Estamos muy cansadas, pero nos protegemos las unas a las otras y seguimos nuestro camino. No voy a abandonar a la gente porque ya hay abandono y no lo voy a hacer yo también”, cierra Otilia, y contrapone todo el peso de la ética popular.
Inseguridad alimentaria y endeudamiento
El 60% de los hogares de barrios populares padecen inseguridad alimentaria severa, es decir que se saltea alguna de las comidas diarias por falta de recursos. Así lo revela el último informe que realiza de forma presencial la organización Barrios de Pie en barrios populares de 15 provincias y de la Ciudad de Buenos Aires.
Según este relevamiento, en el último año el 71% de los hogares declaró haber reducido su consumo de alimentos en general. Este descenso afecta de manera desproporcionada a los grupos alimentarios prioritarios:
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Proteínas: el 93% de los hogares redujo el consumo de alimentos ricos en proteínas, como carne, pollo, pescado o huevos. Entre quienes lograron compensar esta reducción, el 76% aumentó el consumo de hidratos de carbono, optando por alimentos más económicos como arroz, polenta o pastas.
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Frutas y verduras: cerca del 89% de los hogares disminuyó el consumo de frutas, mientras que el 86% redujo el consumo de verduras no altas en hidratos de carbono.
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Lácteos: una disminución similar afectó a productos como leche, yogurt y quesos, con un 87% de hogares recortando su ingesta.
El análisis muestra que el endeudamiento de los hogares es un factor clave en el agravamiento de la inseguridad alimentaria. Un 74% de los hogares encuestados tuvo que recurrir a préstamos o deudas para llegar a fin de mes. En esos casos, el 97% enfrenta inseguridad alimentaria, lo que refleja una correlación directa entre la falta de recursos económicos estables y el acceso limitado a alimentos.
La situación es más alarmante en los hogares con niños, niñas y adolescentes, que enfrentan un futuro incierto debido a la falta de ingesta de alimentos saludables. Según los nutricionistas, la situación actual exige una atención urgente y cambios en las políticas públicas para abordar tanto las causas estructurales como los efectos directos de la inseguridad alimentaria.